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LEONIDES RODRÍGUEZ | UNA DE LAS ÚLTIMAS HILANDERAS DE LA REGIÓN

La vida pendiente de un hilo

Una de las últimas hilanderas de Asturias compagina en Avilés la tradición de la confección con lana con su partipación en proyectos solidarios

Leonides Rodríguez carda lana para proceder luego a su hilado. RICARDO SOLÍS

Muchas mujeres de antes vestían siempre de negro. Para teñir la lana, las hilanderas hervían cortezas de "umeiro" (aliso) en agua; el líquido resultante, casi tinta china, era la única opción cromática más allá del blanco natural de sus hilos. Leonides Rodríguez, original de Grandas de Salime pero residente avilesina desde hace cerca de 60 años, recuerda en su casa del Carbayedo aquellas aguas tan negras de los lavaderos antiguos, los remiendos mal hechos en la ropa y las historias que le contaba su madre en el pueblo. Hoy, Leonides cuenta 77 años y mantiene las costumbre de tejer todos los días, "más por amor al arte que otra cosa", con las herramientas antiquísimas que usaron su madre, su abuela y todas las mujeres de antes, aquellas que iban vestidas siempre de negro "umeiro".

"Mis padres y yo nos vinimos a Avilés cuando tenía 19 añinos. El resto de mi familia ya se había instalado aquí y la verdad es que nosotros ya no teníamos nada que hacer en Grandas", explica. En las maletas de la mudanza no había sitio para encajar todas las herramientas de confección de prendas de lana. "Al dejarlo todo allí, estuve 20 años sin tejer nada. Cuando quise recuperar la afición, los vecinos del pueblo me dejaron sus herramientas, tan viejas que ya nadie las usaba", recuerda la hilandera, que asegura haber vuelto a tejer por la curiosidad de sus dos hijas. "Esto fue hace un porrón de años. Estábamos en el pueblo de vacaciones y las niñas vieron a una hilandera. Me preguntaron si yo sabía. Y, coime, vaya que si sabía". Recuperó las cardas, la parafuxa, la rueca y las agujas. Todos los utensilios necesarios para volver a hilar y tejer lana. "No lo he vuelto a dejar. Ni un solo día", presume.

La hilandera del siglo XXI "malvive" gracias a los mercadillos artesanales itinerantes, según Rodríguez. "Si vendiese lo que hago teniendo en cuenta el tiempo que me lleva hacerlo no me comprarían ni un calcetín", lamenta. No obstante, asegura acudir con asiduidad a los mercados artesanales de la zona. "Voy más por el ambiente, no te creas; yo es que me lo paso bien enseñando lo que hago", explica. Por eso Rodríguez frecuenta también colegios de todo Asturias. "De Avilés los he pateado casi todos, creo. Y estuve en Navia, en Gijón, en Oviedo... A los guajes es que estas cosas les prestan mucho. Me piden que les reserve cosinas hasta que lleguen sus padres, los dueños de las carteras", asegura entre risas.

El voluntariado ocupa a día de hoy gran parte de su vida. "Estoy jubilada, así que por la mañana voy a misa y luego acompaño a los ancianos de una residencia al médico y me hago cargo de sus recados, que no son pocos", relata. Por la tarde, colabora con una fundación de caridad de donación de ropa en Versalles. "Así que, al final, solo tengo tiempo para tejer por la noche. Pero mejor, porque a mí me presta hilar mientras veo la televisión, cuando oscurece, tranquilamente", apunta. Los ratos muertos de la semana los invierte en cantar en el coro avilesino "Renacer". También tiene una huertina. "Madre, ahora que junto así todo lo que hago... Chica, ya ves, parece que estoy ocupadísima siempre y ni me entero", dice con chispa.

La lana es cara. "Carísima". Y el proceso para hacer, por ejemplo, unos calcetines, largo. "Eterno", según la experta. "Puedo tardar unas 18 horas en hacer unos calcetines normales. Si son de colores ya no te digo nada. Y si tengo el día tonto y me confundo y el segundo me sale diferente del primero, ni te digo", sentencia.

El proceso de confección empieza por lavar la lana. "Yo ya no tengo ovejas, me la dan vecinos del pueblo. Si las ovejas duermen en seco, la lana suele ser buena" explica la hilandera. Después, toca cardar. "Cuando la lana ya está cepillada y suave la meto en la rueca y saco un hilo. Como con uno no llega, retuerzo dos con esto de aquí, que se llama parafuxa. Y luego, a tejer", resume, y para este último paso se pone la pañoleta y el mandil. "Costumbres tontas. Si no me pongo todo el percal no me apaño", reconoce.

Para tejer lana, Leonides utiliza cuatro agujas como guía y "otra que empuja el hilo" sobre el que gira. "Y ahora a dar vueltas hasta aburrirse. Vas a paso de caracol, para esto hay que tener mucha paciencia", asegura. Para aligerar la demostración, Leonides saca de un saco enorme de plástico unos calcetines ya terminados. "Tras horas de trabajo sale esto. Lo bueno que tienen es que abrigan una barbaridad. Lo malo, que en la lavadora se te mueren. Siempre insisto en esto a los clientes: lavad a mano si no queréis quedaros con una lija dura en los pies", advierte.

La mesa de su cocina tiene preparada para la ocasión -aunque según ella "eso de salir en el periódico da mucha vergüenza"- toda una colección de objetos hechos a mano. "Mira, yo hago pulpos que, bueno, son lo que vea cada uno, pero que hago al deshilachar jerséis que no me gusten. Como están trenzados, luego coso la cabeza y el resto queda suelto y rizado, como tentáculos", explica, mientras hace bailar uno de ellos. "Luego, pues calcetines. Calcetines para aburrir. Y mira que los vendo baratos, pero nada", lamenta. Se levanta corriendo para enseñar la colcha de su habitación, hecha entera a mano con "un montonín de recortes de tela" que no necesitaba. "De folgar no se vive. Hay que discurrir ideas y buscarse la vida", asegura. De paso, desdobla también un poncho hecho de lana, de mil colores. "No voy ni a calcular el tiempo que me llevó esto porque me muero. Mucho trabajo. Pero tú mira qué preciosas, por Dios. ¡Y lo que abriga!", exclama.

Más allá de la lana y sus proyectos de voluntariado, Leonides no ve mucho más: "Mira que yo sé que deberíamos todos leer 10 minutos al día. Pero chica, no me gusta ni un pelo. Son muchos años con mis agujas de aquí para allá y la rutina pesa". En cuanto al futuro de la generación artesana, la hilandera tampoco ve gran cosa. "Esto se muere con nosotras, te lo digo yo. Ahora compras prendas por dos duros en cualquier sitio. Las costumbres de antes ya no son rentables", lamenta. Por el momento, Leonides asegura que seguirá asistiendo a sus "cuatro o cinco mercadinos anuales" con sus calcetines de colores, sus pulpos bailarines y sus herramientas prestadas. "Hasta que el cuerpo aguante".

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