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El insufrible ruido de La Guitarra

Los vecinos de la céntrica plaza soportan día y noche, desde junio, un ensordecedor sonido procedente de un bajo cerrado

El local precintado del que procede el ruido en la plaza de La Guitarra. Sobre estas líneas, María José Acedo, en la puerta de su mercería. RICARDO SOLÍS

Los vecinos de la plaza de La Guitarra conviven desde principios de junio con un ruido constante, repetitivo, que resuena en su cabeza y que sale de un antiguo bar cerrado a cal y canto. Ninguno sabe de que se trata realmente: una alarma, una máquina tragaperras, el motor de un electrodoméstico estropeado... Hacen sus cábalas, pero poco les importa. Lo que quieren es que el molesto sonido cese.

"Hay clientes que me preguntan que cómo podemos aguantar así. En verano, con el ruido de los coches aún disimulaba algo. Pero, ahora, con la puerta cerrada no dejamos de oírlo", explica María José Acedo. Su mercería está justo al lado del bar. Esta mujer afirma que, en la trastienda de su establecimiento, suena exactamente igual que si estuviera dentro del local cerrado. "Lleva cuatro meses y medio sonando constantemente, día y noche. Sea lo que sea, no se quema, que sería lo normal después de tanto tiempo", explica.

En la peluquería de Eloína Alba, que está un piso por encima del bar, tienen algo de "suerte": el ruido de su negocio disfraza el sonido persistente que llega desde la calle, pero sus trabajadoras no son ajenas al problema. "Cuando venimos a las 8 de la mañana, que hay poco movimiento, se oye perfectamente. No quiero pensar lo que pasa a los vecinos", explicaron. Pero no sólo afecta a este edificio. En la calle, los transeúntes pueden empezar a escuchar el estruendo subiendo por la calle del Alcalde Francisco Orejas Sierra, que va desde el parque de Las Meanas, o desde el otro lado de la plaza.

Y el ruido no cesa. Los vecinos explican que, aunque han hablado con la Policía Local, por el momento, nadie les da una solución. El bar del que sale el sonido está precintado por orden judicial. Precisamente, fue poco después de que se cerrase el establecimiento, que en aquel momento estaba en régimen de alquiler, cuando comenzó el calvario de los residentes en la zona. "Hace poco, me comentaba una amiga que este verano lo pasó muy mal al tener que dormir con la ventana abierta por el calor", señala María José Acedo. "Llega un momento que ya ni lo oyes. Mi cabeza ya ha dicho 'si no puedes con el enemigo únete a él' y por momentos no lo noto", añadió resignada la mercera.

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