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La leyenda del cementerio leonés (3)

El grupo de chicos contacta durante un juego con fantasmas y el tiempo se les pasa volando entre pregunta y pregunta

Alumnos de las escuelas rurales de Gozón, durante una actividad de lectura de cuentos de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés.

Tras haberse colado en el cementerio leonés la noche de Halloween, los valientes muchachos decidieron proceder al mal llamado juego de "güija". Pronto comenzaron a escuchar ruidos extraños y la noche comenzó a torcerse...

De pronto, un enorme estruendo paralizó a los allí presentes. Todos los jarrones de cerámica que pendían llenos de flores en algunas tumbas, cayeron estrepitosamente al suelo haciéndose añicos, como empujados por una mano misteriosa. Y las flores que estaban en su interior salieron disparadas, movidas por el viento. El sonido de la caída de los floreros se agravó considerablemente debido al eco que ofrecían las tumbas, acentuado además por el silencio de la misteriosa noche.

Los muchachos arrancaron rápidamente sus dedos del tablero de güija, y se agarraron los unos a los otros.

El susto fue tan grande, que casi podían escucharse el latido de los distintos corazones luchando por salirse del cuerpo, incluso el de Tristán. Pero pronto el mismo muchacho, quiso calmar a sus amigos, echándole al violento viento que cada vez soplaba más violento. Es cierto, pensaron todos, había sido el viento, ¿qué si no?...

Pero pronto se dieron cuenta que algo había cambiado... El viento había cesado, aunque todos sentían un fuerte hedor en el ambiente que casi cortaba la cara.

Los muchachos volvieron a sentarse algo más tranquilos, cuando de repente, un miembro del grupo emitió un grito ahogado mientras señalaba el tablero de güija. Sus ojos parecían salirse de las órbitas, cuando pudo comprobar, que el vaso se había movido de su sitio. Ya no estaba en el centro del tablero, si no en un extremo.

-Pudo moverse al levantarnos- explicó Tristán, quién parecía el más escéptico.

Pronto todas las miradas estaban fijas en la "güija", expectantes de que aquel vaso se moviera. Desde aquellos gigantescos cipreses que se elevaban desde el subsuelo las aves nocturnas amenizaban con sus cánticos incomprensibles, y podrían otear a un grupo de jóvenes sentados en círculo, con sus linternas, tapados con mantas pendientes de que un vaso, que actuaba de comunicador entre la vida y la muerte se moviera.

Y así lo hizo, el vaso comenzó a moverse de manera lenta, hasta que empezó a coger más fuerza mientras era alumbrado con las linternas. El vaho de las respiraciones se reflejaba en el ambiente como una nube misteriosa, algo podían sentir. Todos estaban nerviosos desde el movimiento del recipiente, pues aunque querían contactar con el más allá, realmente no sabían ante qué se estaban exponiendo.

El vaso comenzó a coger más velocidad y a divagar entre las palabras " Sí" y "No" colocadas en el tablero una en el extremo izquierdo y la otra en el derecho. El vaso parecía estar calentando, pues aún no había empezado a decir nada claro.

Uno de los chico comenzó a formular las preguntar protocolarias que se suelen realizar en este mal llamado "juego": ¿quién eres?, ¿qué te ha ocurrido?, ¿conoces a alguien de aquí? Las preguntas eran constantes.

El vaso entonces paró de moverse dejando de hacer ese frenético movimiento de un lado a otro del tablero, paró unos cuantos segundos y comenzó a desplazarse letra a letra tratando de responder elocuentemente las preguntas que se le formulaban.

El espíritu les decía letra por letra en movimientos lentos, que era el antepasado lejano de uno de los chicos allí presentes, que había fallecido de muerte natural debido a su larga edad y les había advertido que no debían estar allí.

Pronto pareció que la comunicación con ese espíritu se había acabado sin saber por qué, el vaso estuvo inmóvil unos segundos y otra vez comenzó a moverse y a saludar, era entonces otro espíritu quien trataba ahora de comunicarse con ellos. Se trataba de un niño de siete años que había coincidido con otro chico de grupo, con Felipe, hacía nueve años en un hotel de vacaciones, se habían conocido ahí y habían jugado a diario en la piscina, luego nunca más se volvieron a ver, y al año siguiente el pequeño enfermó gravemente y murió. No le dolió demasiado, porque los médicos le daban muchas pastillas para calmarle. Ahora no se sabe porque extrañas circunstancias aquel niño quería hablar con él, ni siquiera Felipe podría explicarse cómo se acordaba de él, ya que tuvo que hacer mucho esfuerzo en su memoria para recordar de que niño se trataba, pero cuando le dijo el hotel de vacaciones se acordó.

Ese momento les estaba resultando fantástico pues acaban de conectar con fantasmas, en un entorno maravilloso para ello y de lo más lúgubre. Estaban pasando la noche de sus sueños.

Tenían la sensación de que había una gran sobrecarga de entes que peleaban por entablar comunicación con ellos, muchas fueron las veces que el fantasma estaba comunicándose, transmitiéndoles algo, de pronto el vaso paraba unos instantes y reanudaba el movimiento, volvía a saludar y era otro espíritu diferente, sin volver a saber nada más del anterior fantasma. Así ocurrió en repetidas ocasiones.

Los minutos iban pasando, y los jóvenes ahora estaban muy concentrados en su tablero de güija, olvidándose del reloj y de la ubicación donde se encontraban.

Continuará...

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