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La noche más tormentosa de Ensidesa

La siderúrgica se inundó por primera vez hace 39 años, con daños por más de 1.500 millones de pesetas: "Fue una avalancha de agua"

La noche más tormentosa de Ensidesa

José María Herrero "Herrerín" tuvo que salir corriendo. "Vimos, de repente, cómo una avalancha de agua entraba en la nave: había que salir de ahí". Echó aquella carrera en la noche del 15 al 16 de octubre de 1979, la primera madrugada verdaderamente pasada por agua en la gran siderúrgica. Estaba en el taller de laminación en frío de la antigua Ensidesa y era, por entonces, miembro del comité de seguridad de la fábrica de capital público, la empresa que movía casi completamente, la economía de la comarca de Avilés. La planta, desde hace años privada, sufrió otra grave anegación la semana pasada y aún no funciona al cien por cien.

La canalización del arroyo La Requejada a su paso por Gudín hizo crac pasadas las cuatro de la mañana de aquella noche catastrófica de hace 39 años. El roto fue de "cerca de diez metros", señala ahora José Luis Poyal, por entonces jefe de prensa de Ensidesa y director de su revista oficial. Aquella riada ahogó la antigua acería LD-II, el tren de "slabbing", el semicontinuo y laminación en frío, donde pilló a "Herrerín" aquella noche que se ha convertido en el precedente más palpable de la del pasado lunes día 11, cuando el agua anegó la acería LD-III, una instalación que produce casi cuatro millones de toneladas de acero al año, una de las mayores de Europa, y que prevé empezar a volver a la normalidad hoy.

José Antonio Arias, que cuatro décadas atrás trabajaba en la LD II, entró en la fábrica en la mañana de aquel día 16. "No había parado de llover en toda la noche", apunta. Para incorporarse a su puesto de trabajo, tenía que superar un control que existía cerca de las instalaciones de la antigua Enfersa (actual Fertiberia). "Iba con el coche, pasé y el agua, de repente me llegó a los tobillos", cuenta.

Justo donde se encontraba Arias, estuvo la zona 0 de la catástrofe industrial, la segunda después del zambombazo de Llaranes de febrero de 1971. Bordeando la carretera de Candás corre el arroyo La Requejada. Desde hace años está canalizado. "Pasaba junto a la LD-II y los antiguos hornos de cal. La carretera de Candás se encuentra con la carretera Norte, las vías del tren y el entronque exterior, el de Nubledo. Por ese lugar, el arroyo pasaba de estar al aire libre a bajo tierra: unos treinta o cuarenta metros. Allí fue donde estalló, porque el cauce bajaba cargado de maleza e, incluso, árboles", apunta Chus Rodríguez que, por entonces, estaba destinado en el Sínter V de Avilés. "A nosotros no nos afectó el agua, por eso seguimos produciendo, pero la catástrofe fue gorda", reconoce Rodríguez, ahora ya de retirada.

Lo que sucedió aquel octubre pluvioso de 1979 y lo que ha pasado este junio invernal es semejante. La acería de Avilés, la LD-III, fue consumida por el caudal inusitado del arroyo Las Llongas, que va paralelo a la carretera sur de la actual Arcelor. Se desbordó como consecuencia del nivel inclemente de lluvias y del estado actual de mantenimiento del cauce (consumido por la maleza).

La revista "Ensidesa" de noviembre de 1979 explica la catástrofe con claridad: "Ese día descargó sobre el área del valle de Serín una torrencial lluvia en un corto espacio de tiempo, adquiriendo las aguas carácter de avenida, dada la pendiente, produciendo a su paso importantes daños en viviendas y cultivos en la zona de Tamón". Luego añade: "Las aguas inundaron los sótanos que albergan los mecanismos de regulación, de las instalaciones, conducciones eléctricas, bombas...". "Siempre se ha dicho que la empresa tiene bajo tierra más instalaciones que en la cota 0", dice Javier Gancedo, entonces en el taller de control mecánico. Los daños de la inundación de esta semana han sido señalados, precisamente, en los sótanos y fosos de arrabio de la acería LD-III.

"Herrerín" había salido del taller de laminación en frío cuando el agua del arroyo cayó sobre la nave en que trabajaba "como una avalancha". Arias, unas pocas horas después, dejó atrancado el coche en la puerta de Ensidesa. "Nos mandaron todos para casa", señalan ambos. Los ingenieros recorrieron el estropicio y lo hicieron con el fotógrafo Nardo Villaboy que trabajaba para el Ayuntamiento de Avilés. "Me mandaron para la fábrica para dejar constancia de lo que había sucedido, para presentar las fotos a los peritos de los seguros...", cuenta ahora el autor del reportaje fotográfico que ilustra este artículo.

José Luis Poyal calcula que la avería tardó cerca de dos meses es subsanarse. "Los que estaban de vacaciones, de descanso, se incorporaron como voluntarios para participar en la vuelta a la normalidad de la fábrica", relata el antiguo jefe de prensa de Ensidesa. Había que sacar las máquinas, los motores, los armarios llenos de cables y tarjetas para que se pudieran secar. "Las tarjetas de control eléctrico estaban llenas de barro, se trajeron lavadoras, lavadoras de ropa, para dejarlas a punto", cuenta Arias, con más de cuarenta años de experiencia en la siderúrgica.

Un jovencísimo Iñaki Malda - "acababa de cumplir los 18 años"- trabajó a destajo en el taller de reparación oeste. "Era nuevín, me habían contratado el 2 de septiembre de ese año. Nos encargaron hacer los soportes para los motores que se habían mojado, una especie de cunas hechas con vigas para poder elevarlos y que no se rompieran del todo", recuerda. Otros trabajadores "se dedicaron a achicar agua en las zonas donde no podían hacerlo las chuponas", cuenta Rodríguez. Las consecuencias de las inundaciones se cuantificaron en más de mil quinientos millones de pesetas; de las de hace cuarenta años. "Normal que saliéramos corriendo, sin parar", bromea "Herrerín".

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