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Crisis del coronavirus

Así se vive el combate contra el coronavirus en primera línea: "Aquí no se rinde nadie"

Los sanitarios del Hospital San Agustín prevén una lucha larga - Cansadas y estresadas, las enfermeras anteponen su vocación y piden a la población que no se relaje

Ana, Natalia, Laura, Vicky, Dolores, Manuel, Paula... Y así hasta casi quinientos anónimos profesionales de la sanidad -médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, limpiadoras...- velan día y noche en el ala sur del Hospital Universitario San Agustín por la salud de los contagiados por el COVID-19. Ellos y ellas, todos uno cuando se embozan el aparatoso traje de protección personal, son el fino hilo de esperanza que une a los enfermos con la deseada curación y se están dejando su propia salud y el alma para lograrlo. LA NUEVA ESPAÑA de Avilés ha compartido un turno de trabajo con estos profesionales, que tienen claras tres cosas: que el proceso infeccioso aún va a dar guerra durante bastante tiempo, que es vital "que nadie se relaje" y que en el ámbito sanitario "no se rinde nadie".

La disposición de este variopinto ejército para el combate, aseguran, es total. Y esa afirmación no es una pose: desde hace un mes no disfrutan vacaciones, no cogen días de permiso, llegan al hospital antes de la hora a la que deberían empezar a trabajar para ponerse los trajes de protección -tarea tediosa- y estar a punto en el momento que empieza su turno, nadie se escaquea, no hay quejas y predomina un ambiente forzadamente alegre y vital porque saben que sin esa actitud optimista sería imposible afrontar la dureza del trabajo, el miedo a contagiarse y la tristeza de ver tanto sufrimiento alrededor.

"Por más que en este oficio aprendes a relativizar el dolor y la muerte -en el fondo son cosas consustanciales a un hospital-, una situación como esta te desborda y te deja tocada. Nadie está preparado para algo así, y los sanitarios tampoco; somos simples personas, no superhéroes", comenta la supervisora de la planta de cuidados intensivos, Marta Nieto.

La visita de este diario se realiza en la quinta planta sur, una de las cinco que han sido reservadas para los enfermos de COVID-19. La sexta y la quinta son las que alojan a los pacientes que han dado positivo y están en tratamiento; la cuarta se dedica a los sospechosos de haber contraído el virus y que esperan los resultados del test; la tercera alberga a pacientes que han dado negativo en el test pero cuya situación arroja dudas o recomienda un periodo de observación, y en la segunda planta está la unidad de cuidados intensivos (UCI), cuyas catorce camas han sido puestas al servicio del operativo desplegado para tratar el coronavirus. Mientras dure esta crisis, los pacientes del área sanitaria avilesina con patologías diferentes al coronavirus que requieren de ingreso en una UCI se derivarán al Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA.

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Así se lucha contra el COVID-19 en el San Agustín

"Los primeros días fueron los peores. Aparte de la tensión de no saber muy bien a qué nos íbamos a enfrentar, hubo que hacer acopio de material de protección -que nunca en estos casos será abundante-, reunir al equipo de enfermería que iba a trabajar en el ala sur y adecuar físicamente los recintos para garantizar el aislamiento de la 'zona sucia' (donde están los enfermos)", relata la subdirectora de Enfermería del área sanitaria de Avilés, Dolores Coballes Estévez.

La predisposición de todo el mundo -y esto es algo que resaltan desde el gerente del hospital, Ricardo de Dios, a la jefatura de enfermería o cualquier supervisora- fue crucial para que la maquinaria funcionara a pleno rendimiento en tiempo récord. El personal de mantenimiento del hospital perforó tabiques, tendió cables y clausuró espacios que han quedado inhabilitados en menos de 48 horas. Decenas de enfermeras, sabedoras de que el deber las reclamaba, se presentaron voluntarias para trabajar en el ala sur. Conscientes de la escasez de medios, todos los sanitarios hicieron suya la consigna del ahorro, en algunos casos a costa de hacer más penoso su trabajo: las enfermeras que entran en las habitaciones con enfermos infectados alargan sus estancias en las "zonas sucias" más allá de lo que sería habitual, para no malgastar trajes y material de protección; esto las llega a deshidratar literalmente por el sofocante calor que soportan, y buena prueba de ello son los cientos de botellines de agua que se consumen a diario en las salas de descanso del personal de enfermería.

La serie de vivencias que están acumulando los sanitarios -sobrecarga asistencial, temor a convertirse en vector de contagio fuera del hospital, tristeza por el mucho sufrimiento ajeno que presencian...- les altera, según asegura por experiencia propia Ana Suárez, y los cambios en los hábitos de sueño generan un cansancio físico difícil de mitigar. "Hospital, confinamiento en casa, cama y vuelta a empezar. Este es el bucle en el que estamos metidas sin solución de continuidad, ni al parque a dar un paseo podemos ir", lamenta Dolores Coballes.

Y con todo, en las dependencias hospitalarias convertidas en el ojo del huracán de la epidemia reina cierta algarabía y un buen rollo contagioso. A falta de abrazos -tocarse es tabú- abundan los toques de codo, y estos días hay un grupo de enfermeras que ensaya una coreografía para saludarse chocando pantorrillas: "Son pequeños gestos, pero te animan a seguir dando lo mejor de ti".

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