"Últimamente caminaba muy mal", confirman los vecinos de José Manuel Triñanes, el hombre de 72 años cuyo cadáver fue descubierto antes de ayer dentro del garaje en el que vivía desde hace una década. El único ejercicio que hacía era cruzar la calle de Severo Ochoa para ir a la compra. "Se arrastraba apoyado en él, con el carro lleno", continúan. Aceite de oliva, garrafas de agua mineral... "No se alimentaba mal", concluyen.

Cuando los policías entraron en la plaza de garaje número 139 -la infravivienda que ocupaba Triñanes para sorpresa de sus camaradas comunistas- encontraron el carro del súper en primer término, por delante de un Smart recién matriculado -la última vez que le vieron conducirlo fue "hace un mes"-. Sobre el capó del coche amontonada mucha ropa. El cadáver de Triñanes estaba al fondo del cubículo, donde había colocado el camastro en el que pasaba las noches mientras pasaban sus días.

Hace tiempo que los vecinos habían intentado que Triñanes abandonara las condiciones de vida que le consumían. "Siempre iba impoluto", confiesan los vecinos consultados. Frecuentaba algún bar cercano, no se movía mucho: su ámbito de operaciones se había reducido mucho como consecuencia del agravamiento de sus enfermedades. Tenía las varices desatadas y, además, tomaba pastillas para la diabetes y el corazón. Las pastillas las encontraron en el agujero en el que hacía la vida.

¿Cómo y cuándo murió? La presunción de los investigadores es que hacía al menos diez días: "El cadáver estaba ya en su segunda semana". El aspecto del cuerpo "era muy malo". El calor del radiador había contribuido a acelerar su podredumbre. Lo descubrieron de lado, con la cara incrustada en la mesilla en la que comía. La tesis es que cayó fulminado por el corazón que dejó de regar un cuerpo gastado desde mucho. Sus restos mortales fueron trasladados a la funeraria y no al Anatómico; es decir, la causa de la muerte fue natural. Su vida, desde luego, no.