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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Pepín de Vicente, el carterín

Pepín de Vicente, el carterín

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Pedro Infante cantaba con mucho arte "Carta a Eufemia", una cadena de reproches a una moza que había pasado a la categoría de ex, o estaba a punto.

"Cuando recibas esta carta sin razón, Uuuuuuuufemiaaaa,

ya sabrás que entre nosotros todo terminó;

y no la des en recibida por traición, Uuuuuuuufemiaaaa,

te devuelvo tu palabra,

te la vuelvo sin usarla,

y que conste en esta carta que acabamos de un jalón".

José Vicente, cartero de Bildeo muchos años, tuvo que delegar alguna vez en Pepín, su hijo, para ir a buscar el correo a la carretera general, donde lo dejaba el autocar de línea de la Empresa Cosmen. Eran los años de la posguerra, Europa todavía no se había inventado y la gente seguía emigrando a Hispanoamérica para escapar del hambre y la miseria. En las caserías barajaban cómo vender una vaca para pagar el pasaje del hijo que marchaba sin que se resintiera la economía para los que se quedaban. El último en embarcar para Cuba fue Orencio de Cá los Berbiquís, y en esta casa tuvieron que furar lo suyo para conseguir el dinero del pasaje.

Habían pasado unos meses desde la partida de Orencio cuando, un día, Pepín, once años, cartero en funciones, bajó a buscar el correo a La Venta, en la carretera del puerto, con la enorme cartera de cuero enganchada en la albarda de la mula. Al regresar, cerca ya de Bildeo, en un paraje sombrío conocido como la Pena la Cuendia, recibió un buen susto al tropezar de repente con Palomo, que lo estaba esperando.

Palomo era un metomentodo que quería enterarse de las vidas ajenas, especialmente de los jóvenes, quién salía con quién, si fulanito y menganita se veían a escondidas, si zutanito y perenganita habían visitado un pajar? ¿Tal vez antepasado de Jaime Peñafiel? No hay nada seguro; en todo caso, este Palomo era mensajero exagerado, lo contaba todo y a veces se pasaba de frenada y contaba chismes de sí mismo que lo dejaban en muy mal lugar.

-¿Asustete, Pepín?

-A ti qué te parece...

-Tienes que decirme si traes una carta para Manolita.

-¿Y a ti qué te importa? ¿A que si viniera mi padre no le preguntabas?

-Puedes ganar cinco pesetas.

-Mi padre me dijo que no tenía que enseñar el correo a nadie que no fuese el destinatario, lo trae el reglamento.

-Sólo te pido que me digas si traes carta para Manolita y quién la envía, nada más, no creo que vaya contra el reglamento conocer el destinatario.

Pepín dudó; mientras no se abrieran las cartas...

-Vienen dos, una para Casa del Moreno y otra para Casa del Rubio.

-¿Y la de Casa del Moreno, para quién?

Poca información pudo sacar Palomo del íntegro Pepín, pero a las destinatarias de aquellas cartas, debidamente informadas por el carterín, no les gustó nada la maniobra del cotilla.

Tiempo después, volvió Pepín a sustituir a su padre como cartero y al regresar al pueblo oyó el alboroto de las partidas de bolos que echaban los mozos, así que se dirigió al "xuego los bolos", nadie decía la bolera; como había bastante gente presenciando el juego, aprovechó para repartir las pocas cartas que traía, junto con algún periódico, había tres suscriptores; finalmente se dirigió a Palomo con un sobre en la mano.

-Traigo una carta para ti- y le entregó un sobre grande, hecho con un papel recio de color pardo. En la esquina superior derecha lucía un sello de Argentina y su nombre y dirección un poco más abajo. Sin remite.

-¿Una carta para mí?

-Y bien perfumada.

-Es verdad, huele a perfume de mujer... Y trae varios papeles doblados, a ver si alguna me manda billetes...

Todos los presentes estaban pendientes de él y no se resistió a abrir aquel sobre allí mismo, en vez de guardarlo para leerlo tranquilamente en casa. Comenzaron a provocarlo:

-Tú, que siempre andas fisgando las cartas de los demás, no te hagas ahora el estrecho.

-Eso, que bien te preocupas de quién escribe a quién.

Se lavó las manos en el cubo de agua sucia donde se lavaban bolas y bolos, se secó malamente con una toalla inmunda, abrió el sobre introduciendo la navaja por la solapa y sacó varios folios plegados; al abrirlos, se vio que estaban cubiertos con una sustancia untuosa, marrón, de un olor insoportable, que no era manteca precisamente

La fiesta que se armó quedó en el santoral del pueblo y Palomo quedó en pichón. Nunca se conoció al invisible remitente, pero las mozas bildeanas lo celebran de generación en generación y Pepín recibió besos y dulces a montones una buena temporada.

Seguiremos informando.

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