Con los palillos inquietos aguardaron la salida del paso los cofrades de Nuestro Padre Jesús de la Esperanza, con capuchones verdes y el tambor guarnecido por una tela del mismo color. Entre la afición reunida en Carlos Lobo, durante los prolegómenos de la procesión, los comentarios que más se escuchaban estaban relacionados con la amenaza de lluvia, que el domingo frustró la salida de la Borriquilla. Sin embargo, ayer las nubes fueron generosas y resarcieron a los cofrades y a los fieles, que vieron en las calles la imagen de Jesús Cautivo.

El otro comentario más frecuente entre los congregados por la procesión fue el frío. Los porteadores de ciriales, que se situaron al frente de la comitiva, tuvieron sus más y sus menos con las velas, que no resistieron al viento. Y tiraron de mechero, para recuperar el pábilo oscilante durante, al menos, unos minutos más. Con todos los prolegómenos cumplidos, el cuerpo de tambores de la hermandad arrancó su son. Tambores dramáticos para la fría noche avilesina. Y, tras esos tambores ataviados con el tocado del verdugo, les siguieron el paso los capuchones portando velas.

La columna de cofrades se fue alejando, y mientras tanto la asociación "Lepanto" de veteranos de la Armada aguardó a que el paso saliera de la iglesia de San Antonio de Padua. Lo hizo con una alfombra de claveles rojos tendida a sus pies. El Cristo de Medinacelli, coronado de espinas, contempló la procesión que se extendía a sus pies hasta que, finalmente, tanto los veteranos de la armada como el propio paso se incorporaron a la procesión. Las manos atadas ante la túnica de la imagen sufriente recordaban a los fieles que el Calvario acababa de comenzar. Como cuenta el relato bíblico, los mismos que le vitoreaban el día antes a su entrada a Jerusalén urgen ahora juzgarlo. El huerto de Getsemaní fue el escenario de la soledad de Jesucristo, a quien sus enemigos coronaron por mofa con la corona de espinas.

La comitiva cerró con un grupo de fieles. Cada uno a lo suyo: conversaciones por teléfono, cuchicheos con el acompañante, y las más de las veces, esfuerzos por embozarse en la bufanda y meter las manos en los bolsillos. Y la espera fue larga, porque los cofrades que empujaban por el paso del Cristo de Medinacelli tuvieron bastantes dificultades para dar el giro y encarar la Ferrería. Los tambores se escuchaban cada vez más lejanos pero, finalmente, el paso pudo avanzar.

La Semana Santa, que el domingo no pudo desplegar su ornato por las calles del centro de la ciudad, quedó ayer teñida de verde esperanza. La esperanza que no abandona ni aún en el cautiverio, y que, de la mano de los cofrades avilesinos, recorrió ayer La Ferrería, La Muralla, La Cámara, La Fruta, San Bernardo y de nuevo La Ferrería para regresar finalmente a la plaza de Carlos Lobo, donde la imagen de Jesús Cautivo quedó de nuevo custodiada en la iglesia de San Antonio de Padua. Los tambores resonaron durante una hora y después apagaron su lamento por unas horas.