Los momentos más emotivos de la Semana Santa suelen vivirse a relativa distancia del foco que apunta a los pasos, a los cofrades, a las bandas de tambores... a la parafernalia más visible de la liturgia callejera. Uno de esos momentos lo protagonizó ayer, en la procesión de San Pedro, una anónima mujer, portadora de un cirio rojo con llama trémula. Llorosa y con los pies descalzos, la mujer se unió discreta y humildemente a la corte de devotos que suele cerrar el cortejo procesional. Esta penitente explicó que el motivo de su presencia en la procesión era la promesa realizada a San Pedro de que le acompañaría descalza por las calles empedradas de Avilés el día de su procesión si intercedía por el éxito de las operaciones a las que tuvo que ser sometida su hija, afectada de cáncer. La enferma ha sanado y la madre, agradecida, pagó su deuda con San Pedro.

El caso de esta mujer no es ni mucho menos único. El santo que se custodia en la capilla de Rivero suele ser objeto de visitas de fervientes devotos que piden su intercesión divina y la procesión del Martes Santo, el día elegido por muchos para "arreglar cuentas". Cuestión de fe. No en vano, San Pedro pasa por ser el primer apóstol que supuestamente obró un milagro público: tras invocar el nombre de Jesús, los cristianos afirman que curó milagrosamente a un hombre a las puertas del templo de Jerusalén (Hechos 3: 1-10). La Biblia también afirma que resucitó a una mujer (Hechos 9: 36-43).

Cada cual, pues, vive la pasión de Cristo a su manera y San Pedro las arrastra a todas. También la de Ángel Garralda, párroco emérito de San Nicolás de Bari, el sacerdote sin cuyo empeño la Semana Santa de Avilés no hubiera alcanzado las cotas de popularidad de las que hoy disfruta.