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Polledo, adiós a 120 años dulces

Vecinos y comerciantes lamentan el cierre de la emblemática confitería de Rivero, por la que pasaron cinco generaciones

Salomé Soto, ayer, en el interior del emblemático establecimiento de la calle Rivero. RICARDO SOLÍS

Tristeza entre quienes ya lo sabían a ciencia cierta y pasan a despedirse e incredulidad entre otra buena parte de clientes que entran durante la mañana a la confitería Polledo preguntando si de verdad el emblemático establecimiento de la calle Rivero echa definitivamente el cierre. No es viable continuar con el negocio, confirma Salomé Soto, de la saga familiar propietaria, durante una jornada, la de ayer, que fue la última de apertura, la que puso el punto final a nada menos que 120 años de historia.

Hasta hoy, cuando el local ya no abrirá sus puertas, cinco generaciones de la misma familia han cuidado el nombre y el buen hacer de un establecimiento fundado hace más de un siglo. "La abrieron mis bisabuelos, Alfredo y Brígida, luego estuvo mi abuela, mi madre, y mi hija y yo", explica Salomé Soto que, emocionada, insiste en que no tiene "más que agradecimiento y cariño para toda la gente, para los clientes, para los trabajadores y para los proveedores".

Pero llegó la hora de cerrar. Por un lado, el negocio sigue a nombre de la anterior generación de la familia, "de mi tía, que pasa de 81 años y ya es hora de que pueda disfrutar la jubilación". Y, por otro, "es complicado para una empresa pequeña mantener a muchos empleados". "A excepción de mi bisabuelo, que era confitero, los demás no lo somos. Hay que tener una plantilla. Y, en determinadas épocas, se requiere de bastante para poder atender todos los pedidos. Y no es viable", confiesa Soto, que aunque con mayor presencia en el negocio en los últimos tiempos lleva "toda la vida" vinculada a él.

"Bien que lo vamos a echar de menos, llevo toda la vida viniendo aquí, ya venían mis padres a por pasteles. Me da mucha pena", comenta Loli Santos, mientras sale por la puerta del local con la última bandeja de dulces que va a poder comprar en el establecimiento. Mientras tanto, hasta dos clientes entran a preguntar si es cierto "lo que se comenta en la calle de que cerráis". "Es una lástima, lo tengo muy cerca de casa y llevo viniendo tantísimos años... Por la calidad. Y en Navidad por esas figuritas excelentes que vendían. Una pena", comenta uno de ellos que prefiere no dar su nombre.

El goteo de clientes, para adquirir productos y, a la vez, despedirse, es constante durante la mañana. "Somos clientas y amigas", explican María Eugenia González-Posada y Mercedes Fernández. "La calidad es insuperable, vengo desde hace muchísimos años, pero es que ya venían mis abuelos", rememora la primera.

María García es dependienta desde hace años. "Quiero que todo el mundo sepa que este es el mejor lugar del mundo para trabajar y que siempre me han hecho sentir parte de la familia", comenta muy emocionada mientras va y viene de un lado a otro del local.

En una de las mesas, dos chicas toman café. Ambas trabajan en la zona, son habituales. "Venimos bastante porque trabajamos cerca y también a comprar pasteles, yo desde hace años", explica Cristina Alonso, que también considera una lástima el cierre.

En los negocios de la calle hay "pena". "Me llevé un disgusto tremendo al enterarme", cuenta Nuria Abella, de la joyería que lleva por nombre su mismo apellido. Explica que la situación no es buena para el pequeño comercio en general. "La gente va a los centros comerciales, por el tema del aparcamiento, que facilita mucho las cosas. Y luego está el comercio electrónico, la gente compra por Internet. Y ahora cierra la confitería Polledo, iba y venía mucha gente a comprar dulces y nos daba vida a los demás, porque, de la que pasaban, también veían nuestros escaparates", concluye.

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