Las Tierras Altas de Escocia abonan la leyenda desde hace siglos: por las novelas de Walter Scott, el sistema de clanes y el tartán y, también, por las aventuras del héroe romántico Rob Roy que, cuando pasó al cine, lo hizo con la cara de Liam Neeson. José Luis López, que vive en La Peral, quedó prendado de Escocia después de ver aquella película, que iba de un ganadero bondadoso sometido por la bota de los ingleses casacas rojas, un hombre que se ve obligado a robar vacas extrañas para comer, animales pequeños, con pelo rojizo, los mejores para carne en la zona. "Y no paró hasta que se pudo hacer con ellas", confiesa Marina López, su hija. "Compró dos en Ávila", añade. "Venían preñadas", apostilla Pura González, la abuela de Marina, la de Casa Chichi... "Y aquí están. Hace unos pocos meses parieron", prosigue, con una satisfacción no disimulada.

La Peral, en las tierras más altas de la comarca, cuenta ahora con las Highlands genuinas: sus vacas más autóctonas han dado el primer paso para el hermanimiento. A ello ha contribuido mucho el clima. En la localidad illense hace tanto frío como en Fort Williams. Y la misma niebla. Y la misma lluvia. "Vamos a criar", promete López, que atraviesa el cercado de su finca con un cubo lleno de pienso haciendo ruido para llamar la atención de los cuatro animales más exóticos de la comarca. Y la llama: acuden corriendo al acceso a la finca. "Saben que viene la comida", explica la joven. Sus abuelos Luis López y Pura González se quedan en la carretera, a cubierto. Chispea.

"Son muy caras", subraya Luis López. "Pero toda la familia está rendida a estos animales", confiesa su nieta. No dan leche y la que dan es para criar a los terneros. Se llaman "Burrina" y "Oswaldo". "Burrina" porque es lo que es: "Cabezona", sentencia Marina López. Las crías son mestizas: sus madres son vacas de las Tierras Altas, pero el padre es Angus. "No, no los veo como hamburguesas", se ríe Marina López. La familia lo tiene claro: van a quedarse con ellos como "mascotas". "Cuando parieron teníamos toda la carretera llena de coches: nadie quería quitar los ojos de los terneros, que parecían osos de peluche, con esa pelusa", dice. Una de las vacas no puede criar a su ternero. "No da leche. Lo hicimos con biberón", confiesa.

Las vacas -"Highland" y "Anamari"- se han adaptado tremendamente bien a su nuevo hábitat. "Cuando nevó este invierno las guardamos en la cuadra, pero las tuvimos que sacar: sudaban mucho", explica González. A las reses de las Tierras Altas lo que les va es el mal tiempo, para eso tienen melena. La otra singularidad son los cuernos. "Son enormes", apunta López. "No se dejaban tocar", añade. Pero el roce hace el cariño. En Escocia, de eso saben mucho.