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ADOLFO GARCÍA RUIZ | PROFESOR DEL COLEGIO SAN FERNANDO DURANTE 42 AÑOS, RECIÉN JUBILADO

Educador en el pupitre y ante el plato

Idolatrado por sus alumnos, fue responsable del comedor de su centro y del campamento estival varias décadas

Adolfo García Ruiz, en el colegio San Fernando. JULIÁN RUS

"He sido feliz como maestro, no me he equivocado de profesión", asegura Adolfo García Ruiz, profesor durante cerca de 42 años en el colegio San Fernando, el mismo centro que lo acogió como estudiante en el viejo caserón de La Magdalena desde la Preparatoria hasta COU y del que guarda imborrables recuerdos y grandes amigos.Tras más de cuatro décadas volcado en la formación de los más pequeños (Enseñanza General Básica primero y Primaria, después), este gallego reconvertido en asturiano (nació en Burela y contaba un año cuando su familia se trasladó a vivir a Avilés) dijo adiós a las aulas hace poco con el corazón encogido y un nudo en la garganta. La emoción le embargó cuando el 28 de enero, al concluir la última clase previa a la prejubilación (de Lectura, en tercero de Primaria) vio a un grupo de jóvenes que le esperaban. Habían sido sus alumnos hace once años. La sorpresa fue mayúscula para este hombre que regala saludos, reparte palabras de afecto por doquier y siembra simpatía allá donde va.

Pero el asombro no terminó en esta agradable visita, continuó en las escaleras, donde docenas de alumnos y profesores se concentraron para aplaudirle y corear su nombre. "Me quedé desarmado", reconoce, conmovido aún por el gesto de quienes han formado parte de la que ha considerado su segunda familia. Y, para rematar aquella jornada de sobresaltos, un profesor le esperaba al volante de un Jaguar antiguo "para sacarme por la puerta grande". "Dejo grandes amigos y grandes compañeros, profesores y personal de mantenimiento, limpieza, vigilancia y secretaría que nos facilitan muchas tareas que no se ven, que quedan soterradas", indica.

Estos días, García Ruiz navega dentro de una nube, le embriagan las muestras de cariño que recibe y reconoce que no era consciente del aprecio que sienten por él sus alumnos. "Es cierto que a veces estoy tomando algo con mi mujer y, al pagar, el camarero nos dice que estamos invitados, nos indica la persona que abonó la consumición y resulta que es un antiguo alumno del que a veces no recuerdo el nombre, por lo que al llegar a casa lo busco en el catálogo", relata este maestro con vocación hacia la docencia desde la juventud. De hecho, en la elección de la carrera de Magisterio (su padre quería que estudiara Veterinaria) tuvieron mucho que ver docentes que le dejaron huella, como José Luis Piñeiro, Manuel Ramos o Gabino Azcárraga. "Buenas personas y cercanas a los alumnos", dice.

A lo largo de los años y en el ejercicio docente, Adolfo García Ruiz ha intentado reproducir aquellos comportamientos que despertaron su admiración, entre ellos, la proximidad con los más jóvenes. "Los padres te dejan lo más bonito que tienen y no todos los niños son iguales; el profesor tiene que hacer pan para todos, pero cada uno necesita una cantidad distinta, un poco de pan y un abrazo unos, un pedazo y un tirón de orejas otros", comenta este defensor a ultranza de los abuelos que a diario ve acompañar a los nietos al colegio. "Hay que dar un abrazo a cada uno, asumen responsabilidades que no les corresponden y muchos niños tienen una educación gracias a su apoyo", añade.

Frente a la simpatía que dirige hacia esta figura familiar se muestra crítico con los políticos y el sistema educativo: "No es igual para todos". Hace referencia a los sucesivos cambios de modelo, "impidiendo así que la labor educativa tenga continuidad". En este sentido, considera que "la política tiene que estar fuera de las aulas, han de ser los profesionales de la enseñanza los que marquen las pautas y no los políticos".

Complacido por haber disfrutado de la profesión que eligió en plena juventud, García Ruiz agradece el apoyo de su familia, "a la que quité tiempo en vacaciones y muchos fines de semana". Y es que, además de las tareas docentes, se embarcó en otras actividades, como la de responsable del comedor durante 31 años o la organización del campamento de verano entre 1979 y 2013.

En el comedor ejerció de educador, médico, consuelo y "padre" que enseñaba a alimentarse a 320 niños, entre los que comenta que ocurren situaciones muy variadas: fiebre, dolor de barriga o de cabeza, dietas... "Siempre llevaba bata y un termómetro en el bolsillo, además de tener un botiquín con algún medicamento y menta poleo", cuenta quien en el aula sólo se considera "un mero transmisor de conocimientos; soy como una naranja o un limón y estoy para que me expriman".

Su faceta al frente del campamento de verano le permitió pasar más tiempo con los niños. El primero tuvo lugar en 1978 en la casa parroquial de Pillarno y fue capitaneado por otro profesor, José Alonso. Al año siguiente, se incorporó Adolfo García y tuvo como marco Pola de Gordón. Los sucesivos se desarrollaron en Boñar, San Pedro de las Herrerías, San Martín del Castañar, La Vecilla... "Siempre en pueblos de Castilla para sacar a los niños de la contaminación de Avilés", según pone de relieve. Participaban 200 alumnos de entre 6 y 14 años que "ganaban autonomía, se hacían más sociables, aprendían a compartir y a estar en contacto con la naturaleza".

Con la puesta en marcha de estos campamentos surgió un grupo que cada puente de mayo realizaba un viaje a la localidad donde se iba a celebrar la siguiente actividad veraniega. "Hacíamos las rutas que luego realizaríamos con los chavales, contratábamos los caballos, las canoas y cuanto fuéramos a necesitar", describe el docente, que sustituirá las aulas del San Fernando por caminos y sendas asturianas que recorrerá en compañía de los amigos. También dejará tiempo para otras aficiones, como pescar en el mar con su hijo, disfrutar de su nieta, recuperar el tiempo con su esposa, Mar Pérez Calles, restaurar muebles y también realizar mejoras en un coche antiguo. La prejubilación se presenta igualmente activa para este profesor que disfrutó de la vida escolar y quiere tener un recuerdo hacia "los docentes, padres y alumnos que ya no nos acompañan".

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