El cementerio de La Carriona, un enorme museo escultórico, cuenta con tantos difuntos como la población que tiene Avilés. Ayer, en la ciudad yacente, debutó el sacerdote Francisco Javier Panizo. "Estoy nervioso. Es difícil hablar para cientos de personas, cada una distinta", confesó poco antes de que comenzara la misa, a las 12.15 horas. En la última esquina del "cementerio nuevo", el párroco organizó lo necesario para la liturgia rodeado de un grupo de mujeres dispuestas a colaborar con la Iglesia: que si pasar el cesto, que si dar la comunión... El cielo barruntaba lluvia y el frío encogía los cuerpos vivos en La Carriona. Ante esto, Panizo avanzó: "Mi objetivo es buscar un sitio mejor para el culto. Este año estoy pagando la novatada, pero probablemente se cambie la ubicación de la misa de campaña".

El nuevo cura pareció así oír las peticiones de un buen puñado de feligreses: "La misa se debería dar en la capilla del cementerio, con unos buenos altavoces que permitieran a la gente seguirla junto a sus difuntos". Otros comentaban: "Se podía dejar donde está pero haciendo un cierre en condiciones". Analizando lo que está por venir llegó la hora de la misa, con el camposanto avilesino nutrido de fieles, aunque a simple vista menos que años atrás.

Panizo dedicó sus primeras palabras a los difuntos: "Aunque no estén con nosotros están en el cielo. Mientras estuvieron aquí fueron un regalo de Dios". También aconsejó a los avilesinos que siguieron sus palabras "trabajar por la paz". El sacerdote que ofició la misa en el camposanto de La Carriona utilizó un libro electrónico en lugar de los clásicos misales, aunque para las lecturas cumplió con la tradición. En el momento del ofertorio, un grupo de mujeres acreditadas como "organización" pasó el cestillo. Otras ayudaron al sacerdote en el momento de la comunión, que se dio en la explanada que separa imaginariamente el "cementerio antiguo" del "nuevo".

Sin incidentes

La misa transcurrió sin incidencias -salvo la indisposición de una mujer cerca del altar- y los feligreses se salvaron de la lluvia. El camposanto lucía de gala. Los avilesinos se esmeraron en los últimos días en decorar las tumbas: pompones, crisantemos y gladiolos competían con los más tradicionales puñados de claveles y rosas en los sepulcros. En algunos casos, las flores tapaban las lápidas. En otros, un simple capullo ensalzaba el humilde sentido de la ofrenda.

Fuera del recinto sacro, los aparcamientos del cementerio fueron insuficientes para dar cabida a tanto coche. Acceder a la rotonda de Buenavista fue cuestión de paciencia. La misma situación se repitió en la mayoría de los cementerios de la comarca avilesina. Los agentes de la Policía Local se encargaron de regular el tráfico y hacer más llevadera la "cola" hasta los cementerios.

Y es que la festividad de Todos los Santos congregó a centenares de personas no solo en Avilés sino en todos los cementerios de la comarca avilesina durante toda la jornada, como los de San Martín de Laspra, Nuña, Luanco y en La Callezuela, si bien el tiempo gélido hizo que algunas visitas a los camposantos fueran fugaces, casi un parpadeo para el recuerdo. Hoy finalizarán las celebraciones ligadas al recogimiento y la reflexión sobre la temporalidad del ser humano. En pocos días las flores, marchitas o ya recogidas, darán a los camposantos su aspecto habitual: frío, triste, de blanco marmóreo.