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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Historias de nenos

Historias de nenos

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Qué pronto nos olvidamos de que hace unas décadas los españoles sólo destacábamos por nuestro atraso. Hacia mil novecientos sesenta empezamos a recuperarnos económicamente, fuimos el asombro del mundo por nuestra transición de la dictadura a la democracia, y ahora, en lugar de continuar con esa cordura y buen hacer, nos ponemos a reñir como chiquillos consentidos: en Asturias a eso lo llamamos refalfiar.

Tenemos calificativos equivalentes en Español para esos niños mal criados, caprichosos, melindrosos, hastiados, (de juguetes, de manjares, de oportunidades...). Hartitos estamos los sufridos españoles de a pie, viendo a los independentistas (e independentistos) dar la turra cada día, con sus derechos, sus patrias, sus historias...

Manolín, pongamos que se llamaba Manolín, tenía seis años cuando lo mandaban con el caballo a llevar comida a su abuelo que pasaba semanas con las vacas en la braña de Bildeo, braña que curiosamente lleva el mismo nombre que este pueblo del que venimos relatando historias desde hace años. Los chiquillos tenían que contribuir a la economía doméstica en la medida que pudieran hacerlo. Según reza un dicho local: "el tsabor de un nenu ia pouco, ya el que lo desprecia ia tonto", (el trabajo de un niño es poco y el que lo desprecia es tonto).

La braña estaba, y sigue estando, a unas tres horas de camino desde el pueblo; a la criatura la amarraban sobre la albarda y las alforjas, pasándole una manta sobre las piernas para que la cuerda no se le clavase en ellas. El caballo iba solo, conocía el camino de sobra, y después de la primera vez, en que acompañaron al chiquillo, todos en casa perdieron el miedo a que le pasara algo, porque qué le podría ocurrir atravesando montes, era un trayecto conocido y siempre podría tropezar con algún vecino y su ganado, o algún madreñero baltando (talando) hayas con las que trabajar.

Efectivamente, no tendría por qué pasar nada, aunque lo mismo podría tropezar con vecinos que hacerlo con osos y lobos... Los caballos tienen la mala costumbre de espantarse cuando huelen alguno de estos bichos por los alrededores y pueden lanzarse a una carrera loca, en la que Manolín, por muy sujeto que fuese, podría acabar barrido de la montura por las ramas de los árboles, bajando con albarda y todo desde el lomo a la barriga del animal... Todas las medidas de seguridad que llevaba el chiquillo consistían en una blima d'ablano, (vara delgada de avellano), con la que amenazar al caballo si cambiaba de dirección, para que volviera a la senda correcta, escaso argumento para que un rapacín pueda doblegar a un cuadrúpedo de más de trescientos kilos.

En uno de los viajes, cuando ya Manolín, hubo memorizado el camino a la remota braña, el caballo olió una manada de yeguas que pastaba cerca del nacimiento del río Xunqueras, recordó que un día había sido potro, como el caballo viejo de la famosa cumbia, y se lanzó sendero abajo siguiendo el olor a hembras que se apoderó de él. Aquel chiquillo tiene ahora cerca de setenta años y no le gusta recordar aquel episodio, cuánto miedo pasaría el probe crío. No podía controlar el caballo, que seguía su instinto ciegamente; si hubiese llegado al pie de las yeguas, iría loco a montar alguna y a saber lo que sería del rapacín, de la comida y de todo el aparejo.

Cualquier habitante de la Asturias rural sabe lo que es un caballo o un burro en celo, especialmente si el animal está entero, es decir, sin capar, menos mal que aquél estaba capado porque si no, la situación habría traído consecuencias funestas; los caballos y burros enteros se desmandan ante una hembra en celo, no los para ni un rifle. No es la primera vez que un burro cargado con yerba, un par de pellejos de vino, unos sacos de madreñas, etc., se entusiasma con una burra en sazón y trepa por ella, al tiempo que la carga se desprende por la grupa hasta el suelo, con albarda y todo, mientras su dueño lo muele a palos para que baje de la burra, con todos los vecinos descojonándose de risa con el espectáculo y el atragantón del paisano, mientras los dos animales enseñan sus tremendas dentaduras, riéndose del mundo porque ha triunfado el amor, una vez más.

Inexplicablemente, el caballo reaccionó bien a las voces e inofensivos palos que le sacudía Manolín, abandonó su expedición amorosa, retornó al buen camino y no pasó nada, (porque Dios no quiso, dijeron en casa).

Manolín esboza media sonrisa al recordar aquel episodio, le da vergüenza que se cuenten esas cosas; otros hay que se mueren por salir en los periódicos por cualquier chorrada, para presumir como un ratón encima de un queso.

Seguiremos informando.

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