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IGNACIO LÓPEZ DEL AGUA, "IGNACITO" | VECINO DEL CARBAYEDO, ES UNO DE LOS PRIMEROS FUTBOLISTAS PROFESIONALES DE AVILÉS

El futbolista avilesino que mejor entona

El primer jugador del Avilés que cobró en efectivo como profesional es un apasionado del canto y lleva toda la vida en el Carbayedo

Ignacio López del Agua es de los del Carbayedo "de toda la vida", una especie casi en extinción en el entorno de la plaza que acogió el mercado de ganados más importante de Asturias. Cambió cuatro veces de casa, todas en el céntrico parque, y se casó con otra del Carbayedo, Margot Muñiz ("La Mangana"). López del Agua es "Ignacito", casi un niño de la guerra y el primer jugador profesional del Avilés que cobró en efectivo. Forma parte de aquella generación de futbolistas que dio El Carbayedo, un barrio que bulle estos días con las populares fiestas de San Roque.

Fue la huida de la mina lo que llevó a la familia López del Agua a asentarse en Avilés. "Mi padre era minero y mi madre no quería que siguiéramos sus pasos", argumenta. Fueron tiempos duros, de guerra, hambre y necesidad, en los que en el hogar "no había nada". Ignacio tenía cinco años cuando quedó huérfano de padre, natural de Pola de Lena. Todavía ahora, a los 86 años, sigue sin saber qué ha sido de él. Lo vieron por última vez en la Quinta de Pedregal. "No sabemos donde está, imagino que por un prao de Piedras Blancas", apunta.

Su viuda, Florencia, con cuatro críos, acabó literalmente en la calle, con las escasas pertenencias familiares bajo el tendejón y cuatro críos que mantener. Una vecina les dio cobijo en una buhardilla del Carbayedo. "En mi vida he cambiado cuatro veces de casa y todas aquí en la plaza, entré por la izquierda y salgo por la derecha", explica "Ignacito", con un humor que el paso de los años no ha mermado.

El niño Ignacio iba con su madre a vender por los mercados hilos, ropa y el jabón que ella misma elaboraba con el sebo del matadero. Para llegar al de Grao iban caminando hasta La Laguna y allí se metían "en un camión con gochos", su medio de transporte. Y así hasta la década de 1940, cuando su madre Florencia, natural de Villalón de Campos, abrió frente al Instituto (el antiguo Carreño Miranda, hoy el colegio Palacio Valdés) un puestín de chuches y bocadillos. Dice Ignacio que de la infancia guarda muchos recuerdos, pero la mayoría "para llorar". Echa la vista atrás y se ve de nuevo en el barco en que su abuela intentó llevarlo junto a sus tres hermanos a Rusia. "Ya estábamos embarcados pero a ella no la dejaban ir con nosotros. A la altura de San Juan nos cogió y nos bajó a todos. Casi soy un niño de la guerra", relata.

La juventud ya fue otra cosa. "Desquiteme bien y diome por jugar al fútbol", dice. Empezó a jugar en El Carbayedo, antaño tomado por los juegos de los chavales, por partidos con balones de trapo. Estudiar no era lo suyo, el deporte era otra cosa. "Ignacito" jugó en El Carbayedo (filial del Avilés), el Llaranes, el Hispano, el Marino. Empezó de delantero, "na más que pa llevar golpes", y pasó al centro del campo, "que era más fácil". Entonces el deporte rey era "más fuerza que habilidad". "Jugaba demasiado bien para aquella época. Me decían que salía siempre más limpio del campo de lo que entraba", dice entre risas. Su amigo Marcelo Campanal intentó llevárselo con él a Sevilla, donde el avilesino se convirtió en leyenda. "También hice atletismo, un día batí la marca de pértiga de Campanal", relata entre risas el avilesino.

"Ignacito" fue el primer jugador del Avilés que cobró en metálico como profesional: 5.000 pesetas al año, más las 300 mensuales. "¿Dante esto por dar patadas?", le dijo su madre cuando le entregó aquellos mil duros, por aquel entonces todo un dineral.

El joven futbolista colgó las botas a los 27 años, cuando el Llaranes subió a Tercera División. Imposible compatibilizar fútbol y trabajo. López del Agua acababa de conseguir un puesto en el Banco Asturiano, después el Bilbao, concretamente en la oficina de Llaranes. Previamente había trabajado en un taller mecánico, una consignataria y en la oficina de una gasolinera. El puesto en el banco era todo un caramelo. Y no desaprovechó la oportunidad. Entró en el banco de la mano de Baltasar Suárez Bernardo, el bancario asturiano secuestrado en 1974 cuando dirigía el Banco Bilbao de París, y en él permaneció hasta la jubilación, cuando cumplió los 62. "Me gustaba mucho el fútbol, pero más aún ayudar a mi madre", dice este madridista. En el deporte, además, dice que ya estaba sentenciado: "Un presidente del Avilés me dijo que jamás jugaría en el equipo como profesional. Me sentenció futbolísticamente".

Dice "Ignacito" que no salió del Carbayedo hasta los 14 años. Ni para cortejar dejó el barrio. Este madridista se casó en 1959 con su "reina del Carbayedo", Margot Muñiz Menéndez "La Mangana", familia que dio nueve futbolistas, entre ellos el esportinguista Florín. El matrimonio, que tuvo dos hijos, recuerda con nostalgia aquel Carbayedo en el que todos eran conocidos, "como una familia", en el que el único agua que llegaba a casa era la del bebedero, en el que Carmen Carvajal compraba a cada uno de los niños del barrio cada 16 de julio un helado de "Los Valencianos" con motivo de su santo; un Carbayedo en el que se cantaba "para quitar la fame", de las peleas de gallos y de la bolera de batiente, "que era una maravilla".

Cantar es una de las pasiones de este madridista, que animaba los desplazamientos futbolero con sus cantarines y que después no perdonaba aquellos domingos de fartura por las sidrerías de Tiñana. "Muchas veces pasábamos. Reñíame Margot", dice él mientras ella menea la cabeza con gesto de resignación.

Y es que "Ignacito" era un fiestero. Cuando nació su hijo pequeño Margot lo mandó a la farmacia a un recado. "No sé con quien se encontró pero no me llegó a casa hasta las tantas", dice ella. "Antes no entraba en casa, ahora no salgo", apostilla él. Un ictus le dio un susto hace cuatro años y desde aquella dice "Ignacito" que solo le dejan tomar un vasín. Con lo que a él le gusta el vino. "Es la sangre de Cristo", dice.

Estos días ha estado un poco pachucho, pero está cogiendo fuerzas para volver a sus paseos por El Parche y Galiana, a echar la quiniela, a arreglar el mundo en la tertulia del zapatero Ricardo (Pérez Menéndez) y a sentarse en un banco de su Carbayedo, su micromundo. "Últimamente no puedo ni cantar, que ye lo mío", lamenta. Pero en cuanto le piden que se anime mira a su Margot y entona: "Mi Carbayedo, mi barrio amigo, buscando abrigo mi vida en pos, por los caminos del Carbayedo donde el destino me embarcó, aunque soy pobre pero sincero mi Carbayedo jamás te olvidaré, aunque estoy lejos de ti yo siempre pienso en ti, para velarte hasta morir". Porque en El Carbayedo, presumen, "tenemos hasta himno."

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