"La semana pasada tuve que hacerme un reconocimiento médico para entrar a trabajar en Asturiana de Zinc. Me encontraron no sé qué cosa en el corazón que hace un año no tenía. Me mandaron al médico de cabecera. Me dieron un volante. Dice que tengo una enfermedad de corazón, pero me van a ver el 24 de enero próximo. ¡Esto es inadmisible!" El que habla es David Peláez, mecánico de 40 años y con dos décadas de experiencia, uno del medio centenar de extrabajadores de la empresa Ingenería Montajes del Norte (Imsa) que resultaron envenenados por mercurio en el accidente que se produjo a mediados de noviembre de 2012 en las instalaciones castrillonenses de Azsa. "Esto ha sido la gota que ha colmado el vaso: los médicos se han olvidado de nosotros", recalca Peláez. "Hoy empiezo una huelga de hambre", añade. En la protesta -en casa- no va a estar solo: Carlos Martínez, con diez años de experiencia en el sector, también inicia por su parte esta mañana la misma protesta. Los dos se suman a David Román, que lleva ya varios días.

"Lo que pretendemos es que declaren enfermedad profesional la intoxicación por mercurio que sufrimos. Por eso protestamos. Si no estamos para trabajar que nos retiren, pero que nos miren como es debido", explica Carlos Martínez. "No puede ser que pretendan comprarnos a golpe de talonario", se queja. "No tengo ni siquiera fecha para mi juicio. No puedo hacer paradas técnicas porque no puedo aguantar muchos días intensos. Y eso ya lo saben las empresas: no me llama nadie", confiesa.

La "desesperación", aseguran tanto Peláez como Martínez, es lo que les ha llevado a iniciar la protesta más gravosa de todas: la que va contra la salud de uno mismo. "Mi pareja claro que me apoya, sabe muy bien lo que venimos sufriendo. Tengo cuarenta años y en la mandíbula inferior sólo me quedan tres dientes, los otros se me han caído", lamenta Peláez. Uno de los primeros efectos de una intoxicación por mercurio es, de hecho, la caída de los dientes. "Ahora los médicos tratan de olvidarse de nosotros. Resulta que todas las cosas que tengo son casualidad, ninguna viene por el mercurio que inhalamos cuando estábamos trabajando", cuenta.

Los dos trabajadores no quieren caer en el olvido. "Cuando vamos al médico nos dan esta u otra pastillita. Parecemos conejillos de Indias. Llevamos así tres años y parece que no quieren reconocer lo que es evidente: que nos envenenamos por ir a trabajar, por llevar dinero a casa", se lamenta Martínez. "Queremos que se haga visible nuestra desesperación", subraya el trabajador que resultó intoxicado.