El miércoles pasado conocimos a Tomás, un niño de diez años. Su pelo es castaño claro y corto. Le encanta leer, dibujar, coleccionar cromos, jugar a las damas, al ajedrez... Acababa de mudarse junto con su familia a otro barrio. Todo era nuevo para nuestro amigo: la ciudad, su casa, el colegio, la mochila, su silla... Tomás no puede caminar, pero se desplaza ágilmente con su nueva silla de ruedas. Un último modelo, más ligero y moderno que el anterior.
Era el primer día en un colegio nuevo y nuestro amigo estaba nervioso. Cuando los demás niños llegaron al aula, todos miraban al muchacho. Ninguno se dirigía a él y comenzó a ponerse nervioso. Sabía que le observaban por estar en la silla de ruedas. Nuestro amigo comenzó a sentirse diferente y muy triste.
Pero todo eso empezó a cambiar, cuando se percata de que los niños le miraban con ansia de conocerle y jugar con su súper silla de ruedas...
Tomás estaba asombrado. Veía que realmente Juan quería jugar con él. El resto de compañeros le miraban sonrientes a pocos metros.
-¡Vamos Tomás!, - decían los demás.
Nuestro amigo estaba asombrado con lo ocurrido. Así que con gran alegría se dispuso a jugar con sus nuevos amigos. Echaron muchas carreras y en ellas siempre ganaba Tomás.
-"¡Tomás, eres el mejor!" "¡Tomás es un campeón!" "¡Tomás, Tomás!", decían.
Sus nuevos amigos le abrazaban, aplaudían y coreaban su nombre. El pequeño era plenamente feliz.
-Tomás eres un campeón y tienes la silla más rápida del planeta, -le dijo Juan mientras le abrazaba.
-Estoy muy contento de ser vuestro amigo. Creía que me veíais diferente por tener que estar en esta silla- explicaba Tomás
-Todos te mirábamos, es cierto, pero porque te envidiábamos. Ya quisiéramos andar tan veloces como tú con tu silla, y estar todo el día sentados, ¡con lo que cansa estar de pie! Por no decir que puedes colgar tu mochila en la silla y no cargar con ella constantemente. Nosotros venimos al colegio caminando y cargando con ella a la espalda. ¡Todos queremos una silla como la tuya!
Tomás reía como nunca. Era feliz, pues comprendió que los demás niños le valoraban y le querían tal y como es. No podía estar más contento.
Ese día nuestro campeón invitó a merendar a sus nuevos amigos a casa. Sus padres escuchaban desde fuera de la casa las risas de Tomás y salieron a ver qué ocurría. El pequeño presentó a sus amigos. Sus padres se quedaron boquiabiertos. Ya no por apreciar que Tomás era feliz como nunca, sino porque entre todos habían decorado su silla de ruedas: ya no era normal y corriente, ahora era una súper nave espacial llena de papel de aluminio, brillantina y color pero sobre todo, repleta de mucho amor.