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El poder de Amets y Sara

Cuatro años después, el parricidio de Soto del Barco pesa como una losa en una sociedad que tiene pendiente ayudar en condiciones a las víctimas

Amets y Sara, en distintas imágenes en un montaje realizado por su madre. LNE / MARA VILLAMUZA

Amets y Sara tienen mucho poder. Inimaginable para dos niñas de 9 y 7 años. Lo primero, son el motor de vida de su madre, quien con su recuerdo saca fuerzas a diario de donde ella sólo sabe para seguir adelante. Además, el nombre de ambas pesa como una losa para la sociedad, que nunca podrá librarse de la duda de si se pudo hacer algo por evitar la tragedia.

El poder de Amets y Sara es precisamente ese: su capacidad para remover conciencias y, tarde o temprano, porque lo lograrán obligando a que se tomen medidas o se haga algo -aquellos que pueden y deben hacerlo- para que lo que a ellas les pasó no le ocurra a nadie a más.

La historia de Amets y Sara es tristemente conocida. Sucedió hace cuatro años en San Juan de la Arena (Soto del Barco). El 27 de noviembre de 2014 su padre las mató a golpes en su casa: aprovechó el tiempo estipulado por el juez para pasar dos tardes a la semana con ellas, tras separarse de su madre, para acabar con la vida de sus dos hijas. Luego, se suicidó.

A Bárbara García se le vino el mundo encima. Difícil encontrar palabras que describan lo que sintió. Pero ha salido adelante. En 2015, un año después de la tragedia, ella misma lo contaba a través de LA NUEVA ESPAÑA: "Amets y Sara eran lo que yo más quería; ahora no tengo otra opción que sacar fuerzas: no puedo permitir que él logre su propósito de hundirme".

A día de hoy se puede decir que ha vencido moralmente a su verdugo, un cobarde que no tuvo valor para seguir vivo y enfrentarse a la barbarie que había cometido.

Bárbara García no se ha hundido, todo lo contrario. Sigue adelante. Ha ganado esa batalla. Pero le queda otra. Personas como ella no acaban de recibir de las instituciones el apoyo necesario, lo mínimo para poder recomponer sus vidas. Meses atrás junto con otras mujeres en su situación -"madres huérfanas de hijos" se autodenominan- como Ruth Ortiz y Marianela Olmedo impulsó un manifiesto para llamar la atención sobre las carencias y vacíos legales que les rodean. En el listado hay algo tan básico como ser consideradas víctimas, lo que no ocurre siempre, para poder acceder a ayudas y gozar de algún beneficio que sí tienen otros.

El caso de Bárbara García, de 44 años, es especialmente sangrante: no se había casado con el padre de sus hijas, con el que había convivido diez años y, por tanto, no ha tenido pensión de viudedad. Incluso poco después del crimen perdió una pequeña ayuda familiar sin mediar ningún tipo de comunicación. Desde el minuto cero tuvo que ponerse a recomponer su vida no sólo emocionalmente, sino económica y laboralmente, algo imposible si no hubiera contado con el apoyo familiar, de su pareja y de sus amigos.

Su teléfono sonó sin parar aquellos días de noviembre y los sucesivos, pero poco a poco el timbre se fue apagando. Se intensifica cada año en torno a la fecha del 25 de noviembre, una jornada contra la violencia machista que en los últimos tiempos parece haber cogido fuerza y a la que todo el mundo de alguna manera se suma. A Bárbara García le han pedido que lea manifiestos, encabece manifestaciones? Siempre se ha negado.

No deja de ser chocante, irónico tal vez, que precisamente le reclamen a ella, uno de los grandes ejemplos del fracaso de las políticas y acciones de este tipo. Más allá de actos y gestos simbólicos, que sí reconfortan, las víctimas de la violencia machista y las "madres huérfanas de sus hijos" necesitan apoyo real, práctico, acciones que les sean útiles.

En el citado manifiesto, hecho público en septiembre, sus impulsoras reclaman ser reconocidas víctimas con todo lo que ello significa, además de un protocolo claro de actuación cuando haya hijos por el medio en una denuncia de malos tratos, y que se separe "inmediatamente" al verdugo de la víctima y los menores. No sólo quieren "buenas palabras e intenciones", sino decisiones eficaces para que no haya más casos como el de Amets y Sara o el de los pequeños y tristemente célebres Ruth y José, quemados por su padre, quien paga por ello en la cárcel. "Se cumplen cuatro años del asesinato de mis hijas y nada ha mejorado", resume Bárbara García.

El tiempo ha pasado y ha sido afortunadamente sanador para esta mujer que vive rodeada en su casa de fotografías y objetos de las niñas. Todo ello le reconforta, tanto como le duele y le atemoriza que la sociedad borre el recuerdo "de las crías".

Su deseo es sencillo: que nadie se olvide de sus pequeñas, que Amets y Sara sigan ahí, si no a diario, de vez en cuando y de forma alegre: en las conversaciones de sus amigas y en las de las familias a la salida del colegio; a la hora del café en el bar del pueblo; en las reuniones de las actividades extraescolares... "¿Cómo me va a molestar o hacer daño que alguien me pregunte por mis hijas? Todo lo contrario?", sentencia.

En el parque infantil de Soto, junto a la iglesia y la escuela, se levanta un monolito desde hace dos años en memoria de las hermanas. Allí echaron muchas tardes de juegos con sus amigos.

El poder de Amets y Sara es inmenso. Han dado fuerza a su madre para sacar adelante su vida; han dejado una huella eterna en Soto del Barco; y se han colado en los despachos de políticos y gestores. Ésta última batalla, aunque pendiente, también la ganarán.

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