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La mansión de los cuentos

Domisol, el violín desafinado

La historia de un instrumento llamado a un gran desafío

Domisol, el violín desafinado

Esta noche, la Brujita Peladilla quiso hablarnos de otro de sus amigos. No perdáis detalle, merece la pena conocerlo...

Domisol es un violín al que le encanta la música clásica. Es el menor de una gran familia musical. Su papá es un contrabajo muy alto y bondadoso, con un tupido bigote. Su mamá es un arpa elegante y bella, sus cuerdas son de oro. Su hermana mayor es una viola esbelta y perfeccionista, amante de las partituras difíciles. Todos son capaces de entonar y ejecutar las más bellas melodías que los oídos puedan escuchar. Tal es así que se dice que son capaces de crear música celestial. Todos excepto uno: Domisol.

Nuestro amigo quería ser tan perfecto como su familia, pero no lo conseguía. Quería estar tan bien afinado como su papá, entonar las notas de una forma tan relajante como su mamá y hacer vibrar al público tal y como lo hacía su hermana. Aunque ellos no lo supieran, Domisol admiraba y adoraba profundamente a su familia, quería ser como ellos. Pero él era diferente. Era más pequeño de lo normal y sus cuerdas eran más cortas de lo habitual, sonaban distintas, mucho más graves. Es por eso que los demás no le hacían caso y nunca querían escucharle.

El pequeño estaba aprendiendo las notas y, cuando intentaba interpretar cualquier sencilla melodía, todos sus compañeros se echaban las manos a los oídos:

-¿Qué ruido es ese? ¡Que se calle ese violín!

Nadie quería escuchar al pequeño Domisol. Todos le decían que no sabía hacer música, solo ruido. Que sus cuerdas eran malísimas, pero él nunca las quiso cambiar. Había nacido así y no por ello era peor que los demás, sino original. El pequeño seguía intentando mejorar, quería ser tan brillante como los demás y su sonrisa nunca se apagaba.

Cuando aprendía una nueva melodía corría junto a sus compañeros para que le escuchasen, pero éstos, que iban algunas lecciones por delante, no querían escuchar a nuestro amigo y antes de que pudiera entonar la primera nota, ya tenían las manos tapándose los oídos.

Con mucha perseverancia, el pequeño violín aprendía nuevas claves musicales, pero nadie quería escucharle.

Llegó el gran día: esa misma mañana se publicaría la lista de todos los instrumentos que tocarían en el Gran Concierto. A Domisol le hacía mucha ilusión poder tocar junto a sus compañeros y su familia. Escuchar los aplausos del público para él era un sueño. En una posición o en otra, todos los instrumentos estarían en el concierto. Un señor se acercó a la entrada del conservatorio y colgó el cartel esperado con los nombres y posiciones de los instrumentos musicales.

Domisol se puso nervioso. Sus compañeros rápidamente se aglomeraron frente al cartel y el violín no veía nada. Estaba pletórico e ilusionadísimo, así que se acercó a ellos con sigilo y comenzó a tocar una nueva melodía que acababa de aprender. Estaba muy ilusionado y sonriente. Quería que todos le escuchasen. Sus amigos se giraron y miraron al pequeño violín. Cuando éste terminó su pieza, hubo un par de segundos de silencio. El violín pensó que los aplausos comenzarían, pero ocurrió todo lo contrario, fueron las carcajadas de sus compañeros las que rompieron el silencio. Todos se reían del pobre Domisol.

Su carita se puso triste, sus ojos encharcados. Estaba a punto de llorar. Se quedó inmóvil, cabizbajo. Sus compañeros se marchaban aún entre risas y el pequeño, con los ojos tristes, pudo ver el cartel... Estaban todos inscritos menos él. Domisol era el único que faltaba. La tristeza invadió su corazón. Se dio media vuelta y se marchó a paso muy lento. El que iba a ser el mejor día de su vida, terminó siendo el peor.

Esa noche apenas pudo dormir. Al día siguiente, sería el Gran Concierto, su evento soñado y él no estaría en él. Su mayor sueño era ser el violín principal en un concierto, pero comenzó a recordar las palabras de sus compañeros: que si era muy pequeño, que si sus cuerdas no servían, que si eran de mala calidad, que la música no era lo suyo... Pero amigos míos, la música para él era su mayor pasión, su felicidad. Nunca había hecho caso a tales comentarios pues con toda perseverancia Domisol pretendía demostrar algún día que todos estaban equivocados. Pero lo cierto es que estaba demasiado triste y estuvo a punto de creer que esos comentarios eran ciertos.

A la mañana siguiente, nuestro violín se despertó tan cabizbajo como se había acostado. Era el día del Gran Concierto. No quería ir a verlo, pero algo en su interior le decía que fuera. Le encantaría ver el auditorio repleto de público y, aunque triste por no participar en el concierto, se acercó para sentir el calor de la gente. Se escondió tras el telón y sus ojitos brillantes observaban la gran multitud que permanecía en silencio esperando que el concierto comenzase. Domisol miraba al público y recordó los sueños que nunca había perdido, que se habían difuminado un poco, pero que continuaban en su corazón.

De pronto, una tos comenzó a escucharse, el público esperaba ansioso. Uno de los violines se había puesto enfermo y no era otro que ¡el violín principal! Todos se echaron las manos a la cabeza. Estaba a punto de comenzar el concierto y el mejor violín se sentía indispuesto. Todos los instrumentos se pusieron nerviosos. ¿Qué podían hacer?

Continuará...

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