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MARISA GARCÍA GARCÍA | HOSTELERA, DUEÑA DE CASA MARISA

Chigrera de la raíz a la punta

Marisa García lleva casi dos décadas al frente de la sidrería que lleva su nombre y cuarenta años cortando el pelo en Avilés

Marisa García, tras la barra de su restaurante. MARA VILLAMUZA

"Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su enorme trasero. Doña Rosa dice con frecuencia 'leñe' y 'nos ha merengao'. Para doña Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás". Pero esta es doña Rosa, la de "La colmena", que es novela de relumbrón y apetito realista, obra maestra de posguerra y libro memorioso en los manuales de Bachiller (o lo era). Marisa García García, la perfilada de esta semana, va de otro rollo. Lo de las mesas lo cumple, pero no lo de leer folletines en una banqueta de la cocina, que es otra virtud con que pintó a su hostelera inmortal el premio Nobel Camilo José Cela en la época en que todavía merecía la pena seguir su lectura. Marisa García se pasea por entre las mesas de su sidrería y habla aquí, abronca allá y cuando sonríe, sonríe. Y los clientes van y vuelven y todos regresan.

Todo esto sucede desde hace más bien poco tiempo. Marisa García es chigrera, pero en verdad empezó como peluquera. Y no le fue mal. Peinaba hijas de marquesas y esposas de siderúrgicos el domingo mismo de las bodas de sus niñas. Marisa, eso sí, nunca ha parado y no parece que lo tenga pensado para fechas más o menos cercanas. Marisa es así. Quien la conoce lo sabe. Y esos hacen mucha cantidad.

Nació en Heros en 1950 y de Heros se sigue sintiendo, aunque por cosas de la vida. Que Miranda imprime carácter. Allí está la casa familiar, allí está medio pasado suyo. José García, su padre, era de Castrillón y se ganó la vida siempre como carpintero, negocio que heredó el hermano de Marisa (José Manuel) y sus hijos, esto es, los sobrinos de la chigrera de la avenida de Alemania, verdadera institución del ocio a la hora de comer, acomodadora de conversaciones de relumbrón, conciertos de tonada o despedidas hasta siempre.

María Luisa García, la esposa del carpintero, era de la propia aldea de Heros. "Así que soy avilesina de toda la vida", se titula Marisa García, la propietaria de Casa Marisa, un bar como escenario fijo que sólo cambia cuando los personajes protagonizan una, esta o aquella historias. Marisa García lo sabe. Lo único que no cambia de su bar es ella misma. Ella, que se pasea por entre las mesas, pero también el serrín y los camareros con camisa blanca. Un culín más.

Hasta llegar a este punto tuvieron que pasar algunas cosas, por ejemplo, que su casa fuera el centro de Heros (era la del molino), que la regentara el carpintero del lugar? Marisa García se formó en el Luisa Marillac, el colegio de monjas de Miranda, que le pillaba más o menos ahí al lado.

Y las cosas comenzaron a cambiar cuando tenía 12 años, en el momento en el que el carpintero enfermó de gravedad. Murió muy deprisa. José Manuel García, el hermano de Marisa, se acababa de casar y ella, una guaja, tuvo que madurar tan deprisa como se fue su padre. Y así no se hacen las cosas.

-Le llevamos a Madrid para que le trataran. Gastamos lo que teníamos y lo que no teníamos.

Y al final el tumor fue la primera piedra de la pérdida y, al tiempo, la primera de la reconstrucción: Marisa se hizo peluquera.

Por entonces las niñas aprendían a base de trabajar: lavar cabezas, lavar toallas. Las primeras fueron en la Peluquería Feli, en el Carbayedo. Pasó luego por otros locales: en la calle de La Cámara, en El Parche, en el piso de arriba de la antigua confitería Llana. Y todo con un camino cierto: la independencia. Eso sucedió hace cuarenta años. De entonces es Peluquería Marisa, en Llano Ponte, el otro negocio que mantiene la mujer que se pasea por entre las mesas de Casa Marisa.

Y, entre medias, apareció Secundino Fernández "Cundi", quien fuera su pareja un montón de años y el que la introdujo en la hostelería.

-Tampoco es que él supiera demasiado: venía de la industria auxiliar -aclara la hostelera.

Entre una cosa y otra, "Cundi" y Marisa fueron socios durante quince años. "Siempre en el local de la avenida de Alemania, que recientemente terminé de pagar", aclara la empresaria. La sociedad se rompió cuando "Cundi" hizo las maletas y se fue a Málaga. Casa Cundi se fundó en 1984 y en 1998 el bar cambió de nombre: el que tiene ahora, el de la dueña del chigre.

Y nunca ha dejado la peluquería: "Son negocios distintos", dice. El chigre, claro, es más cercano. "Pero en la peluquería tengo clientas de años y paños", asegura. "Me decían que no iba a durar seis meses en el bar. Y aquí sigo, por amor propio. Y también porque los años en la peluquería me dieron mucha mano izquierda: a cada cliente hay que mimarlo como cada cliente quiere que se le mime. No todos son iguales", sintetiza. Y desde luego que no: sirve a abogados, a políticos, a empresarios de primera, a peones de obra? Y todo esto lo dice con la satisfacción del deber cumplido, saliendo del salón pequeño y atendiendo la llamada de un camarero. La vida no se detiene en Casa Marisa. Ni siquiera aquella noche en que unos malos la ataron a una silla, la condujeron a la cocina y amenazaron su vida por el resultado de un día de caja. "Pero ahora todos los días son buenos", promete.

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