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A dos pasos | La península de Nieva

Vigías del Cantábrico al abrigo de un museo

Los vecinos de San Juan, Llodero, El Arañón y Nieva ansían que el futuro centro expositivo dedicado al Cañón de Avilés avive un territorio ahora yermo a caballo entre tres administraciones

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Reportaje San Juan de NIeva

San Juan de Nieva, el San Juan "de acá", el de la margen derecha, tiene cada baldosa sometida a una administración. Avilés, Gozón y también la Autoridad Portuaria se reparten la tarta de un pueblo que en sus orígenes no fue tal sino almacén de carbón de la Real Compañía Asturiana de Minas, que crecía en el San Juan "del otro lao", el de la margen izquierda, que pertenece a Castrillón. "Tres casas son el origen de esta localidad que empezó a despuntar a finales del año 1800", explican los vecinos que miran a la ría desde el faro de Avilés, una luz de polémico deslinde que ahora alumbra la esperanza de los aproximadamente doscientos vecinos que viven entre San Juan, el Arañón, Nieva y Llodero: el cañón de Avilés, la gran sima abisal avilesina que de importante que es tendrá hasta museo. Y ese centro de interpretación prevé construirse en el antiguo edificio de Astilleros Ojeda y Aniceto, en el San Juan "de acá", como dicen los lugareños.

En este pequeño pueblo de marqueses -Alfonso de Maqua García-Varela es el tercer marqués de San Juan de Nieva, un título que concedió la regente María Cristina a su tatarabuelo en el año 1893- viven ahora unas cuarenta personas en veintidós casas abiertas. Pero allá por los años setenta del pasado siglo existieron dos bares, dos tiendas, una lancha que cruzaba la ría cada día más industrial y muchos trabajadores, la mayoría vinculados a un astillero engarzado al corazón de unos paisanos que se consideran hijos del mar. San Juan de Nieva, que debe su apellido a la península donde está asentado, es actualmente una postal ocupada por pensionistas que si pasean junto a la ría están en Avilés y si lo hacen por la calle del interior, en Gozón.

"Aquí hubo cuartel de la Guardia Civil, restaurantes, modista y también escuela", defienden los vecinos. Los críos pasaron a estudiar allá por 1999 al poblado de Endasa, luego a Valliniello y ahora los "cuatro rapacinos que tenemos estudian casi todos en Avilés". En San Juan queda un estanco y una casa rural, nada más. Por eso confían en que el Museo del Cañón de Avilés revitalice el pueblo. El proyecto es ambicioso, e incluye recuperar los trayectos en barco desde el puerto deportivo a San Juan de Nieva.

"Si sale adelante esta iniciativa, como así esperamos, deberán ampliar el aparcamiento", manifiesta José Manuel González, presidente de la asociación de vecinos "La Atalaya" de Xagó. Y es que hasta San Juan acuden día sí y día también muchos pescadores en busca de buenas piezas donde antaño se capturaban sin esfuerzo almejas y navajas que ahora no medran. Aníbal Salgado y Pipo Secades son dos habituales en San Juan. Ambos, gozoniegos, practican pesca submarina. "Solemos venir aquí porque está más abrigado, el agua no está tan fría", confiesan. La mar, la pesca y el agua son las señas de identidad de los de la margen derecha de San Juan de Nieva. "Aquí todos los vecinos tenían lancha. Este era un pueblo de pescadores", explica José Ramón García Colao, un jubilado de Alcoa que ahora sale al chipirón con su lancha "Aurelia".

Colao recuerda, como sus vecinos, cuando el agua llegaba casi hasta Melilla, una plazoleta entre casas de pescadores donde, por cierto, no funciona la estación de bombeo, lo que ocasiona, aseguran, que las aguas sucias sigan fluyendo a la ría que les separa de Avilés, la ciudad en la que caen la mayoría de los vecinos, también los que viven en la calle de Gozón. "Cuando vamos aprovechamos para hacer la compra para una o dos semanas", explica Conchita Martínez. Otros vecinos realizan a diario el trayecto de unos ocho kilómetros y quince minutos que les separa de la capital comarcal. Luanco está a 14 kilómetros. Los más ancianos reciben en sus casas a alguno de los tres panaderos que pasan a lo largo de la semana por San Juan, al frutero, que les sirve dos días de siete y al "hombre del congelado", que lleva productos de alimentación los viernes.

La asociación "La Atalaya" que dirige José Manuel González pelea cada día porque la península de Nieva salga adelante. El colectivo vecinal que aglutina a poco más de un centenar de personas nació en 1999 en San Juan, precisamente. "No existía el paseo del Arañón y las mujeres, hay que dejarlo bien claro, se movilizaron para conseguirlo cuando estaba Marqués de Presidente". Entonces se dio forma a un paseo de un kilómetro y trescientos metros que llega hasta el Arañón pasando por la Peña del Caballo, una curiosa formación geológica y la fuente "El Emballu" de agua potable. En el Arañón hay solo una casa habitada durante todo el año; el resto son de veraneo o están en ruinas. Junto a la pequeña playa de piedras de desperdicio y con forma de concha existe un bar, el "Mar Isla", que dirige desde hace años Mari Cruz Menéndez. Este establecimiento es junto al bar Linares, que mira al arenal de Xagó, el único existente en la península de Nieva.

Y en Nieva no hay nada. Una capilla datada en el siglo XII y consagrada a San Juan da la bienvenida a los visitantes. El templo que otrora fue también escuela abre sus puertas cada 24 de junio y el primer viernes de cada mes. "Para nosotros ésta es la joya de la corona", confiesa González, que destaca con humor que bajo el templo descansan los restos de un obispo de nombre Ataúlfo. Ahí queda el dato. En Nieva se conserva el aire rural de un pueblo que vivió de la ganadería hasta hace cuatro días. Ahora hay tres cuadras, dos de frisonas y una de "roxas", esta última de Francisco Gutiérrez. "Aquí todo el mundo tenía vaca", recuerdan los vecinos, que destacan la existencia de cuatro paneras y seis hórreos.

Desde Nieva se divisa Avilés, Castrillón... La panorámica impresiona desde el Canto la Figal o el castro próximo, declarado Bien de Interés Cultural. La playa de Xagó, paraíso de surfistas, completa un paisaje por el que cruza la senda al Cabo Peñas y que enlaza con Llodero, desde donde se ve la depuradora que trae de cabeza a muchos vecinos, de tanto en cuando invadidos por malos olores. En Llodero vive Sara Álvarez, de ocho años, una de las pocas crías que corretean por la península de Nieva, un territorio aferrado a la tierra que ahora más que nunca tiene sus ojos puestos en la mar que cabe en un museo.

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