"No había ni Betadine". Las circunstancias con las que la enfermera María Jesús de los Bueis y el cardiólogo Víctor Rodríguez Blanco se encontraron en sus voluntariados sanitarios en Angola, Bolivia y Camboya parecen sacadas de una pesadilla. Y, pese a ello, en sus fotos los niños sonríen con ganas de aprender y de vivir. De los Bueis y Rodríguez expusieron hace unos días sus experiencias en el auditorio del Hospital Universitario San Agustín, con un buen número de estudiantes como testigos. Tal como señaló el doctor Rodríguez Blanco, otros profesionales del área sanitaria III han colaborado en estos proyectos sanitarios en países con graves carencias durante los últimos años.

En 2003, María Jesús de los Bueis, que trabaja con la ONG Jóvenes y Desarrollo, fue a Bolivia. "El hospital era muy pobre y estaba a medio construir", relata la especialista. "La gente estaba en la calle haciendo cola", añade. Muchos de los pacientes iban a intervenirse de malformaciones, y la pobreza era tal que, habitualmente, los voluntarios tenían que ir a comprar la medicación, porque no había ni en el hospital ni tampoco la podían conseguir los propios necesitados.

"Yo siempre tuve ganas de ir a Sudamérica, pero lo que menos se me pasaba por la cabeza era ir a África", reconoce De los Bueis. Y, sin embargo, se trasladó al continente negro, a donde la envió la ONG Jóvenes y Desarrollo. Concretamente, su destino fue Angola. "Me dijeron que la situación era tétrica, que necesitaban gente de sanidad. Y allí acabé. Nunca podré agradecer la experiencia que tuve", añade la enfermera. En aquella nación se encontró con un olor pestilente a cloaca en una de las ciudades más cara del mundo, donde alquilar un apartamento de 50 metros, en condiciones paupérrimas, costaba más de 1.000 euros.

De los Bueis fue a trabajar a una ciudad emergente al lado de la capital, sin alcantarillado, agua corriente ni tampoco recogida de basura. "En medio de toda esa marabunta se encuentra el centro de salud, muy precario, donde se ponen vacunas, se diagnostica el paludismo y poco más", comenta. Ella se pasó un mes entero enseñando a hacer extracciones de sangre. No tenían compresores para el brazo y los hicieron con ruedas de coche.

Existen en Angola, explicó, casas de acogida para intentar sacar a los niños de la calle, y apartarlos de la droga. "Para ellos es un lujo dormir a techo, sin colchones ni nada", afirma. Otra instalación que es "el orgullo del mundo salesiano" es una escuela para 14.000 alumnos, que abre a las seis de la mañana y cierra a las doce de la noche. "La gente tiene muchas ganas de aprender, de estudiar. Organizas cualquier cosa y tienes cola", relata la especialista. En todas las actividades que organizada la ONG Jóvenes y Desarrollo, la formación comenzaba con una charla sobre el sida, educación sanitaria y los derechos humanos. "No sabemos apreciar lo que tenemos", concluye De los Bueis.

La experiencia que relató Víctor Rodríguez Blanco está ligada a Camboya, el pequeño país asiático que se encuentra entre Tailandia y Vietnam. Además de encontrarse a más de 10.000 kilómetros de España, existen con cualquier rincón de Europa importantes deficiencias socioeconómicas.

La pasada dictadura de Pol Pot aún marca las actuales condiciones de vida de Camboya. "Tenía la teoría de que los camboyanos tenían que dejar las ciudades e irse a los pueblos", explica Rodríguez Blanco. "Expulsó a la gente de las ciudades y fue matando no sólo a quienes estaban en contra de él sino a quienes suponían riesgo: médicos, arquitectos, maestros, ingenieros... en unos años se quedó Camboya sin nadie que pudiera colaborar en el avance del país", añade. El segundo condicionante son las minas antipersona, que siguen dejando mutilados actualmente. Y el tercer rasgo que determina a Camboya es su vecino Vietnam, comparativamente mucho más rico y que controla gran parte de su actividad.

"Llama la atención su carácter caótico y que, viviendo en la pobreza, siempre te reciben con una sonrisa. No existen coches, muy pocos de alta gama y el resto son motos donde pueden ir cuatro o cinco personas", describe el cardiólogo. "En cuanto a la sanidad, es muy mala, con muchísimas carencias. Hospitales sin colchones en las camas, techos opcionales...", prosigue. Ése es el contexto en el que él prestó su voluntariado, en contacto con la labor del jesuita asturiano Kike Figaredo para ayudar a los mutilados por las minas antipersona.