El cura responsable de San Antonio de Padua, Ángel Fernández Llano, subió todo florido cada uno de sus 92 años por una escalera para proceder a bendecir las palmas y los ramos, para abrir, de hecho, la Semana Santa avilesina. Fernández Llano leyó entonces el episodio del Evangelio según San Lucas en que cuenta la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén a lomos de un borrico que estaba atado a las puertas de los muros milenarios. Leyó a un micrófono y ante una plaza de Carlos Lobo llena hasta la bandera. Y se hizo el silencio. "No podemos dejar a los niños un mundo contaminado, injusto e insoportable; tenemos que esforzamos por construir un mundo mejor", reclamó el sacerdote en su breve sermón, el prólogo de la procesión de la Borriquilla, más de dos décadas ya en manos de la cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Esperanza.

El sol en todo lo alto del cielo ayudó a que cientos de personas optaran por participar en la primera estación de la Pasión. "No hace falta que llegue el agua a todos los ramos: estáis todos bendecidos", bromeó desde lo alto del murete que separa la iglesia de la plaza. El agua del hisopo, lo sabía ya el cura veterano, no podía llegar a todo el mundo, a pesar de que todos levantaron los brazos y, en un momento, la plaza de Carlos Lobo parecía un bosque sagrado.

El paso de la Borriquilla es de la Orden Terciaria de San Francisco, que lo compró en 1955. El taller santiagués Rodríguez y Puente fue el encargado de su creación. Los franciscanos seglares sacaron el paso hasta los primeros años setenta. "Renunciaron entonces porque había que salvar una escalera que hacía muy difícil montar el paso", explicó Agustín Albuerne, de la orden seglar. "La cofradía de Jesús de la Esperanza retomó la procesión hace veinte años: sin ellos no sería posible", reconoció.

Alrededor de sesenta miembros de la cofradía que dirige Rufino Arrojo recorrieron las calles más céntricas de Avilés al ritmo marcado por una banda de tambores de dos decenas de personas. Seis costaleros escoltados por cuatro guardia civiles condujeron el paso restaurado hace media docena de años y que puede ser contemplado todos los días en la iglesia de San Antonio de Padua, la que atiende Fernández Llano con la fortaleza que dan los años en el mundo, una iglesia que depende de San Nicolás donde también hubo bendiciones.