El avilesino Luis María Allende, de 66 años, es un claro exponente de que la edad no es impedimento para iniciar una carrera como artista, la de pintor en este caso. Empleado del sector auxiliar de la gran industria hasta su prejubilación, Allende decidió desarrollar su gran afición -la pintura- en cuanto las circunstancias le liberaron de las obligaciones laborales. "Antes hubiera sido imposible, eran muchas horas de taller y lo que el cuerpo pedía al llegar a casa era descanso", explicó ayer el pintor novel con motivo de la inauguración en el vestíbulo de la Escuela de Artes y Oficios de su primera exposición, una muestra de veinte óleos la mayoría de los cuales tienen como motivo conocidos rincones de Avilés.

Antes de dar rienda suelta a su pasión por los pinceles, Luis María Allende probó con la talla pero acabó cediendo al impulso de la pintura y encontró en los talleres de Favila y Carmen Peláez, profesores en Artes y Oficios, el estímulo definitivo: "Llevo cuatro años yendo a clase y he aprendido un barbaridad; evidentemente, la técnica es necesaria para obtener unos mínimos resultados al pintar", explica, muy agradecido con sus maestros.

Llegado el momento, ayer, de hace pública su obra, el hombre que cambió la llave inglesa por el pincel aseguró estar "doblemente satisfecho: por el placer inherente al proceso creativo y por la oportunidad de mostrar la obra público". Admirador confeso de Sorolla, admite que tiene pendiente aún visitar la exposición del genio valenciano que luce en el Niemeyer. Esa asignatura está pendiente, pero la espina que tuvo años clavada por no poder dedicarse a pintar ya se la ha sacado.