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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

El mazapilas

Las ocurrencias de Pepe el Ferreiro y su familia para gestionar la miseria a través de la diversificación

El mazapilas

De nuestro corresponsal Falcatrúas

Pepe el Ferreiro y Carme Fonso tenían un rebaño fíos, amén de suegra, dos tías y una hermana, de modo que el asunto de dar de comer a tanta gente varias veces todos los días no era nada fácil, y rematamos la faena si a tanto comensal añadimos que, lamentablemente, los prados y tierras de labor eran pocos, malos de trabajar y de muy bajo rendimiento. Daban más hierba las orillas de los caminos que algunos de los prados por los que pagaban contribución al Estado.

Con las fincas venían asociadas cuatro o cinco vacas muy ruinas, de raza escuálida y con pocas posibilidades de que su estampa fuera a mejorar en el futuro; además, como en la casa del pobre amenudan las desgracias, no había año en que no muriera un xatín por una u otra razón de los tres o cuatro que criaban.

Hablan ahora los grandes economistas de que "hay que diversificar" y con esa sentencia inventaron la pólvora; en Bildeo llevan toda la vida diversificando la miseria y lo único que obtienen es más miseria bajo diversas apariencias.

Otra fuente de ingresos, la fragua, con sección de carpintería, tampoco era para tirar voladores; la incla (yunque) cantaba todo el santo día, pero arrastraba muchos pufos, herramientas reparadas y entregadas pendientes de cobrar y Pepe no era de los que atosigaban a los deudores, el que no pagaba era sencillamente porque no podía, todo el mundo andaba en yanta. En cambio las barras de acero, las brocas para la parafusa y el berbiquí, las limas, las escofinas y las placas de soldar a la calda, había que pagarlas a tocateja en las ferreterías.

Durante unos años, el sostén de la familia dependió de los pares de madreñas que pudieran terminar los hijos mayores; los poquísimos ahorros de Carme, ocultos en una lata de tabaco escondida en lugar indetectable, provenían de las rayas de nata que obtenía en la desnatadora de Francisco el Taberneiro; la leche de las vacas, cuando la daban, era escasa, es lo que tienen las ubres apergaminadas, los chiquillos mamaban tanto como los xatinos, de modo que poco quedaba para la desnatadora; ni echando algo de agua conseguían sacar alguna raya más.

Durante unos años sembraron maíz en El Pradón, un prado que merecería el aumentativo si estuviese todo junto, pero como estaba dividido en ocho parcelas propiedad de otros tantos vecinos, pues eso, no era para tanto, pero tenían a favor que estaban recorridas por tres presas de regadío a diferentes niveles, que repartían el agua del río por riguroso turno; aquellas fincas podían producían mucho.

Esta propiedad estaba situada a unos veinte minutos del pueblo, por eso, la idea de sembrarla era un tanto arriesgada, según los vecinos, casi todo el maíz de Bildeo crecía en las tierras más cercanas, a la vista de las casas para defender el cultivo de las incursiones del jabalí y del oso con alguna garantía; los perros estaban para eso, para vigilar y avisar de noche en caso de sentir algún animal circulando entre el narvaso.

Pero Pepe tenía soluciones para casi todo, por eso instaló un mazapilas en El Pradón, a la orilla del río. Era un artefacto ingenioso, un balancín que funcionaba con el agua de un manantial que nacía al pie de unos fresnos. El balancín consistía en una pértiga de unos cuatro metros montada encima de un robusto caballete; un zuncho de acero en su punto medio, del que sobresalían dos tetones, servía de pivote para bascular hacia un lado o hacia otro sobre el caballete.

En un extremo llevaba sujeta una lata de aceite La Giralda de cinco litros colocada horizontalmente y con la cara superior recortada, era como un cajón metálico sin la tapa, donde caía el chorro de agua del manantial; a medida que se iba llenando, el peso de la lata iba venciendo el contrapeso de hierro atornillado al otro extremo de la pértiga, haciéndolo subir lentamente; cuando la lata llegaba al suelo, empujada por el peso del agua, se vaciaba de golpe y el contrapeso caía con fuerza, mientras el otro extremo de la pértiga con la lata vacía subía bruscamente para empezar a llenarse nuevamente de agua.

Aprovechando la violenta caída del contrapeso, una cuerda amarrada en su extremo daba una sacudida a un cencerro enorme colgado de la rama de un fresno a unos diez metros, consiguiendo una tanda de tañidos por minuto, más o menos, que se podía oír en toda aquella zona de pradería.

A los osos y jabalíes aficionados al maíz seguramente no les hacía gracia que les tocaran el badajo a todas horas, de modo que se cosechaban buenas panoyas y buen narvaso.

Seguiremos informando.

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