"Avilés es un ferión". Lo afirma Ignacio Rodríguez, que tiene un obrador en Olite y una madre de Ujo. El artesano navarro cocina barquillos por miles y magdalenas con todos los sabores imaginables que luego vende por todo el país. Rodríguez lleva "cuatro o cinco años vendiendo dulces en la calle de la Ferrería". Ayer fue un lunes con traje de domingo: la imagen de San Agustín recorrió las calles más céntricas de Avilés a cuestas de jóvenes de la iglesia de San Nicolás; las terrazas del Parche estuvieron llenas a la hora del vermú y los ojos, clavados en las aplicaciones móviles y en las nubes y en los claros: no fuera a ser que se pusiera a llover y el concierto de Diana Navarro y el fin de fiesta se quedara en pólvora mojada y no en un cielo teñido de blanquiazul con los fuegos artificiales, que es lo que habían prometido los organizadores.

El "ferión" de San Agustín celebra al obispo de Hipona, que es una ciudad que ahora se llama Annaba. Las distancias no amedrentan a los avilesinos. En 1565 el conquistador Pedro Menéndez desembarcó al norte de la península de La Florida y vio bien colocar allí la ciudad que tenía que vigilar el Caribe de las razzias de los piratas ingleses. Patrón por un lado, conquistador por el otro y ganas de fiesta para despedir el verano, que es la única estación que sólo dura dos meses, que es entrar en septiembre y asumir que el otoño ha llegado.

Rodríguez, el artesano navarro con puesto en la Ferrería, promete recoger "cuando la gente suba de los fuegos artificiales", que siempre queda hueco para un barquillo de limón, de arándano o vainilla. "Nos vamos pitando pasando los fuegos. La siguiente feria es la de Palencia, que es como la de Avilés: un ferión". Y lo es, asegura, porque nota que por estas fechas palpita fuerte el corazón de las calles más céntricas de Avilés, una sensación que ayer a mediodía se notaba (mucho) en las terrazas de los bares del casco histórico. En los barrios, la fiesta se notaba en las persianas bajadas. Y es que no hubo banderas, ni luces festivas, ni feriantes, ni siquiera el mercado de todos los años del parque del Muelle. El Ayuntamiento lo apostó todo al mercado artesanal, al concierto de Diana Navarro y a los fuegos. Eso, claro, después de entregar los premios a las mejores reses exhibidas en La Magdalena.

Nunca llueve a gusto de todos, pero el domingo lo hizo a jarros. "Este año nos ha ido muy mal", asegura Raúl Pana, que vendió pizzas en la entrada de la Ferrería y que lleva viniendo a Avilés "muchos años". En el otro lado del espejo estuvieron, por ejemplo, Enrique Pascual o Ibrahim Dalla. El primero es madrileño, vende productos de cuero, y promete volver a la feria de Avilés. "No nos ha ido mal del todo", sentencia. Dalla atiende la tetería de la plaza de Camposagrado y también promete regresar: "Han sido muy amables conmigo".

San Agustín fue, incluso, fiesta de bailar gracias a la "performance" del manchego Gregorio Toribio: una mochila que finge ser una marioneta amarrada a otra, las dos, apretadas, echando un baile con una versión disco de "Paquito, El Chocolatero". "Conocí Avilés en Navidad y me hablaron de San Agustín", explica mientras respira, entre número y número, ayer lunes, un día que se ha hecho para odiar (en general) o celebrar a lo grande. Como ayer.