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RICARDO FERNÁNDEZ LÓPEZ | ALFARERO, IMPULSOR DE LA ESCUELA DE CERÁMICA DE MIRANDA Y DE AVILÉS

El último alfarero no se rinde

Este divulgador de las formas del barro con las jornadas sobre este arte y la feria tradicional llegó a Miranda de niño y nunca ha dejado de aprender

Ricardo Fernández, ayer, en la feria de alfarería de Avilés. MARA VILLAMUZA

Fue el último alfarero en activo de Miranda y uno de los últimos en Asturias de esta estirpe de magos capaces de transformar entre sus manos pellas de barro sin forma en cántaras, botijos, jarras o escudillas. Ahora, Ricardo Fernández ya no crea piezas de cerámica tradicional, apartado del torno por motivos de salud, pero está en primera línea en la defensa de esta artesanía que arraiga en lo más profundo de la civilización. La feria de alfarería tradicional que ayer se inauguró en la plaza de Álvarez Acebal y las jornadas de alfarería que organiza cada año -y ya van nueve- son muestra de esta actividad de divulgación.

Todo esto empezó en Miranda, pero también Navia fue importante. En esa localidad del occidente asturiano pasó este alfarero los seis primeros años de vida, en una casa añeja llena de aperos de labranza, artilugios artesanales y un horno de pan dentro de la propia cocina, con el fuego chisporroteando en el lar. Su padre era panadero, y con él empezó a dar forma a la materia y a cocerla después, aunque de harina entonces en vez de barro. A los seis años, ya se trasladó la familia a Miranda, donde su padre fue encargado de panadería, y en Miranda vivió hasta el año 2003, en que se asentó en Avilés.

Y fue en esta pequeña localidad avilesina donde confluyeron las circunstancias que hicieron de Ricardo Fernández un alfarero. A principios de la década de los ochenta existía un Teleclub, en la época de Gonzalo Modesto Cobas, que era donde se reunían los jóvenes del pueblo. Y fue en ese lugar donde se empezó a recuperar la alfarería de Miranda. El cura, José Manuel Feito, comenzó a montar un taller de alfarería, y un alfarero gallego, Alonso Díaz, llegó con el objetivo de dar forma al proyecto. Entre Ricardo Fernández y Díaz comenzaron a montar un alfar tradicional.

"El aprendizaje fue pasando muchísimas horas sentado mirando para el alfarero, extasiado viendo cómo trabajaba y cómo daba las formas", recuerda Ricardo Fernández. Le echó muchísimas horas a aquél aprendizaje. Nada más salir de trabajar de la panadería, iba a ver a Alonso Díaz trabajar. Y así fueron los orígenes, ensayando en el torno para crear las paredes panzudas que definen la mayor parte de las formas de la alfarería tradicional. Cuando fue ya un alfarero consagrado continuó en su propio estudio dedicando horas y horas a sentir el barro en el torno.

El siguiente paso fue la puesta en marcha de la Escuela de Cerámica de Miranda, que fue germen de la recuperación de cerámica de Asturias. Por esta aula pasaron alumnos como Jesús Castañón, que actualmente es profesor en Avilés. Después echó a andar la Escuela de Cerámica de Avilés, a donde fueron como profesores Fernández y Díaz. Se convocaron más plazas de profesor y entraron Anabel Barrio -hoy directora de la Factoría Cultural- y Ángel Domínguez, con Ramón Rodríguez de director.

Durante un cuarto de siglo Ricardo Fernández estuvo en la Escuela de Cerámica, especializado en investigación de esmaltes cerámicos y en atmósferas y hornos, y el torno era su herramienta fundamental de trabajo era el torno. "Dentro de esos tres campos la investigación fue permanente. Los resultados se volcaban luego en la docencia", explica. Motivos de salud le llevaron a reubicarse en el área de Cultura del Ayuntamiento de Avilés, ya lejos del barro, en 2009. Fue este mismo año en el que cerró su taller de Miranda, un taller que había inaugurado en 1992 y que se dedicó a la reproducción de las formas de Miranda con barros de la zona.

Ese taller todavía existe, asegura, y puede revivir, pero de momento no ha habido nadie dispuesto a hacerlo, ya que no es una actividad rentable. "De un taller no se puede vivir. Muchos de los artesanos que vienen a la feria complementan sus ingresos con otros trabajos, como la docencia, y van a ferias por toda España", apunta Fernández. Uno de los logros de la feria, añade, es que al incentivar las formas tradicionales, muchos alfareros fabrican hornadas especiales, lo que contribuye a revitalizar la recuperación de esas formas. "Hoy el público es exigente, ya no compra cualquier cosa, y valora las piezas tradicionales, que además de ser bonitas tienen una historia".

La jubilación de alfarero fue a la par de su implicación de lleno en la promoción y la difusión del barro tradicional. Ricardo Fernández hizo una investigación sobre la alfarería asturiana en general y de Miranda en particular, con la intención de inventariar y catalogar toda la tipología, y en 2009 se editó con formato multimedia interactivo, un material que se difundió después por todos los colegios del Principado. La investigación también se materializó en una exposición, que auspició la obra cultural de Cajastur y que acabó en manos del Ayuntamiento. Una de las aspiraciones que tiene Ricardo Fernández es que esa exposición, con las formas tradicionales de Miranda, pueda verse cada Semana Santa en el Museo de la Historia Urbana de Avilés, como reclamo turístico y coincidiendo con las jornadas y la feria de alfarería.

Las jornadas fueron cogiendo fuerza, con apoyo del Ayuntamiento de Avilés -igual que la feria- y el próximo año llegarán ya a la décima edición. La exposición que acoge el CMAE, la correspondiente a las novenas jornadas, está dedicada a los ritos y creencias populares. "Nunca entendí los localismos, la rivalidad sobre qué cerámica es más antigua o más guapa no nos lleva a ningún lado. La alfarería es algo común a cualquier lugar del mundo", sostiene. De hecho, descubrió que en Malí y en Indonesia las formas cerámicas para contener el agua son muy similares a las de Asturias. Y que en Portugal, en Barcelos, tienen un tonel para agua que es idéntico al de Miranda.

La espina que le queda clavada a Ricardo Fernández es no haber logrado, todavía, un museo o un aula de interpretación de la alfarería tradicional asturiana. "No sería costoso ni tampoco de difícil mantenimiento. Y tendría un contenido muy amplio y muy rico. Hoy todavía podemos tener acceso a él", defiende. En su opinión sería un excelente recurso turístico. "No tiene por qué ser en Avilés, aunque sí sería un sitio ideal", añade. Mientras no consiga ese objetivo, la difusión y promoción de la cultura alfarera continúa de su mano, de la misma mano que hizo volver a la vida las piezas de barro que constituyeron una industria artesanal de primer orden en Miranda.

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