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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Importones

El uso de vocablos empleados en Asturias como parte de la lengua castellana y que, en realidad, tienen su origen entre los habitantes de la región

Importones

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Hay palabras que los asturianos utilizamos habitualmente en la creencia de que son del castellano, ese idioma invasor que sólo sirve para que nos entendamos todos los españoles y que, al parecer, no deja a las nacionalidades españolas ser libres ni desarrollar sus idiosincrasias; entre esas palabras figuran algunas como tajalápiz, que sólo entendemos aquí y que hace mucha gracia a los del resto de "automanías", ellos dicen sacapuntas y se quedan tan anchos como nosotros con tajalápiz o simplemente "taja". Cuántas veces en la escuela habremos formulado al compañero la eterna pregunta: ¿Tienes un taja?

De la misma familia podemos citar otra como "importón", para identificar a una persona entrometida, curiosa, metomentodo, que dicen en el resto del país. Contra los excesivamente interesados en la vida de los demás, la solución más utilizada, y la más bruta, es la de mandar al preguntón a tomar por donde se empiezan los cestos, pero la mejor es la de utilizar la ironía para que el interesado caiga de la burra y se dé cuenta de que acaba de meterse donde nadie lo llamaba.

Un forastero que se dejó llevar por el coche y llegó medio perdido a Bildeo, vio a Felicidad la Carneira, de Cá los Carneiros, estirpe bildeana de mucho empuje, pastoreando unas vacas cerca de la carretera; dejó su vehículo estorbando, los chulos nunca aparcan en condiciones, y entró sin llamar para preguntarle de sopetón cuántas vacas tenía.

-Buenas tardes. Vaya una pastora más guapa. Apuesto a que son las mejores vacas de por aquí. ¿Cuántas tienes, né?

Ella lo escaneó de arriba abajo, y eso que en aquella época no se había inventado el escáner, digamos que lo caló como se hace con un jamón o un queso, pero sin necesidad de meterle un rejonazo; otro guaperas que se creía simpático, mucha labia, bien conjuntado, bien plantado, bigote, reloj en una muñeca, pulsera en la otra, la camisa entreabierta por donde asomaba la pación sin segar, una sonrisa amplia dando algún que otro brillo dorado... Era el modelo habitual.

Felicidad era una moza con una belleza rural en la que no aparecían maquillajes ni otros adornos aparte de su media melena rubia asomando bajo una pañoleta toda floreada, unos pendientinos de perla y las mejillas un pelín arreboladas; la rondaba algún pretendiente, era guapa y de buena casería, dos argumentos muy a tener en cuenta a la hora de juntar novios y posesiones, pero también era de armas tomar, había cursado varios años de pugilato con sus hermanos y era capaz, de acuerdo con su apellido, de embestir al paisano más cojonudo y tumbarlo en un suspiro; pero bueno, esas facetas de su carácter las exhibía raramente, no le hacía falta prodigarse, habitualmente era de lo más simpático y agradable, así que aquel día tocaban pares y puso buena cara al importón ante su indiscreta pregunta para responderle con elegancia.

-¿Qué cuántas vacas tengo? Pues vera...

Dos que están preñadas,

dos que no lo están,

dos que dan la leche

y dos que no la dan.

"Túvote bien, ahora vuelva por otra", que diría cualquiera con buenas entendederas.

Con aquel problema matemático en forma de adivinanza ya no hubo más historia ni conversación, el forastero desapareció como una exhalación; Felicidad todavía recuerda al galán.

-Cuando arrancó, echaba más fumo él que el coche.

Otro ejemplo de importón toreado tuvo como protagonistas a un grupo de vecinos que tomaban unos vasos de vino en la bodega de Francisco el Taberneiro, mientras echaban una al tute y hablaban de las últimas cacerías en las que habían participado, todas ilegales, y que les habían costado buenos disgustos a los furtivos de la localidad, integrantes de la Peña'l Desastre, grapados in fraganti en numerosas ocasiones por la Guardia Civil con venados, corzos y jabalíes recién abatido; eso sí, siempre cayeron con todo el equipo y les costaron aquellas bromas media casería a cada uno entre gastos de juicios, abogados, viajes y sanciones.

Estaban comentando aspectos de aquellas costosas cacerías y en esto que llega otro vecino, Santiago el Soplón, lenguatero profesional, a meter baza sin que nadie hubiera solicitado su presencia ni pedido su opinión. Manolón Fardel, que intentaba dar la seña del caballo a sus compañeros de partida y estaba muy quemado por las multas, no se le tiró a la yugular, posibilidad temida por los demás, que se mantenían en prevengan para evitar cualquier asesinato, por muy justificado que estuviera. Manolón, con una educación digna de mejores instancias, rejoneó al importón:

-Santiago, mi mujer y yo estamos pensando en cambiar las cortinas de la cocina; has de venir por casa, a ver de qué color quieres que las pongamos.

Seguiremos informando.

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