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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Los pozos de Bildeo

Las hazañas de los aldeanos para extraer agua en el pueblo, el único en muchas leguas a la redonda con puntos de extracción, todos particulares

Los pozos de Bildeo

De nuestro corresponsal, Falcatrúas

Bildeo, este concejo olvidado, es el único lugar en muchas leguas a la redonda que tiene pozos de agua, eso sí, todos ellos particulares; hoy sólo quedan dos en activo, pero fueron siete, ordenados del pico al fondo del pueblo: en Casa del Ferreirín, de don Diego, de Roque, de la Llera, del Meirazo (mayorazgo), del Taberneiro y del Telar; este último, junto con el de La Llera y el del Taberneiro fueron cegados hace años; el del Ferreirín y el de don Diego, como si no existieran; siguen utilizándose el de Roque y el del Meirazo.

Todos tienen más de cien años, excepto el del Telar, más moderno; dicen los zahoríes y entendidos en aguas diversas, de los que hay uno por lo menos en cada casa, que casi todos comparten la misma vena de agua, pues están más o menos alineados pueblo abajo.

El pozo del Ferreirín tiene unos doce metros de profundidad, como el de Diego y el de Roque, este último al pie de una panera fechada en 1872. El pozo del Meirazo tiene quince metros y la panera data de 1784. Se desconoce la profundidad del pozo del Telar; cuando Pepe Manolón dijo que tenía 26 metros, perdió la poca credibilidad que le quedaba, aunque fue él quien lo ahondó varios metros hace cuarenta o cincuenta años; durante las obras cayó dentro el perro de Casa Fonso, el Líster, lo rescató Pepe sustituyendo el caldero por un cesto, que bajó hasta el fondo, el perro se subió en él y así libró.

El pozo de Francisco el Taberneiro, en realidad eran dos: uno, situado en el corral, daba humedad en vez de agua, un poco de barro en el fondo; Benita reprochaba a su marido que no hiciera algo para que el pozo llenase calderos, que a ella le vendría bien para fregar y para cocinar la comida a los gochos, si no valía para beber:

-Francisco, me cuesta mucho trabajo traer cubos de agua de la fuente y ya no estoy para burra de carga.

El cantinero, por no oír todo el día la misma monserga, mandó a uno que hacía de fontanero que preparase un depósito pegado a la cantina y unos canalones en el tejado de manera que los bajantes vertieran en él; completó la jugada instalando una bomba de palanca, luz no había, y con esos acopios el pozo tuvo agua la mayor parte del año.

No está bien visto que un cantinero tenga el agua cerca del vino, así que Francisco y Benita intentaron, inútilmente, desvincular ante los vecinos la cantina y aquel recurso hídrico; un depósito de agua pegado a la bodega donde yacían los pellejos de vino, no presuponía trasvases u ósmosis del líquido elemento al interior de las colambres emulando el milagro de las bodas de Caná, pero la gente de los pueblos es muy mal pensada y echa a volar malentendidos que se cernirán para siempre sobre los supuestos culpables.

Un día, estaban unos parroquianos arreglando el país en la cantina de Francisco mientras tomaban unos vasos y Ramón el Tumbao se quedó mirando al interior del chato de cristal: una lombriz de tierra de unos ocho centímetros yacía en el fondo; alargó el vaso hacia el cantinero, que no salía de su asombro:

-Chacho, nunca tal vi; el vino tráigolo de la parte de León, siempre de la misma bodega, y en la vida me pasó cosa igual.

Los presentes entrechocaron sus cabezas al asomarse todos a la vez a ver el prodigio en el fondo del vaso. Efectivamente, se trataba de un Gusanus Corrientis, en Inglés Meruky for Pesquing Truching, típicos de la zona de Bildeo, se veían muchos antes, cuando la gente trabajaba los huertos.

Los presentes miraron con cara de pocos amigos al tabernero. Francisco, buen conocedor del percal, no perdió la compostura, fue hacia la estantería de las botellas de licores y bajó dos:

-¿Qué vos parez lo que hay po'l mundo? ¡Miray!

Eran dos botellas de licor, una china, o de por ahí, y otra mejicana; una con un lagarto dentro y otra con un bicho de nombre impronunciable y aspecto horrible; se las había comprado a un viajante tiempo atrás. Los parroquianos no le hicieron caso.

-Las uvas no dan cocas, -dijo Ramón- así que ésta vino de alguna piscina cercana...

-Sí, -confirmó Pepe Torazo-, lleva puesto el traje de baño, la piscina no andará lejos...

-Podíamos ir de pesca, seguramente en estos pellejos hay merucos pa llenar un bidón...

Francisco iba y venía de la ironía al cabreo:

-¡Boldrones! Tenéis unas lenguas como forcaos, si os las mordéis, morís envenenaos.

¡Vaya tropa!

Seguiremos informando.

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