Conchita González, praviana de nacimiento y psicóloga de formación, tenía 23 años cuando se propuso materializar su sueño: un proyecto educativo por entonces innovador consistente en aprovechar el idílico entorno del palacio de La Bouza, en Riberas de Pravia, para abrir una granja-escuela en la que los niños aprendieran idiomas, vivieran la experiencia de vivir como auténticos granjeros, incluso cuidando de los animales, y compartieran días de diversión a la vez que aprendían valores.

Y todo esto en una comarca, el Bajo Nalón, que allá por 1988 buscaba fórmulas para diversificar su economía. Conchita González, con su proyecto de granja-escuela, fue una pionera del desarrollo rural en la zona. Y los vecinos de Riberas y otros pueblos aledaños nunca han dejado de agradecérselo por todo lo positivo que trajo su proyecto: empleo, actividad comercial y hostelera y proyección al exterior, lo que un vecino de Riberas definió en declaraciones a este diario como "poner al pueblo en el mapa".

Debido a las numerosas visitas escolares que recibe durante el año La Bouza, más los campus veraniegos y demás actividades que organiza, pocos asturianos de entre 15 y 40 años no habrán conocido en estos últimos 25 años las instalaciones de la granja-escuela. Por eso, la muerte el pasado martes en la piscina del complejo del niño praviano Izan Álvarez Pérez ha tenido una inusitada repercusión: quien más y quien menos se siente parte de la gran "familia" de La Bouza.

Ahora que Conchita González ha visto cómo su sueño se truncaba en pesadilla, el apoyo y las adhesiones a su persona se multiplican. Obviamente, la primera condolencia de la gente del bajo Nalón va para los padres y demás familia de Izan Álvarez Pérez, cuyo desgarro es incurable; pero el siguiente pensamiento es para la directora de La Bouza: "Para ella, es como si el niño que ha muerto fuera su hijo porque como tal los trata a todos", aseguró a este diario una extrabajadora de la granja-escuela.