El dramaturgo cordobés (1964) Antonio Álamo es uno de los hombres de teatro más respetados de la escena nacional. Ha regresado a Avilés con un espectáculo debajo del brazo -la comedia musical "Juanita Calamidad"-. En 2013 debutó sobre las tablas del mismo Palacio Valdés que acoge esta noche (20.15 horas) su último montaje: un western sobre la maternidad y el rechazo de la madurez. "Estos últimos días son los más intensos: hay que acabar las luces, el sonido... el trabajo textual está ya hecho y también el interpretativo, pero falta montarlo todo", explica mientras da de paso una pieza de sonido en off que se escuchará hoy por primera vez.

"La iluminación y el sonido tiene que realzar o potenciar lo que presentamos sobre la escena. Hay está su importancia", apunta Álamo.

El autor de "Juanita Calamidad" se siente, sobremanera, escritor. Pero, en esta ocasión, y nuevamente, vuelve a la dirección escénica. "Cuando dirijo, dirijo, pero cuando me pierdo, silbo al autor que viene y me aclara las esencias. Hay que volver al abecé: ¿quién es este personaje, por qué está aquí, hacia dónde va?", explica Álamo.

El dramaturgo pertenece a la generación de los años noventa, la que creció en torno al premio "Marqués de Bradomín", la misma que la que la de los asturianos Maxi Rodríguez, José Busto o David Desola o Borja Ortiz. Considera, sin embargo, que la suya "no es la última en haber dado dramaturgos" a la escena. "Muchos de ellos siguen estando en activo. De aquel premio, sí, salió una buena pandilla de escritores", comenta Álamo, que comenzó en la literatura escribiendo cuentos y que nunca ha renunciado a la narrativa. ¿Volvería a ser escritor si pudiera elegir? "El sentido común te dice que nadie elige lo que ya conoce, pero como no es posible esa elección, sigo siendo escritor", concluye el dramaturgo antes de reivindicar "la necesidad de un mundo con ficción".