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Lavado de conciencia

Amanda Coogan repite en el Niemeyer, esta vez con una retrospectiva de su obra y una pieza en directo, ayer, donde se transforma en lavandera

Varias personas observan a la artista rodeadas de elementos de otros montajes de Coogan.

La composición escénica sobre la que gira la performance "Yellow" ejecutada ayer en la cúpula del Niemeyer por la irlandesa Amanda Coogan evoca, a ojos al menos del arriba firmante, a las mujeres que antaño, usualmente de luto, con pañoleta en la cabeza, poderosas caderas y recias manos, acudían al lavadero comunitario para blanquear la ropa de la familia. Y allí, el agua gélida las castigaba con sabañones y la organización machista de las tareas del hogar las condenaba a pasar las horas dobladas como bisagras y ver envejecer su cuerpo entre olorosas pompas de jabón "Chimbo".

Coogan reproduce la idea de la pila de lavado y se sienta despatarrada al borde de la misma para "purificar" una hipotética alma atormentada o vaya usted a saber qué otras suciedades. Luce un vestido camisero amarillo con una falda exageradamente larga cuyo vuelo será el que lavará a conciencia durante seis horas, frotándolo ahora con energía, sumergiéndolo hasta empaparse ella misma en el agua jabonosa de la pila, haciendo espuma y sacudiéndolo al aire para volver a empezar de nuevo el bucle.

De vez en cuando, una pausa, una meditación profunda. Movimientos a cámara ultralenta. Se oye el jadeo de la respiración de la artista y hasta el "plof" que hace un puñado de espuma de jabón cuando cae al suelo. El público que presencia el montaje es como invisible de puro silencioso. Pero está ahí, observando y grabando a Coogan mientras ésta parece interrogar con la mirada: "¿Acaso vosotros estáis limpios?"

"Yellow", según la presenta la dirección del Niemeyer, es una performance que plantea al espectador una reflexión sobre el concepto del tiempo, mostrando el efecto radical que el mismo tiene sobre el cuerpo de la artista a la vez que explora las emociones vinculadas a la empatía y la culpa. No obstante, a la pieza se le pueden buscar otros enfoques. Por ejemplo, viendo a Coogan como una autoridad abstracta desesperada por desprenderse de la corrupción que la corroe. Y es que el el simbolismo del lavado, de la purificación en el más amplio sentido de la palabra, da para mucho tal y como están las cosas en este país.

Amanda Coogan lleva camino de entrar en el elenco de artistas de cabecera del Niemeyer. Con ésta lleva dos visitas; en la anterior (mayo de 2016) se vistió de rojo chillón, dejó que el viento jugase a capricho con su cuerpo e interactuó con las formas curvilíneas del centro cultural. Esta vez expone una retrospectiva de sus proyectos más aclamados, inspira un ciclo de conferencias que comienza el próximo miércoles y da vida a sendas obras: "Yellow", vista ayer; y "Spit, Spit, Scrub, Scrub", anunciada para el 5 de noviembre, un montaje cuya parte visual más llamativa es el continuo rezumar de saliva por la boca de la artista.

Si el libro de visitas de la cúpula del Niemeyer sirve como barómetro fiable de la satisfacción del público con la oferta que se muestra dentro del recinto, cabe decir que Coogan acapara elogios: "Me encanta que se apueste por arte innovador en Avilés. Muchas gracias", rezaba uno de los textos escritos. E incluso suscitó notas de humor: "Muy original. La próxima vez que traiga la mi ropa".

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