"Voy a gastar mi tercer y último cartucho. Si esta vez las cosas no me sale bien, me hundo". Pronuncia estas palabras Hugo -nombre ficticio-, un avilesino con los cuarenta cumplidos que ha hecho de la calle su hogar. De crío, cuando jugaba junto a la calefacción, jamás pensó que su colchón sería de cartón. "Eso nadie lo piensa. Ningún niño dice que de mayor quiere ser heroinómano, ladrón o vagabundo. Nadie elige la calle, pero todos podemos acabar tirados", advierte este hombre que fue muchas cosas en la vida, entre ellas, asegura, militar profesional de la Brigada Paracaidista destinado en Bosnia, cuando en Bosnia llovían bombas.

Hugo nació en Gijón, pero pronto se trasladó con su familia a la comarca de Avilés. Hasta los once años fue un crío feliz. Sus padres tenían un comercio y las cosas marchaban bien. "Pero en los ochenta mis padres se divorciaron. Debió ser uno de los primeros divorcios que había en el pueblo. Yo era un chaval tímido y aquello me afectó mucho", confiesa. Aún imberbe, Hugo comenzó a relacionarse con otros chavales "que también tenían situaciones difíciles en casa". "Yo no era gamberro, pero si me mandaban tirar una piedra la tiraba y si me decían que me tirara al río, lo hacía", expresa.

Sus estudios se resintieron. Sacó el Graduado escolar y se matriculó en FP (Formación Profesional) en Valliniello. "Administrativo era para listos, peluquería para maricones... Así que me quedé con mecánica. Pero resultó que todos los gamberretes iban a mecánica. En aquella época, Valliniello era el 'Bronx'", reconoce. También por aquel entonces fumó su primer canuto. Pero las drogas no eran lo suyo. Su pasión era la bicicleta. Estaba federado y despuntaba como ciclista. "Nunca me impliqué en nada tanto como con la bicicleta", dice. Sacó FP y se matriculó en un módulo de chapa y pintura, pero fue a clase solo tres días. "Mi madre, con la que vivía, se hizo alcohólica y aquello me desbarató. Dejé de saber qué sentido tenía mi vida", lamenta. Durante unos meses, siguió huyendo de la realidad en bicicleta. "Tenía ilusión de llegar a ser algo y tenía posibilidades", manifiesta. Pero su ilusión se truncó.

"Mi padre me buscó un curro. Con 17 empecé a ganar mucho dinero y así estuve un año, doce meses horribles: mi padre rehizo su vida y mi madre cada vez bebía más. Cuando llegaba del tajo me la encontraba tirada en la calle. Un día reventé, dejé el trabajo y me encerré con ella en casa", cuenta. Aquello fue, a su modo de ver, el principio del fin. Este avilesino se sentía preso en su casa y, en 1993, decidió dar un giro a su vida. Se presentó a la primera convocatoria que realizó Defensa para configurar el Ejército profesional y entró en la Brigada Paracaidista. Hizo la instrucción en Alcantarilla (Murcia) y luego estuvo destinado en Alcalá de Henares. De la comunidad madrileña lo destinaron a Bosnia.

"Teníamos la base en Dubrovnik (Croacia) y de allí nos daban destino. Yo de aquella no me drogaba mucho porque seguía obsesionado con la bici, aunque probé la coca para hacer saltos, creía que me daba seguridad. Allí había de todo: alcohol, canutos, la droga que quisieras... En Bosnia, gané mucho dinero y además se sacaba pasta trapicheando. Podías cambiar un cartón de Malboro por 18.000 pelas o un 'kalashnikov. En Bosnia lo pasé bien, esa es la verdad", relata.

De nuevo en España, decidió alejarse del Ejército, y su vida dio un nuevo giro. "Hubo gente que supo invertir el dinero que ganó en Bosnia y otros que no, como yo, que fui capaz de fundir medio millón de pesetas en un fin de semana de fiesta", cuenta. Hugo regresó a Asturias e hizo nuevas amistades. "Casi sin saberlo estaba enganchado a la coca y di un paso más: la heroína", admite. Empezó probando unas pastillas llamadas "Rubifen". Después, fue diagnosticado de Hepatitis C y empezó a tener problemas con sus familiares. "Andaba con lo peor de lo peor. Robé e hice de todo. Si no estuve preso fue de casualidad", asiente. Así pasó cinco años sin rumbo. Hasta que un día conoció a la que hoy es su exmujer y tuvo familia. "Estuve en un centro de desintoxicación pero, como se suele decir, 'yonki' mal curado, alcohólico asegurado", puntualiza. Hugo encontró trabajo, y también la falsa compañía del alcohol. "Al principio bebía una botella de 'Beefeater' que compraba en el súper, pero de ahí pasé al vino. Me separé y regresé con mi madre", cuenta.

Consiguió alejarse de las drogas. Pero la que él llama mala suerte volvió a cruzarse en su camino. "Me avisaron de un curro para azulejar una casa, pero la putada fue que el dueño era un traficante. Una día me invitó a un 'nevadito' y dije que no, al día siguiente volví a rechazar la invitación y al tercero caí. Cuando me di cuenta estaba cobrando en especies y luego trabajando para pagar la droga", lamenta. Volvió a salir del pozo, otra vez más. Ahora dice que no se droga.

"Me quedaron tantos pufos que aunque tenga tres vidas no podría pagarlos. Me quedé en la calle y aquel crío de una familia privilegiada empezó a dormir en un 'chupano', en una carbonera donde me escondía porque tenía miedo a morir, a que me mataran", reconoce. Ahora Hugo pasa temporadas en el albergue de transeúntes de Avilés, que esta semana ha programado diferentes actividades coincidiendo con el Día de las Personas sin Hogar. "Aquí me tratan bien pero no puedo estar aquí lo que me quede de vida", precisa.

A Hugo le gustaría rebobinar y orientar sus pasos en otra dirección. "Si hubiera seguido con la bicicleta". Suspira, y hace un largo silencio. Ahora le gustaría recibir una prestación económica o, mejor aún, tener un trabajo que le permitiera alquilar una habitación y pagar una entrada de cine a sus dos hijos. "Sé que puedo mejorar pero necesito una oportunidad", concluye este hombre dispuesto a aprovechar su tercer cartucho.