La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La mansión de los cuentos

Invento navideño

La innovadora creación del poderoso empresario Señor Eduard para las fiestas y la lección de la pequeña Andrea

Ratonchi, ataviado con ropa navideña.

Queridos amigos, la Navidad se acerca y Ratonchi está un poco nervioso. En unos días se estrenará su nueva aventura y las librerías se llenarán de ratoncitos. Pero mientras tanto, nuestra amiga la bruja buena Peladilla consiguió que tanto Ratonchi como Albertín estuviese un buen rato tranquilos mientras escuchaban con atención este cuento navideño.

El Señor Eduard era un poderoso empresario de unos famosos grandes almacenes. En su afán por innovar y ganar aún más dinero del que ya tenía, comenzó a pensar qué nuevo producto podría vender esas navidades. Quería inventar algo nunca visto, algo que le permitiese llenar sus galerías de compradores.

Dedicaba horas a discurrir qué podría vender, pero no se le ocurría nada nuevo: -¿Un árbol de navidad de oro?... no, sería demasiado caro...- pensaba- ¿espumillón que alumbre en la oscuridad? ¿Un muñeco de nieve que cobre vida?... ¿Un Papá Noel que limpie la casa?

No cesaba de pensar y pensar hasta que un día, en plena noche mientras dormía, tuvo una revelación. Despertó sobresaltado y gritando de alegría:

-¡Ya lo tengo! ¡Genial! ¡Por fin sé lo que me hará más rico esta Navidad!- Entusiasmado se levantó de la cama de un salto, tomó su libreta de notas y comenzó a escribir y dibujar la idea que había tenido en su sueño para que no se le olvidase.

Era aún de noche, pero estaba tan eufórico que no podía dormir. En silencio para no despertar a sus hijos ni a su mujer, cogió su abrigo y su sombrero y se dirigió a sus grandes almacenes para comenzar a trabajar en su proyecto. Estaba muy alegre y entusiasmado.

A mediodía su invento ya estaba listo, sería todo un éxito, pensaba Eduard. Lo sacaría al mercado un par de semanas antes de la navidad.

Llamó a todos sus empleados y a su familia para presentarles con orgullo su nueva creación. Todos estaban muy intrigados.

Eduard había inventado un instrumento para que las personas no tuviesen que invertir tiempo en poner los adornos navideños. Accionando un simple botón, la máquina desplegaba el árbol, colocaba las bolas, el espumillón, las luces, la estrella de la cúspide y demás ornamentación típica. Así la gente no perdería el tiempo en esos asuntos navideños, pensaba el empresario.

Pero se dio cuenta que su invento fue todo un fracaso económico. La gente no compró ni uno. Eduard estaba muy triste, no comprendía en qué había fallado. Hasta entonces siempre habían tenido mucho éxito sus innovadores productos. Creía que su invento sería todo un éxito y sin embargo fue un verdadero desastre. Todo su esfuerzo y sus esperanzas habían sido en vano. Estaba demasiado triste, su familia nunca lo había visto así.

Ese día decidió irse a casa caminando, con paso melancólico y sereno. Cuando llegó, todos dormían menos su hija menor, Andrea, que esperaba cariñosa su llegada. Eduard abrió la puerta con sigilo para no despertar a los suyos, pero su pequeña corrió a sus brazos.

-Deberías estar dormida mi pequeña- dijo el empresario con gesto cansado.

-Papi- comenzó la pequeña- sé que estás muy triste y eso no me gusta. Tú eres el mejor empresario del mundo, tus invenciones son las mejores y todos los clientes quieren comprar en tu galería. Todos estamos muy orgullosos de ti.

-Ya cariño, pero esta vez he fracasado- añadió Eduard.

-No es cierto, papá- contestó la pequeña- tu nuevo producto no ha gustado y el motivo es evidente.

-¿Ah sí? ¿Cuál es?- preguntó el padre intrigado por conocer la respuesta de su hija.

-Muy sencillo, a las personas nos gusta colocar el árbol de navidad en compañía de nuestros seres queridos. Es una excusa para reunirnos, merendar y compartir momentos y recuerdos que perdurarán en nuestros corazones. Por lo que si una máquina nos los evita, nos quitaría vida y felicidad. ¿Comprendes ahora, papi?

Eduard no tuvo palabras para responder a su pequeña. Se quedó más pensativo de lo que ya estaba. Acompañó a Andrea a su cuarto, la arropó y le dio un beso. Esa noche el empresario tampoco dormiría.

A primera hora de la mañana Eduard acudió raudo a sus grandes almacenes. Se deshizo por completo de todas las máquinas que había creado y colgó en la puerta el cartel de "cerrado". Compró el árbol de navidad más grande del mercado y se dirigió a la plaza del pueblo con él. Desde allí llamó a todos los vecinos, a sus empleados y por supuesto a su familia. La gente acudió extrañada ante tal llamada. El empresario pronto se vio rodeado entre la multitud. Todos le miraban y aguardaban en silencio a que Eduard hablase.

-Amigos, quiero daros las gracias por venir y quisiera deciros que me he equivocado. Quería ser aún más rico y el dinero me cegó. Pero gracias a un corazón tan puro y limpio de avaricia como el de una niña, pude comprender mi error. El dinero no lo es todo, pero la compañía de nuestros seres queridos si, y no lo podemos cambiar por nada, así que...

¡Pongamos todos juntos nuestro árbol navideño! -dijo finalmente el empresario.

Todos los ciudadanos que allí le acompañaban rieron y aplaudieron sus palabras. Juntos adornaron el gigantesco árbol Navideño que Eduard había puesto en la plaza. Compartieron unos momentos felices que quedarían grabados para siempre en sus recuerdos y en sus corazones.

Compartir el artículo

stats