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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Experiencias escabrosas

La incruenta ceremonia por la que pasaban los niños del concejo, conocida como "las cabras de Juan Barbero" y carente del más mínimo boato

Experiencias escabrosas

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Los críos de Bildeo pasaban en su tierna infancia por una ceremonia incruenta y desprovista de boato; se trataba de un acto sencillo denominado "las cabras de Juan Barbero", una suerte de bautismo pagano ancestral con bastante más sentido que esos acogimientos civiles de guajes, inventos de alcaldes "democráticos" con poco que hacer, que sirven también para bautizar perros y gatos, chorradas en las que participan los medios de contaminación como palmeros; los ediles actuales, posmodernos ellos, cambiaron de onda y se entretienen quitando santos y procesiones. ¡Vaya tropa!

"Las cabras de Juan Barbero" sólo es un juego infantil, pero si nos siguen vacilando con bautismos civiles e inventos similares, ni un paso atrás: defenderemos con uñas y dientes las raíces históricas de Juan Barbero y su rebaño.

En Bildeo nunca faltaba alguna persona mayor haciendo cucamonas a los rapacinos. Hoy día nadie lo practica porque el crío más pequeño acaba de jubilarse, pero en tiempos el asunto de "Las cabras..." solía correr a cargo del abuelo, que llamaba la atención del novicio, nieto, nieta o cualquier otro infante disponible, advirtiéndole de que había de estar quieto para un acto muy importante:

-Esta es una ceremonia que se lleva celebrando en Bildeo "desde los tiempos de la reina mora, cuando los animales hablaban como ahora".

Si la víctima no estaba por la labor, se suspendía la iniciación hasta mejor ocasión, no se forzaba nada; en caso de aceptar, el abuelo adelantaba el dedo índice hacia la cara de la criatura y empezaba a pasarlo despacio, rozando apenas, provocando un cosquilleo que obligaba al ganado menudo a bajar la barbilla, intuyendo alguna inocentada o cosa similar; el dedo iba recorriendo lentamente el contorno de la cara infantil, empezando por la frente, bajando por la mejilla hasta el mentón, zona cosquillera de toda la vida, por donde el dátil pasaba de largo y subía por el otro lado hasta la frente de nuevo, no menos de tres vueltas, mientras se recitaban con mucha pompa y circunstancia los versos siguientes, tomándose su tiempo:

"Las cabras de Juan Barbero, van todas por un sendero,

siguiendo al castrón de la llueca (cencerro) que va el primero,

comiendo las hojas de avellano y dejando las de salguero.

Juan Barbero me afeitó... ¡¡¡Y un pelito me dejó!!!".

En ese momento, el abuelo hacía coincidir el final del recitado con un nuevo paso del dedo índice por la barbilla del incauto, pero en esta ocasión, en vez de continuar ascendiendo por el otro lado, entraba por debajo del mentón en busca de "ese pelito" que el incompetente Juan Barbero había dejado sin afeitar, justo donde la nuez. En lugar del pelito, el abuelo encontraba las cosquillas almacenadas en el cuello del chiquillo, que bajaba la cabeza tratando de esconder aquel hueco lleno de risa que brotaba a carcajadas.

-¡Dino, hay que traer las cabras!

Bernardino, 18 años, estaba afeitándose los cuatro pelos dispersos que no formaban parte del bigote, al que dejaron aislado, ellos iban por libre. Estaba preparándose para ir a la romería de un pueblo de allí al lado... cuando escuchó la orden categórica de Carme Fonso, la jefa de la casa.

Palabra de Dios. Ahogó unas jaculatorias salpicadas de cagamentos, era inevitable traer el rebaño, la madre que las parió. Afeitado, pero con la ropa de faena, tiró para el monte, a ver si las cabras no se ponían muy cabronas y se dejaban llevar de vuelta a casa. Las alcanzó en un cuarto de hora y, al verlo llegar, ellas solas comenzaron a descender, poco a poco, hacia el corral; pero la felicidad nunca está completa, una cabrita blanca emprendió una excursión hacia las alturas y en vez de ir por la vereda tropical, como dice el bolero, se metió por lo peor, entre árgomas, unos arbustos armados de espinas apuntando en todas direcciones, uno de sus manjares predilectos.

La persiguió un buen rato, pero la cabrona de la cabra cada vez se enrocaba más. Cogió una piedra del calibre adecuado, cien gramos, y se la lanzó rabioso con su acreditada puntería, contaba varias trastadas en su haber, con la mala suerte de acertarle en una pata y rompérsela. La cabra entendió el mensaje, fue bajando como pudo, berrando lastimosamente, con la pata bailando en el aire, y se reintegró al rebaño.

Bernardino no dijo ni pío del asunto, se acojonó; a ver quién explicaba en casa lo ocurrido. A la mañana siguiente, Carme se fijó en la cabra mancada:

-Esa cabritina tiene rota una pata; algún castrón cabrón se lo hizo.

-Sí, seguramente un castrón la embistió, cayó rodando por la pendiente y rompió la pata, -confirmó Bernardino, tragando saliva con dificultad. Fue una experiencia escabrosa que nunca olvidó.

Seguiremos informando.

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