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Juan Manuel Vázquez, el cuponero "chulo", mejor vendedor de Asturias en 2017

El empleado de la delegación avilesina de la ONCE, tras su premio: "Se lo dedico a mis clientes"

Juan Manuel Vázquez, anoche, en La Toba. RICARDO SOLÍS

Al cuponero Juan Manuel Vázquez le llaman "El Chulín" porque suele utilizar este término cariñoso para dirigirse a sus clientes más conocidos. Tras más de 22 años de trayectoria como empleado en la delegación territorial avilesina de la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE), ha sido premiado como el mejor vendedor de Asturias en 2017. "A mí me hace una ilusión tremenda, pero el verdadero premio tendría que ser para mis clientes. Tengo la suerte de vender mis productos a conocidos que, a día de hoy, son mis mejores amigos", asegura.

Vázquez sospecha que, en parte, su galardón responde a su espontánea manera de ser. "Se supone que más allá de que vendas mucho o poco te premian también por tu simpatía y tu constancia. A mí me llaman 'El Chulín' porque les digo 'chulín' y 'chulina" a mis clientes y les hace bastante gracia. Bueno, más de una vez a alguno le pintó regular, pero como por lo general les parece simpático pues se ha ido colando la coletilla y ahora ya es una tradición. Me conocen por eso", explica. "Lo que también creo que hice bien, aunque insisto en que todo es gracias a mis clientes, es que intento no vender solo cupones. En la ONCE hay muchos productos de juego que son menos conocidos y se valora mucho que los coloques. Hago lo mismo que el resto de mis compañeros, pero sí que intento incidir en que mis resultados de venta sean variados", añade.

El empleado, de 53 años de edad, nació en Gijón y vivió durante años en Avilés. Actualmente reside en Puerto de Vega con su mujer y sus dos hijos, aunque regresa semanalmente a la villa para que uno de sus pequeños pueda entrenar en el complejo deportivo de La Toba. Empezó a trabajar en la ONCE tras sufrir una enfermedad que le dañó la vista. Antes, Vázquez era encofrador en una empresa privada, a la que dedicó varios años, y después pasó una temporada en paro. "Un buen día, al poco tiempo de perder mi empleo, empecé a notar como unas cosas extrañas en los ojos. Algo muy molesto. Acabaron por ser unos desprendimientos de retina enormes que, además, me dañaron los dos ojos. Primero me atacó el derecho; lo acabé perdiendo tras varias operaciones. Después me atacó el izquierdo, aunque conseguí mantener parte de la visión y eso al menos me permite tener una vida prácticamente normal", resume. Arrastra esta discapacidad desde hace 22 años. "Me tocó vivir eso, bien. Pero salí adelante. Tengo mi trabajo y vivo con una buena familia. No hago un drama de ello. Siempre digo que hay que mirar para delante, pase lo que pase, porque lamentarse no sirve de gran cosa", asegura.

Desde entonces, su amplia experiencia como vendedor le ha hecho ganarse la amistad de todos sus clientes. "Ahora que estoy en Vega mi clientela es siempre la misma. Lo agradezco porque ya son mis amigos. Después de comer doy una vuelta por los pueblos cercanos pero por allí también me ponen todos cara. Es tal cual dice el dicho ese: en cada pueblo hay un cura, un maestro y un cuponero. Somos los míticos pesados que todo el mundo conoce", bromea.

Su trabajo, no obstante, quedó dañado por la crisis económica. "Nos decían que como la gente iba a estar más apretada se iba a animar a comprar más cupones, por si tocaba la campana y se quitaban el agobio de encima. Pero qué va. Todo el mundo se aprieta el bolsillo y los pueblos se están quedando vacíos. Eso a mí me duele mucho porque cada vez que se muere un cliente, como los conozco a todos, significa que se me muere un amigo. Y esa plaza no se va a llenar nunca en sitios de poca población. Te quedas con uno menos y punto. En ese sentido ser cuponero de pueblo es un poco más complicado", razona. Recogió su galardón el pasado mes en una gala celebrada en Madrid: "No le pido más a la vida. Quiero quedarme como estoy".

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