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A dos pasos | Llaranes (I)

Llaranes planta la semilla del nuevo Avilés

Llaranes ya no es un poblado mecido en los brazos del "paternalismo empresarial". Hace años quedó huérfano: la reconversión industrial reconvirtió también la realidad. Aquella populosa ciudad jardín donde se asentaron miles de personas en los cincuenta del pasado siglo -todos jóvenes, en edad laboral- es ahora y, a juicio de los vecinos, una "ciudad dormitorio" a donde han ido a parar sobre todo parejas que poco o nada tienen que ver con ese gigante de hierro que gestó el poblado, ahora llamado Arcelor-Mittal. Sea como sea, en Llaranes hay jóvenes. Y cada día más.

Ana Revuelta fue una de las primeras en llegar al poblado cuando las casas se pusieron en venta. "Llegué de Castrillón. Buscaba un sitio económico y este me gustó", reconoce. Susana Díaz es otra vecina que llegó hace ocho años a Llaranes, cuando nació su primer hijo. "Vivía en Trasona y opté por este barrio porque tiene muchos servicios. Hay colegios con bastantes niños y es un lugar cómodo, para mi gusto, mucho más cómodo que el centro de Avilés", confiesa mientras pasea con la pequeña Sara Priede, de un año. Y es que en Llaranes está la semilla del nuevo Avilés.

Marga Quintana es otro ejemplo. Aunque parezca de Llaranes de siempre, nació en Miranda. Y hace ya varios años optó por comprar una casa en Llaranes. "Buscábamos algo mejor y aquí lo encontramos a un precio asequible", dice. Ahora no sale del barrio. "Aquí tengo todo lo que necesito", reconoce. Llaranes ha encaminado con éxito un futuro incierto marcado por el envejecimiento de la población y la desertización por el traslado de los viejos inquilinos a hogares más confortables, o a sus pueblos de origen.

Tras la "privatización" del poblado, que se terminó en 1993, los inquilinos compraron sus casas a la empresa a un precio casi simbólico. Hoy casi todas han salido al mercado y se han convertido en un tipo de vivienda más barata que mantiene el encanto urbanístico con el que fue diseñado aquel poblado con el que el régimen de Franco intentó mostrar hasta qué punto llegaba el bienestar de los obreros en España.

Isabel -prefiere no desvelar su apellido- vive en Bustiello. Llegó al barrio hace once años desde Lieres, en Siero. Su pareja trabaja en el Aeropuerto de Asturias. Es Guardia Civil. "En Llaranes todavía hay gente muy mayor, pero poco a poco se ven más jóvenes. Nosotros nos sentimos cómodos", apunta. De los nuevos vecinos, algunos se han integrado en este barrio que suma 23 asociaciones; otros, acuden solo a Llaranes a dormir.

Mónica Peral es "hija" del Llaranes de Ensidesa, y aunque ahora no tiene nada que ver con la fábrica sigue viviendo en el poblado, y no piensa cambiar. "Este es un barrio tranquilo. Tenemos ambulatorio, colegios, guardería, canchas deportivas y comercios, aunque tal vez haría falta algún supermercado más", subraya. El "súper" de los de Llaranes lo lleva una conocida firma y está ubicado en el antiguo economato que diseñaron los mismos arquitectos que dibujaron el poblado: los arquitectos Cárdenas y Goicoechea.

Javier Fernández y su padre, Carlos Fernández, conocen bien la realidad del barrio. "En Llaranes sigue habiendo mucha población mayor, sobre todo jubilados y viudas de productores. Pero también es verdad que ha venido gente joven, pero se involucra menos. Aunque hay algún nuevo vecino que trabaja en Ensidesa la mayoría ya no tiene nada que ver y el poblado se ha convertido en una especie de ciudad dormitorio", reconocen los hosteleros al frente de La Terraza, un negocio con las puertas abiertas desde el año 1962. Otro ejemplo de cómo ha cambiado Llaranes, añaden: "Antes nos conocíamos todos por nuestro nombre de pila, ahora esto no es así".

Carla Fernández-Villarmarzo decidió trasladarse hace dos años de La Luz a La Espina. "Nos gusta el barrio porque tiene todo tipo de servicios", explica esta joven de 35 años. Su padre trabajó en Ensidesa, pero su familia ahora no tiene nada que ver con las chimeneas de acero. Ella está al paro y su marido es peluquero. Ambos tienen una hija, Vera Cárdenas, de 4 años. Otra semilla para Llaranes en un nuevo mundo en el que la presencia de familias siderúrgicas es insignificante.

Las voces de los nuevos emigrantes de Llaranes se mezclan con las de aquellos que llamaron "coreanos" (nombre que recibían los foráneos). Estos son fiel testigo de la transformación de un barrio obrero de zonas ajardinadas, plaza mayor, economato, escuelas regentadas por órdenes religiosas y una iglesia colocada en un alto. "Aquí había de todo. Teníamos hasta piscina cuando no había en Avilés", expresan con orgullo los trabajadores que sin quererlo fueron partícipes de un experimento: la creación de un pueblo. Antes de la implantación de Ensidesa, Llaranes contaba con 396 habitantes, y tras ella, con más de 8.000. Actualmente cuenta con la mitad.

Visi Tijero, palentina de 53 años; Trinidad Martínez, andaluza de Jaén o Milagros Chicharro, manchega que llegó a Asturias cuando todavía no sabía caminar son solo un ejemplo de la población ya jubilada de Llaranes. Ellas, en este caso, llegaron a Llaranes con el sueño de ganarse el pan aprovechando aquella burbuja de bienestar creada en Asturias por el ya desaparecido Instituto Nacional de Industria (INI). Y en Llaranes se quedaron. "Yo vine con tres meses y nunca regresé a Castilla-La Mancha, conozco la tierra que figura en mi DNI de paso", confiesa Chicharro. Estas personas y su querido poblado se han convertido en el mejor yacimiento para leer la historia del fenómeno social que acarreó la implantación de Ensidesa. Llaranes es un museo al aire libre que este año cumple sesenta primaveras con nueva vitalidad.

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