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1920-2020 Historia del Teatro Palacio Valdés

Dos ingenios y un teatro

Manuel del Busto y José Eugenio Ribera sumaron sus saberes para diseñar y construir el teatro de Avilés con técnicas de vanguardia: un material ligero, fácil de trabajar e incombustible

Retratos de Manuel del Busto (arriba) y José Eugenio Ribera sobre una fotografía de las obras de construcción del teatro, propiedad de J. Velasco. INFOGRAFÍA MIGUEL DE LA MADRID

La Iberia, fonda avilesina de solera, estaba acostumbrada al trajín. Al "entra y sale" incesante de los viajeros y los huéspedes. Se decía hotel pero era fonda. Buena, eso sí. Limpia, decente y cabal. De esos establecimientos que crecieron en Asturias a la vez que el veraneo y la playa, a partir de 1880, como La Cubana, La Ferrocarrilana y Las Cuatro Naciones, pero un escalón superior, ya les digo, casi hotel. Con servicio de coches a los baños de Salinas y todo. Era frecuente que profesionales solteros fijaran en este tipo de establecimientos su residencia, como hiciera Claudio Luanco en La Serrana, sin ir más lejos. En la Iberia, situada en el edificio que ocupó durante años el café Colón, del que hoy solo queda su maltrecha terraza, vivía un joven arquitecto, Manuel del Busto Delgado. De ahí el trajín.

Los días previos al 3 de mayo de 1900 la habitación de Manuel del Busto, que a menudo era su estudio, se convirtió también en oficina de la Sociedad del Teatro. Allí recibía el arquitecto, con sus planos expuestos a la consulta de cualquier constructor que quisiera revisarlos para participar en el concurso de la edificación del nuevo coliseo. Podían hacerlo durante todos los días del plazo, hasta el último, una hora antes del inicio del concurso en el ayuntamiento. Así que pasó unos días de retén. No es que hubiese muchos constructores capaces de abordar aquel proyecto, pero consultas sí que hubo.

Hablo de Manuel del Busto (1874-1948) porque es el primero de los dos ingenios que se cruzaron para alumbrar el nuevo teatro. Un arquitecto cubano. Sin comillas. Aunque de padres españoles, había nacido en Pinar del Río, tierra muy vinculada a Avilés y a su nuevo teatro, pues Leopoldo González Carvajal, el marido de la marqués de Avilés, también era marqués de Pinar del Río. Así que todo empezó por aquellas tierras, lejanas y tan cercanas. A los dos años ya estaba Del Busto en España y, en 1898, conseguía el título de arquitecto. La fecha da para más símbolos. En este caso el de la pérdida de Cuba. Pérdida política y territorial, pero la perla del Caribe no se perdió en los corazones y en las cabezas de muchos asturianos gracias, por ejemplo, a personas como este arquitecto, que encontró en los indianos una clientela fiel para arrancar y mantener la que pronto fue una brillante carrera. Los negocios entre Cuba y Asturias siguieron muy vivos tras la independencia, y las residencias de los retornados comenzaron a poblar el verde paisaje astur.

En el mismo año del Desastre, ya entregaba los planos de sus primeras casas de Avilés, en la calle de la Estación. El joven arquitecto vivía en esta villa y lo siguió haciendo unos años más pues, a pesar de haber sacado plaza de arquitecto municipal en León, renunció a ella a los dos meses para volver a fijar su residencia en Avilés. La burguesía de la villa fue su clientela. Para ellos hizo casas de pisos, villas y todo tipo de arquitecturas especiales, entre las que no cabe despreciar algunos de los panteones más singulares del cementerio de La Carriona en su segunda fase constructiva. En la ciudad de los muertos, el que podía, presumía tanto como en la de los vivos. Y para siempre.

Manuel del Busto diseñó desde naves para la azucarera de Villalegre (la pérdida de Cuba, otra vez) hasta la casa cuartel de la guardia civil de Piedras Blancas, pasando por el pedestal para la estatua del maestro Juan de la Cruz Alonso. De todo, hasta que fijó su residencia en Gijón, en 1903. Pero nunca abandonaría completamente Avilés. Al menos no abandonó a su clientela, con la que se mantuvo muy bien relacionado a través de su representante en la villa, José Muñiz, propietario del bazar "El Siglo", cuyos escaparates se llenaban, una y otra vez, con los planos de las obras de Manuel del Busto.

