Cuando la Edad Media estaba dando sus últimos coletazos, el marino de procedencia aún sin concretar, Cristóbal Colón, emprendió un audaz viaje hacia las Indias que se puede ver desde el pasado viernes en una exposición en el Museo Marítimo de Asturias al más mínimo detalle. Decidió navegar hacia el Oeste y toparse con un océano completamente desconocido a finales del siglo XV y sin apenas instrumentos que le guiaran en su travesía.

En estos tiempos, lo habitual era la denominada navegación de cabotaje, es decir, la que se realizaba en embarcaciones próximas a la costa y por lugares conocidos por los marinos. Colón y su tripulación partieron del puerto de Palos de La Frontera, en Huelva, con destino a la India por un trayecto poco habitual. Para ello, se valió de varios instrumentos que para nada tienen que ver con las nuevas tecnologías de las que, hoy en día, disponen los barcos mercantes y de pesca. Según explicó el director del Museo Marítimo de Asturias, José Ramón García, las carabelas de "La Pinta", "La Niña" y "La Santamaría" contaban con muy pocos instrumentos de apoyo para orientarse por ese lugar, por entonces, desconocido que se conoce como océano Atlántico. Para cruzar el charco, Cristóbal Colón y los suyos contaban con el denominado compás o aguja de marear, que podría compararse con una brújula. También disponían de astrolabio, del cuadrante para calcular la latitud en la que se hallaban, ampolletas o relojes de arena para medir el tiempo y el escandallo o sonda.

El astrolabio era un instrumento que servía para calcular la posición del buque en función de la orientación del sol y de las estrellas. La tripulación de Colón contaba con este aparato, sin embargo no fue utilizado durante la travesía, según explica uno de los paneles de la exposición. Los marinos de la expedición prefirieron utilizar el cuadrante, que también medía la latitud por observación del sol, y era más preciso que el astrolabio. Los marinos que descubrieron América se las ingeniaron para evitar que los continuos movimientos del barco no alteraran la lectura del péndulo.

El escandallo era una plomada que se utilizaba para conocer el calado, es decir, la profundidad del mar por donde se navegaba. Las ampolletas o relojes de arena servían para medir el tiempo en alta mar y eran de diferentes tamaños. La tripulación de Cristóbal Colón contaba con dos ampolletas, uno de tres minutos y medio y otro de media hora, según las teorías de la época. Por último, la aguja de marear es el nombre marino para describir a las brújulas. Este instrumento era de gran ayuda, pero era inexacto puesto que marcaba el Norte magnético y no el verdadero. El cálculo de esa diferencia, la denominada declinación, mantenía en una constante prueba a los marinos.

Los marinos que descubrieron el nuevo continente podían conocer la latitud pero no la longitud, es decir, ubicar el Este o el Oeste. Este asunto fue un problema sin solución en la historia de la navegación hasta el siglo XVIII cuando las embarcaciones comenzaron a disponer a bordo de relojes.

La velocidad que alcanzaban los barcos no era mensurable mediante instrumentos. Las distancias recorridas se medían mediante el lanzamiento de una astilla por la proa y se medía en función del tiempo que tardaba en desaparecer por la popa de la embarcación.

La orientación de los barcos estaba apoyada por una elaborada cartografía, unos mapas confeccionados por los navegantes que se iban ampliando en función de las expediciones que realizaban los portugueses en sus expediciones africanas.

Colón se adentró en un universo, hasta el momento, desconocido y se topó con una civilización que abrió las puertas a un nuevo mundo.