"Cuando eres pequeño te dicen que todo es... crece, encuentra un trabajo, cásate, consigue una casa, ten un hijo, y eso y aquello. Pero la verdad es que el mundo es mucho más raro que eso. Y mucho más oscuro. Y mucho más loco. Y mucho mejor". El doctor del "Doctor Who", el extraterrestre más británico de todos, sabe de la vida más por diablo que por viejo, aunque viejo lo es un rato. Tanto que se le cambia la cara, las cartas y los aplausos. Sabe decir las cosas cuando hay que decirlas. Se despide de Rose Tyler con una buenaventura: "Antes de irme sólo quiero decirte que eres fantástica, absolutamente fantástica y, ¿sabes qué? También yo lo soy". Arsa. Pero luego le pone una comunicación desde el espacio sideral. "Estoy quemando un sol para decirte adiós". Olé. Los señores del tiempo tienen tiempo para sentirse solos, poderosos y fuera de lugar. Los superhéroes también tienen corazón. El Doctor, dos... así no hay manera de conquistar el mundo.
Las aventuras del Doctor comenzaron en 1963, el día siguiente del atentado de Kennedy. El asesinato contraprogramó un estreno que iba a ser descomunal. Ha pasado medio siglo: el señor del tiempo ha viajado por el tiempo, por el espacio, por la historia y por su propia ausencia de manera alocada o sencilla... La vida es larga, pero, a veces, no da tiempo a decir lo que de verdad uno quiere decir. El Doctor cura el mundo y lo hace en compañía de la pureza enamoradiza. El mundo no es tan grande, a fin de cuentas, como la imaginación tiene previsto. "Al final todos somos historia. Hagamos que la nuestra sea una buena, ¿eh?", le propone de nuevo a Rose, antes de su despedida. Somos el cuento que nos relatamos, la historia de una suma de historia. El pasado ya no es lo que era.
