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Albertín y el xato (y 2)

La reacción del pequeño avilesino al comprobar que su "mascota" preferida no era un perro y la necesidad de cuidar siempre a los animales

Alumnos del colegio de las Doroteas, tras una clase de lectura dedicada a los personajes de los cuentos de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés.

Hola amigos y amigas, aquí estamos como cada miércoles contando un cuento; esta vez, se trata de la segunda parte de "Albertín y el xato".

Recordad la extraña situación de Albertín cuando sus padres lo llevaron a un albergue de animales para adoptar a un perrito y el pequeño, de ideas fijas, tenía muy claro cuál era el "perro que quería". Así continúa la historia...

-¿Qué pasa, Albertín?

El niño estiró su brazo, su dedo índice señalaba a un punto fijo tras la ventana del vehículo.

-¡Guauguau! ¡guauguau!, -decía feliz el jovencito.

Sus padres miraban a través de la ventana intrigados, pues no veían por los alrededores ningún "guauguau", que diga perro.

-¡Guauguau!, -continuaba insistente el pequeño.

-Pero Alberto, ¿dónde ves tú un perrín?, -dijo intrigada su madre.

Entonces, el pequeño agarró la cara de su madre y la giró hacia el punto exacto.

Los padres se percataron de lo que Alberto veía.

-Pero chico, ¡eso no es un perro, es un xato!, -dijo el papá entre risas.

Sus padres se miraron y comenzaron a reír. Alberto es muy simpático; y que pensara que un xato es un perro, a los papás les resultó extremadamente gracioso. Pero no le pareció eso a Albertín, que comenzó a llorar desconsolado al ver que sus padres le ignoraban y también se reían.

El papá estacionó el vehículo. Mientras sacaban a Albertín de su sillita, éste continuaba llorando y pataleando. Solo señalaba al xato y lloraba más aún.

El xato vivía en la casa de al lado, bueno, dentro de la casa no, más bien fuera, en el "prao". Lo cierto es que llevaban días sin ver a nadie que se ocupase del animal en esa finca, y ahora que se habían fijado, empezaban a preocuparse.

Alberto se metió en casa y, durante las siguientes horas, no hizo otra cosa que estar apoyado en el cristal de la ventana viendo al animal, dejando de paso las huellas de sus manitas y nariz sobre el ventanal.

Alberto estaba empeñado en que ese xato era un perro, y no un perro cualquiera, sino el perro más bonito y elegante del mundo.

El xato pacía tranquilamente en el prado. Tenía una vida muy apacible. Se pasaba el día tumbado al sol, espantando las moscas con su rabo y comiendo hierba y flores. Para Alberto era la criatura más maravillosa que existía.

Sus papás estaban perplejos. Albertín tenía mucha imaginación, pero tener ese amor casi enfermizo hacia un xato, no les parecía muy normal. Nunca lo habían visto llorar durante tanto tiempo.

Los papás comenzaron a hablar sobre el vecino, el dueño del animal. Hacía mucho que no aparecía y no era normal. Se preocuparon, pensaron que quizás le hubiese pasado algo malo. Tenían su teléfono, así que le llamaron. El papá fue el que habló con él. Cuando la conversación telefónica finalizó, se había quedado pálido, sin habla. La mamá estaba muy intrigada, quería saber lo que ocurría.

Al vecino le había tocado la lotería y estaba a punto de embarcar con destino a Hawái. La conversación había sido muy rápida y su última frase quedaría grabada en la mente del papá para siempre: "Cuidadme al xato" . Esas habían sido las últimas palabras de su vecino.

-¡Qué suerte!, -dijo la mamá.

-¡Qué imbécil, dejar solo y desatendido a su animal!, -añadió el papá. -Ahora debemos cuidarlo como se merece.

Cogieron unas zanahorias y pan; lo que encontraron en la cocina en ese momento, y lo metieron en una bolsa.

-¡Albertooooo ven!, -le llamó su papá.

El pequeño estaba a punto de escuchar las palabras más maravillosas que sus oídos podían escuchar:

-¿Te vienes a dar de comer al xato?, -le preguntó su papá, sonriente.

La risa de Albertín volvió a aparecer. Esas palabras habían sonado como música celestial para sus oídos. Sus ojitos dejaron de llorar y la felicidad volvió a reinar en su cuerpecito. Su mamá pasó la mano suavemente por su carita para limpiarle las lágrimas. Albertín se agarró fuertemente de la mano de su papá y de su mamá y fue feliz dando saltitos hacia el prado del vecino. Allí se encontraba el animal.

-Mira, Alberto, -decía su mamá, -es un xato.

-¡Guauguau!, -gritó el pequeño, lleno de felicidad. Soltó la mano a sus papás y corrió hacia el animal. Se abrazó a una de sus patas con todas sus fuerzas. El animal bajó la cabeza, con sus ojos llenos de bondad y nobleza, miró al pequeño durante unos instantes, se acercó a su cara con la boca abierta y le dio un lametón en la cara.

Albertín reía sin parar. Los dos se miraron fijamente unos segundos y se sonrieron. Desde ese momento, el pequeño sabía que estaban hechos el uno para el otro y que nunca, nada ni nadie, les separaría.

Los papás miraban la escena sin dar crédito. Era una situación surrealista, pero con Albertín todo es posible. Desde ese día el pequeño no se separó nunca de su xato, al que llamó "Palomo".

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