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Las cartas de Avilés y Comarca

In memóriam: Jesús Fernández García

Desde estas emotivas palabras quiero rendirte mi testimonio personal de admiración por la forma en que has luchado contra la adversidad. Desde el primer momento que tuviste conocimiento del mal que te aquejaba, te enfrentaste abiertamente a él, con la valentía de un antiguo cruzado y la esperanza de un devoto entusiasmado. Cuando te decía que admiraba la forma épica de tu actitud, me respondías, tranquilo, como si fuera la cosa más natural del mundo, que era lo que tenías que hacer, que no te quedaba otro remedio. No todo el mundo es capaz de mirar con los ojos abiertos al dolor y sacar fuerzas especiales de reserva para combatir hasta el último suspiro. Puedes sentirte orgulloso de lo que hiciste y cómo lo hiciste, tu valentía y conducta ejemplares me han enseñado mucho; has derramado en la batalla todo el imperio de tu sabiduría y buen hacer.

Siempre se gana cuando se pierde y se lucha por un ideal que merece la pena; siempre se sale victorioso de una situación que pone en peligro nuestra vida y la de quienes nos aman cuando se derrama hasta la última gota de la esperanza. Los que triunfan no son los que reciben la corona de gloria en esta tierra, los trofeos transitorios del aplauso general, los que se benefician del éxito mundano. El que verdaderamente gana es el que cumple con su deber, el que se entrega en cuerpo y alma por los demás y aspira a más altas metas, el que vela por su familia, como tú lo hiciste, no has dejado de hacer y seguirás haciendo desde el cielo, donde estás.

Cuando en compañía de Jorge Álvarez Sostres, nuestro común amigo de la infancia, pendiente de ti hasta el final, te dábamos aliento y esperanza, alabando la intensidad de tus esfuerzos, sabíamos, desde lo más profundo del alma, que te estabas haciendo grande. Valorabas mucho nuestros desvelos; estabas muy contento porque decías que habías recuperado a dos amigos de la niñez. Al final, cuando las energías te estaban abandonando, seguiste protegiendo a tus seres queridos, haciendo como que no sabías, callando lo que debías callar, dando una imagen feliz de normalidad en la mirada. Fuiste buen padre hasta el último instante, has demostrado que se puede enseñar sin hablar y generar entusiasmo desde la enfermedad. De niño cambiábamos cientos de tebeos, jugábamos enfrente de casa, en el colegio, reíamos en compañía, éramos tan felices como el ave cuando emprende su vuelo hacia el infinito.

La vida da muchas vueltas, nos lleva por sus ignotos derroteros, nos da lo que necesitamos para nuestro destino, pero también nos facilita encuentros mágicos, amistades fabulosas, recuerdos inolvidables, amigos para siempre y una gran facilidad para entregarnos a buenas causas y nobles empeños. Te has ido, pero no del todo en mi corazón; te has marchado, pero sigo contigo en la distancia; te has muerto para vivir la vida eterna, seguir protegiendo a tus hijos, Guillermo y Marina, a tu esposa, María Eugenia, a tus dos hermanas, María Irene y Josefina, a tu madre, María Esperanza, mientras esperamos el momento idóneo para ir los tres amigos a pasear y sentirnos bien al pico Gorfolí, a la playa de Salinas, donde te dejo un hueco mágico para estar contigo y recordar esos momentos gozosos que nunca se olvidan. Gracias por ser mi amigo. ¡Que Dios te bendiga!

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