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La factura más negra de la industria

El histórico de accidentes en las instalaciones siderúrgicas avilesinas abarca inundaciones, escapes, vertidos y hasta explosiones

Dos mujeres se protegen las vías respiratorias el día de abril de 2017 en el que una avería en las baterías de coque generó una nube tóxica.

En Avilés, pocos ignoran que cuando los mecheros de Baterías se encienden a toda presión es porque hay que quemar excedentes de gas, señal de que ha pasado algo grave que puede repercutir en la ciudad. Normalmente, la avería es fruto de una caída de la tensión eléctrica. Pero este martes pasado, sin embargo, fue un incendio: el de la cinta transportadora que alimenta la torre 1 de la coquería local. Los mecheros empezaron a quemar gas a todo meter y la ciudad se puso a temblar viendo la montaña de humo que engullía las baterías. Fue un día negro en la comarca, uno más de una amplia colección de ellos. Los avilesinos hace tiempo que viven en una línea estrecha que separa el progreso fabril de la desdicha. El recuerdo del zambombazo de la caldera de la LD-I, aquel fatídico 6 de febrero de 1971, no se ha borrado del imagnario colectivo. La memoria de aquellos ocho muertos está anclada en Llaranes, tanto que la nube negra colosal del martes reverdeció con miedo.

Desde mediados de los años cincuenta las instalaciones siderúrgicas condicionan la economía asturiana y la vida común de la ciudad. Así que cuando hay alarma en la industria, toda la comarca tiembla. Pasó este mismo martes con el incendio en Baterías, pero también en junio pasado, cuando el arroyo de Las Llongas se desbordó inundando la acería LD-III. Y, sin necesidad de ir muy para atrás en el tiempo, este enero pasado otra nube negra ocultó como una cortina siniestra la fábrica en la que se destila el carbón que alimenta los hornos altos de Veriña, el lugar en el que el mineral de hierro se transforma en arrabio.

El zambombazo de hace medio siglo convive con otras inundaciones alucinantes: las de octubre de 1979, cuando se agrietó el cauce postizo de otro arroyo, el de La Requejada, una línea de agua fina que corre pareja a la autopista. Aquella avalancha revivió este mismo verano. Los fosos de arrabio -más de diez metros de profundidad- se llenaron de agua. La empresa no hizo pública la valoración de los daños (en 1979 sí: nueve millones de euros, de los de entonces). Peor son las nubes negras, los vertidos a la ría... Y lo son porque vienen de una instalación a un paso de la ciudad. Por eso todos saben que no es buen presagio que los mecheros de las baterías se enciendan.

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