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La leyenda del cementerio leonés (y 5)

Dulce Victoria Pérez Rumoroso, durante una actividad de lectura de cuentos infantiles de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés en el San Vicente de Gijón.

La aventura en el Cementerio leonés se truncaría... Ruidos extraños, fantasmas, apariciones... Rápidamente el grupo de muchachos trataría de escapar de aquel lugar. El pánico se apoderaba de ellos, sobre todo de Tristán...

La carrera por fin estaba a punto de concluir, ya veían la puerta del cementerio, la cual para asombro estaba abierta. Había sido la carrera más rápida que disputaron en su vida, a pesar de las múltiples caídas producidas por el terreno irregular y la velocidad a la cual sus piernas no estaban acostumbradas a correr.

De pronto mientras todos proseguían Tristán se detuvo un instante como hipnotizado y gritando, continuaba diciendo que veía a esos fantasmas, que estaban ahí, que vendrían a por ellos. El joven parecía estar embrujado viendo algo que solo él podría describir.

-¡Vamos Tristán! ¡Ahí no hay fantasmas!, ¡la puerta ya está ahí!¡ vámonos!, -le gritó Felipe tratando de que retomase su marcha para salir cuanto antes de aquel sitio horrible.

-¡Vienen a por nosotros, vienen a por nosotros!, -gritaba una y otra vez Tristán parado y aterrado en el mismo sitio mirando algo incomprensible para los demás.

El resto de amigos iban saliendo a toda velocidad del cementerio, franqueando la enorme puerta entreabierta, con sus grandes travesaños de punta afilada. Todos sus amigos desde fuera del Campo Santo gritaban a Tristán para que saliera, y éste, en un momento de lucidez, desprendió su mirada de esos entes que veía y la dirigió a la puerta del cementerio, entonces comenzó a correr con viveza para salir de ahí cuanto antes. El resto de muchachos corrían ya varios metros por delante.

Tristán corría sin mirar atrás y estaba a punto de franquear la puerta de travesaños afilados cuando notó que algo helado le agarró por detrás el abrigo. Intentó avanzar, pero notó la fuerza del brazo helado que le agarraba y se estremeció de tal manera, que no quiso ni mirarle. Allí en aquel siniestro paraje, bajo la luna, ante el sonido de las aves que parecían cantar ante el terror allí vivido, ante esos entes que solo el veía y el terror que sus sentidos captaban, su corazón no pudo soportar la potencia de sus latidos y se heló de terror. El corazón de Tristán se paró para siempre.

A la mañana siguiente, en el frío amanecer leonés, el guarda del Cementerio llevaría la peor sorpresa de su vida.

Bajo un árbol, ateridos de frío, con rostros morados, casi cadavéricos abrazados unos a otros y en estado de shock encontró a un grupo de amigos, los cuales, tardaron mucho tiempo en pronunciar palabra de lo allí vivido.

Lo peor, fue cuando, se acercó a la entrada del cementerio, desde lejos ya podía ver que la puerta estaba abierta, pues su altura era visible desde lejos, pero los árboles le impedían ver con claridad la totalidad de la entrada y se sobresaltó, pues él la había cerrado al terminar su jornada el día anterior.

Cuando se acercó el horror se mostraba ante sus ojos, no daba crédito a lo que el terrible destino le había deparado en aquella triste mañana. Pudo ver como el cuerpo de un chico pendía colgado de la parte trasera de su abrigo de uno de los afilados travesaños de la puerta, y su cuerpo enganchado de la puerta yacía casi congelado por el frío. Sus ojos estaban abiertos y en su cara podía reflejarse una tremenda expresión de terror que lo sobrecogió y que trató de sacar de su mente, pero que jamás pudo olvidar.

Aquel chico, Tristán, había muerto de terror, cuando atravesaba la puerta antigua del cementerio, la capucha de su abrigo se había quedado enganchada en uno de los barrotes de la puerta, notó el frío, y pensó que lo habían agarrado esos entes que solo él veía. El pánico se apoderó de él y no le permitió mirar hacia atrás donde podría haberse desenganchado, no quiso mirar creyendo que estarían esas figurar que pensaba que iban a por él. Y el terror y el pánico hizo que su corazón se parase.

Así quedó reflejada su muerte que pasó a formar una leyenda, la "Leyenda del Cementerio Leonés", pero, quizás ya estuviese su muerte escrita, pues pocos minutos antes de fallecer solo él veía esas ánimas que quizás venían para llevárselo.

Sus amigos jamás olvidarían este hecho y no volvieron a hacer la güija, pues no saben si ya estaba escrito o fue Satán quien sentenció en ese mismo instante su destino final.

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