La tortilla y la empanada fueron las estrellas del menú de la Comida en la Calle que ayer transformó la fisonomía del corazón histórico de Avilés en un restaurante gigante al aire libre. Alrededor de veinte mil vecinos y visitantes, animados por el sol que lució a lo largo de toda la jornada -aunque el viento incomodó ligeramente a los comensales en las áreas más sombrías- ocuparon los aproximadamente cinco kilómetros de mesas instaladas numerosas calles entre el Carbayedo y la plaza del Carbayo, en Sabugo.

Los participantes en este multitudinario almuerzo con el que se despide la Semana Santa madrugaron más que en anteriores ediciones. El reloj aún no había marcado las dos de la tarde cuando comenzaron a acomodarse en las zonas previamente reservadas. Sobre los tablones de madera cubiertos con un plástico con los colores de la bandera de Avilés -azul y blanco-, las familias, pandillas de amigos, compañeros de trabajo o integrantes de asociaciones o clubs fueron depositando todo tipo de especialidades gastronómicas propias de las comidas campestres: ensaladilla, filetes empanados, bollos preñaos, huevos cocidos, ensaladas, pizzas, embutidos y, cómo no, miles de tortillas y empanadas de diferentes variedades. "Hoy es festivo y no toca cocinar. Lo encargamos todo, excepto el postre, que como somos muy golosos y buenos reposteros traemos una muestra de nuestras especialidades", señalaba María Dolores Sanz Gutiérrez ante tres tartas: de manzana, de queso con mermelada de arándanos y de almendra decorada con frutas escarchadas.

Los integrantes del Grupo de Montaña Ensidesa acudieron a la calle Rivero con dos ollas de fabada y una "cocinilla" portátil, con bombona incluida, para calentarla. "Preparamos fabas para sesenta personas. Llevamos años viviendo a la comida y en cada ocasión traemos un plato distinto", apuntaba José Antonio Díaz Álvarez, presidente de la formación deportiva, ataviado para la ocasión con mandil y montera picona.

Una excusa para quedar

También habituales de la Comida en la Calle son los vecinos de La Luz, cuya asociación reservó 84 plazas en La Fruta. Degustaron paella "que nos preparó un chico del barrio que tiene un restaurante en El Quirinal", comentaba Manolo Miranda, miembro del colectivo vecinal, que aportó a la tradicional cita que alcanza su vigésima cuarta edición un bollo de Pascua y casadielles, todo de elaboración propia.

Los jóvenes demostraron ser más prácticos a la hora de elegir el menú. "No nos complicamos mucho; el sábado encargamos una empanada y una tortilla y además compramos jamón, queso y chorizo, que con pan está riquísimo", indicaban Lucía Suárez y Marta Menéndez, sentadas al sol en la plaza del Carbayo, protegidas por sendos sombreros y gafas de última moda. A su lado, los amigos ponían a enfriar una docena de botellas de sidra y la misma cantidad de latas de cerveza en dos calderos llenos de hielo. Ambas bebidas fueron las más consumidas en la comida de ayer, si bien el vino tuvo una amplia acogida, sobre todo, entre los comensales de mediana edad. "Nos gusta el buen vino tinto y para saborearlo hemos venido con copas de cristal. En los vasos de plástico sabe distinto", apuntaba José Roberto Álamo desde la calle San Francisco para, seguidamente, sumarse a un brindis que conmemoraba un encuentro familiar.

Casi al mismo tiempo, en la calle del Sol, Cristina Mencía vivía igualmente una jornada de celebración. Cumplía 29 años y la Comida en la Calle se convirtió en el marco idóneo para festejar la efeméride. Sus amigos la sorprendieron con dos tartas, ambas coronadas con velas en forma de los números que representan la edad alcanzada. También le cantaron el "Cumpleaños feliz", que estuvo interpretado a la guitarra por Toni Aguilera. "Me emocioné", confesaba ante los dulces de elaboración casera.

La comida del Lunes de Pascua sirvió también de excusa para organizar encuentros de amigos lejanos en la distancia. De hecho, reunió en torno al mantel bicolor a vecinos de la comarca con visitantes llegados desde distintos puntos del país. "Es la primera vez que asistimos a este encuentro y lo hacemos invitados por unos amigos", manifestaba el gallego José Antonio Iglesias, casado con la mierense Nesti Cuesta y residentes en San Ciprián, Lugo. Para dar a conocer la repostería de la tierra vecina, el matrimonio aportó a la comida orejas. "Son, junto a las filloas, los dulces más tradicionales de Galicia", añadía. Y, a pocos metros de distancia, en la calle Galiana, un numeroso grupo de jóvenes hacía gala de incluir entre sus integrantes a amigos que habían llegado a Avilés desde Madrid y Canarias para sumarse a una comida que, por encima de todo, invita a la confraternización.