Fue un arquitecto de carrera larga, variada y laureada. Llegó a alcanzar gran notoriedad cuando, en 1924, ganó el concurso internacional para construir el Centro Asturiano de La Habana, magnífico edificio que lo llevó de vuelta al otro lado del Atlántico para residir tres años en su tierra natal, siguiendo las obras de su construcción. Para entonces era un profesional consagrado y demandado por los principales clientes de Asturias, donde dejó, a raudales, muestras de su oficio y su arte. Pero, antes de que esa consagración llegase, en sus primeros años de carrera, también de primeras obras y formación del ingenio de Busto, será crucial su presencia en Avilés y su participación en una obra a la que siempre le guardaría especial cariño: el teatro. Pocas veces se tenía la oportunidad de diseñar un teatro y a él le había llegado siendo muy joven.

Ese mimado teatro se puso en pie con los más modernos métodos de la construcción de entonces, los que utilizaba José Eugenio Ribera y Dutasta (1864-1936), el segundo de los ingenios a los que se refiere este capítulo. Ingenio profesional que iba de serie, pues Ribera era ingeniero. También había nacido fuera de España, en Lisboa, y, de la misma forma que Del Busto, le guardó un especial cariño al teatro de Avilés, declarado cada vez que tuvo ocasión.

Ribera era un vanguardista, un precursor de las más modernas técnicas de construcción. Tras finalizar sus estudios en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid, Asturias fue su primer destino en la Jefatura de Obras Públicas de Oviedo. Fue el lugar de su verdadero aprendizaje, llevando a la práctica sus ideas y las más modernas técnicas constructivas, con mucho éxito. Así, en 1899, puso en marcha su propia empresa que, con el tiempo, llegó a tener la razón social: Compañía de Construcciones Hidráulicas y Civiles, Hidrocivil. Con sede e intereses a medio camino entre Madrid y Oviedo. Se había convertido en el primer constructor moderno de España.

Desarrolló soluciones originales para construir puentes novedosos en arcadas y pilares (como el puente de María Cristina en San Sebastián), sifones, como el de Sosa en el canal de Aragón, uno de los proyectos de ingeniería civil más importantes de España en el siglo XX, depósitos de agua y edificios de toda especie, además de ser profesor y divulgador de su disciplina, como conferenciante y como escritor.

Su técnica se basaba en el uso del hormigón que había conocido en Europa. Era este material una mezcla de piedra menuda, arena y cemento que, a finales del siglo XIX, se perfeccionó con buenos cementos y con el añadido de barras o entramados de hierro o acero, para conseguir el hormigón armado. Una verdadera revolución en el arte de construir en el paso del siglo XIX al XX. Un material ligero pero resistente, ya que el hierro no se oxidaba al estar recubierto de cemento, fácil de trabajar y completamente incombustible. Todas estas virtudes, que tardaron en ser admitidas por los técnicos tradicionales, lo pusieron en enorme ventaja sobre los sistemas y los materiales de construcción conocidos en fechas anteriores.

Ribera practicó sus conocimientos y su destreza en el uso de nuevos materiales en su etapa asturiana, entre 1887 y 1910. Aquí realizó puentes, acueductos, fuentes, carreteras, fábricas, depósitos de agua y edificios tan singulares como la Cárcel Modelo de Oviedo y, cómo no, el teatro de Avilés. Allí la colaboración con Manuel del Busto fue muy productiva, y no fue la única, pues ambos facturaron uno de los almacenes para la azucarera de Villalegre, satisfechos de su encuentro profesional.

El teatro, pues, se colocó en la vanguardia arquitectónica de su época. Diseño de un arquitecto prometedor que supo encajar en el gusto de la burguesía avilesina, trazando un teatro a la italiana dentro del historicismo barroco de inspiración francesa. Al no poder situarlo en una plaza, como era costumbre en esta clase de edificios, sino en un solar rectangular entre medianeras, quiso "engañar". Diseñó una fachada que se adaptaba a uno de los lados largos del rectángulo, en paralelo al desarrollo del patio de butacas. Una fachada que se hacía notar, con una bien planeada decoración, en varios cuerpos que avanzaban en distintos planos y la destacaban en la calle. Al ver la fachada uno se imagina un teatro distinto, mucho mayor. He ahí el engaño.

Y allí estaba el ingeniero Ribera para completar. Construyó en hormigón todos los pisos con columnas octogonales de 14 metros de largo y 0,12 metros de diámetro, sobre las que apoyan vigas, también de hormigón, en planta curva según la forma de herradura de la sala. Sobre ellas va la platea en un dintel plano, de 0,12 metros de grosor que alcanza en voladizo de 2,30 metros.

Ribera no solo estaba orgulloso de su obra, sino que presumía de ella. En una conferencia en el Ateneo de Madrid, en 1903, dijo: "no necesito comentar el asombro que produjo esta construcción, cuando sometimos a prueba estos dinteles planos que avanzan gallardamente sin ménsulas que los sostengan".

El teatro era una idea vieja, que se hizo realidad con las ideas nuevas de dos ingenios de la construcción.

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