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Concejo De Bildeo | Crónicas Del Municipio Imposible

Hay que dar leña a la maestra

La peripecia de dos guajes para llevar troncos a la profesora del pueblo

Hay que dar leña a la maestra

De nuestro corresponsal Falcatrúas

Hubo un tiempo en que los vecinos de los pueblos tenían que atender al cura y al maestro o maestra en algunas necesidades básicas que los mencionados no eran capaces de resolver por sí mismos. En el caso de los maestros, como el sueldo era muy escaso, los vecinos les compensaban con alojamiento, comida y leña para la cocina o la estufa. Los curas, al pertenecer a una empresa con dos mil años de antigüedad, disponían de Casa Rectoral con gallinero, huerto, prados y algunos animales; el pueblo se encargaba de segar y recoger su hierba, facilitarles agua y leña, en fin, eran otros tiempos.

-¡Hay que dar leña a la maestra!, -decía chistoso Pepe Torazo, cuando aparejaba las vacas y traía una carrada de troncos para que la docente no se congelase de frío.

José y Antonín aprovecharon que era domingo para ir al monte muy cedo a baltar una faya, (derribar un haya), tronzarla en rollas y abrir éstas para obtener piezas de madera que luego transformarían en madreñas. Para ser madreñeros eran apenas unos guajes, pero no podían seguir siéndolo al haber quedado sin padre: todo lo que fuera meter una peseta en casa era bienvenido, había muchas bocas que alimentar.

Una vez cargados de madera el caballo y el burro, además de la que ellos mismos transportaban al hombro en sendos sacos, enfilaron el camino de regreso al pueblo, que apenas podían divisar allá abajo; los animales conocían el trayecto, lo habían hecho cientos de veces y bajaban solos un buen tramo por delante de los dos hermanos. Cuando éstos entraban en una braña que quedaba de paso, pudieron ver entre las cabañas a un cura que había detenido a las caballerías y miraba alrededor, a ver quién venía con ellas; ellos se escondieron y quedaron observando. Era domingo y estaba prohibido trabajar, había que ir a misa; los chavales temían que el cura fuera a denunciar a la Guardia Civil.

Se entendían a la perfección, eran muchas las peripecias en común, algunas cicatrices lo atestiguaban. Recapacitaron:

-Este cura no es de aquí, no conoce el pueblo, mucho menos a nosotros, ni sabe de qué casa somos...

-Para llegar a cura hay que ser muy listo y si deja a las caballerías ir solas, ellas lo llevarán a casa, ahí estamos pillados.

-Entonces no podemos dejarlo marchar con los animales.

-No, hay que impedirlo como sea...

Recogieron piedras de tamaño adecuado para descalabrar a alguien sin romperle nada importante, recordando que aquel sacerdote fue el mismo pájaro que anduvo metiendo miedo a la gente de varios pueblos con el truco de dejar por las noches unas marcas en forma de cruz en la nieve; los vecinos andaban acojonados; creyendo que eran los muertos de la Güestia o la Santa Compaña que venían a ajustar cuentas con algún deudor, comenzaron a encargar misas sin parar, hasta que uno vio las madreñas del cura con unas cruces por debajo que eran las que iban dejando las marcas... No lo mataron a palos de milagro.

El cura mantenía las caballerías sujetas, buscando la manera de identificarlas por las iniciales que solían llevar en los aparejos o grabadas a fuego en el anca, pero no encontró nada. Espero todavía unos minutos interminables y un rato después, viendo que nadie llegaba a interesarse por los animales, los arreó para que bajaran al pueblo y así averiguar a qué casa iba a parar; en ese momento le cayó encima y alrededor una andanada de piedras que no lo mató ni le produjo daños de importancia, pero desde luego le hizo desistir de cualquier pesquisa; remangó la sotana y echó a correr camino abajo como un corzo, adelantando a las caballerías, como si le hubiera entrado una prisa apremiante por llegar a decir misa.

Los dos hermanos se alegraron de perder de vista al cura, recuperaron sus animales y acordaron que no tenían prisa por llegar a casa, pudiera ser que el clérigo aquél los estuviera esperando. El burro y el caballo se pusieron a pacer hierba allí mismo, cargados y todo; media hora más tarde oyeron la campana que llamaba a misa y decidieron que era el mejor momento de bajar al pueblo, con la mayor parte de la gente en la capilla, incluido el propio cura.

Su casa era de las primeras, no tenían necesidad de atravesar el pueblo y no se cruzaron con nadie; descargaron las caballerías en la cuadra y allí las dejaron comiendo en los pesebres; se lavaron, se mudaron de ropa en un momento y entraron en la iglesia antes de que acabara el santo oficio, juntándose con otros compañeros de fatigas.

Sí, eran otros tiempos.

Seguiremos informando.

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