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LUISA NÚÑEZ FERNÁNDEZ | PROFESORA DE FILOSOFÍA DEL INSTITUTO CARREÑO MIRANDA JUBILADA

Una filósofa feliz en su huerto

Luisa Núñez Fernández reconoce que ejerció la docencia con respeto y cercanía al alumno, pero también con un elevado nivel de exigencia

Luisa Núñez Fernández, en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés. MARÍA FUENTES

Luisa Núñez Fernández, profesora de Filosofía durante 32 años, 6 meses y 9 días, comparte con Voltaire que la clave de la felicidad de una persona jubilada se encuentra en cultivar el huerto. Así, entre las flores y plantas que atiende en su casa del concejo de Corvera vive la docente desde que se despidiera de las aulas del Instituto Carreño Miranda, cuya Asociación de Antiguos Alumnos le concedió hace unas semanas uno de sus premios anuales.

La docente acumula en los 70 años que acaba de cumplir una vida intensa fruto de la rebeldía que marcó su juventud, el estudio, la curiosidad por conocer y aprender, la lectura voraz, el sentido crítico y el respeto hacia la diversidad de las personas en todas las facetas. En la filosofía halló la horma de su zapato, si bien sus primeras preferencias iban encaminadas hacia la química, quizás influenciada por la lectura en quinto de Bachiller de "La vida heroica de Marie Curie, descubridora del radio". Tiene muy claro que llegó a la especialidad que protagonizó tres décadas de enseñanza "porque tropecé con buenos profesores" y porque le atrajo el conjunto de saberes que reúnen sus principios. "La filosofía es un campo abierto, te libera de la alienación, del dogmatismo y de la estupidez", señala esta mujer nacida en Mieres "después de que estaban declarados los Derechos Humanos", manifiesta.

De los años de infancia y juventud recuerda con cariño tres profesores que le dejaron huella: María Luisa Comas, maestra de las escuelas Aniceto Sela en la localidad mierense; Luisa López Gastey, del Instituto Carreño Miranda, y Luis José Martínez, de Matemáticas. La primera, recuerda, establecía como deberes para el fin de semana la lectura del periódico y elegir una noticia que analizarían los alumnos el lunes en clase. Corría 1956, Luisa Núñez sólo tenía nueve años y "aprendí dos lecciones: que tenía que leer para mí, no para impresionar ni a la profesora ni a mis compañeros, y que la lectura del periódico ha de ser crítica", apunta. De Luisa López Gastey, que se había formado en Francia y llegó al centro avilesino con una mentalidad diferente a la que predominaba entre el profesorado de la época, dice que "fue el espaldarazo para decantarme por la filosofía". "Montaba seminarios, nos enseñaba a leer textos, a analizar y a no dar nada por sentado", explica quien pasó más de media vida en el Carreño Miranda, sentada en el pupitre u ocupando la mesa del profesor, primero en la avenida de Portugal (en el edificio del actual colegio Palacio Valdés) y posteriormente en la avenida Cervantes.

En esta institución, tras concluir cuarto de Bachiller y la reválida, cursó Secretariado tutorizada por Vicente Castro, con el que realizó las prácticas, pudiendo así conseguir una beca para continuar el bachiller y, posteriormente, cursar la primera parte de la carrera en la Universidad de Oviedo y la especialidad en Madrid. En ese periodo como alumna tomó una decisión que años después marcarían su rumbo laboral. "Me molestaba que unos profesores rígidos no respetaran a los alumnos porque vistieran mal o pronunciaran regular. Me propuse que si algún día era profesora no iba a repetir ese comportamiento", comenta para, al mismo tiempo, justificar la actitud de los docentes de entonces: "No tenían otro modelo, era el que había en la época". Cumplió al pie de la letra aquel pensamiento de juventud y, además, desde el primer día de clase "dije que me trataran de tú, aunque unos lo hacían y otros no".

Ejerció la docencia con respeto y cercanía al alumno, pero también con un elevado nivel de exigencia, según reconoce. "Las clases las llevaba muy preparadas, daba pautas de trabajo para el curso con fecha y las seguía a rajatabla, no exigía a mis alumnos más de lo que yo trabajaba", reconoce. Repitió esta forma de proceder durante veinte años de docencia en el Instituto Carreño Miranda y diez en el de La Magdalena. En este último también fue directora y orientadora. Solicitó el traslado a este centro para no coincidir con sus hijos en el Carreño Miranda y regresó a la avenida Cervantes transcurrida una década. Durante un año y pico dejó las aulas para desempeñar labores de orientación en la dirección provincial de Educación con Vicente Álvarez Areces al frente.

A lo largo de la carrera docente, a Luisa Núñez le tocó vivir años difíciles, tanto personal -"andaba a dos mil por hora"- como profesional, ya que se prodigaban los enfrentamientos políticos, había muchos alumnos en el instituto y la droga provocó varias tragedias. No obstante, "entraba y salía muy contenta del aula, un lugar que era una isla para mí", dice para comparar las clases con "un cubículo de cristal sin techo y con altavoces para fuera, de modo que el profesor no habla en privado". En tres décadas ha visto muchos cambios en la figura del docente. "Cuando era alumna, el profesor era un dios, siempre tenía razón. De ahí se pasó a una generación en la que tenía autoridad pero se podía poner en cuestión. En mi última fase, tuve que decir a algunos padres que estaba abierta a hablar de cualquier tema excepto de cómo tenía de hacer la clase; ahora mismo nuestra profesión es difícil, hay una queja generalizada del ambiente en el aula".

Al echar la mirada atrás, Luisa Núñez guarda grandes recuerdos de la etapa universitaria y de muchos de los profesores de entonces, sobre todo de la primera fase en Oviedo, con Gustavo Bueno, Josefina Codoñer, David Ruiz, Alarcos? "En segundo curso, Bueno me metió en varios seminarios y se abrieron nuevas perspectivas", comenta. En Madrid las amplió al implicarse en numerosos proyectos. Dirigió las actividades musicales del colegio Isabel de España y entró en contacto con los intérpretes del momento, también frecuentó encuentros con pintores, escritores, hizo pinitos en el mundo del periodismo, dio clases particulares de latín y griego y era una asidua de la Biblioteca Nacional y del Museo del Prado. A la principal pinacoteca nacional acudía a contemplar las grandes obras del arte mundial, en especial las del Bosco. "Durante un año, fui todos los domingos, día de entrada gratuita. Me conocían los conserjes, que me ayudaron mucho, y aprendí también con los pintores que hacían copias". También fue extra de cine en los rodajes de "Sócrates" y "Paton", quizás fruto de una herencia no familiar. Su padrino era el actor José Suárez, gran amigo de su padre.

Tanta actividad no le quitó tiempo para centrarse en los estudios. "Cada sobresaliente lo gané a pulso, pero hice caso a Gustavo Bueno, que un día me dijo: no se encierre, hable con todo el mundo y viva; cumplí sus recomendaciones al pie de la letra", concluye la filósofa, hoy también jardinera y horticultora.

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