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1920-2020 | Historia del Teatro Palacio Valdés

Primer acto

Armando Palacio Valdés le cedió su nombre al teatro y, a cambio del bautizo, en el inmueble se le dedicó un homenaje al escritor, que poco después ingresó en la Real Academia Española

Llegada de los coches con las autoridades que participarían en el homenaje a Armando Palacio Valdés y escenario con autoridades y homenajeado en el primer día en que fue usado el teatro. INFOGRAFÍA DE MIGUEL DE LA MADRID A PARTIR DE FOTOS DE CÁMARA

Al teatro de Avilés le pusieron en la pila "Armando Palacio Valdés", en un festín memorable con padrinos e invitados confundidos en homenaje de gran tronío. El homenajeado no era el teatro, sino la persona que cedía su nombre para que él lo llevara. Un novelista que hizo de su vida una novela donde el capítulo de la infancia transcurría en un Avilés que parecía descrito por Mark Twain.

La primera intención fue llamar al teatro "Claudio Luanco". Buena opción. Justa. Pero lo bueno es enemigo de lo mejor. Los oficios del ya difunto don Claudio cedieron ante un autor con prestigio internacional que había aventado en papel de imprenta el nombre de Avilés y que, a pesar de haber nacido en Entralgo (Laviana), se consideraba hijo legítimo del Avilés en el que quiso ser enterrado.

Don Armando estaba en esa edad en la que, según Camilo José Cela, te llegan las arrobas y los homenajes. Hubo más de lo segundo que de lo primero pues, en mayo de 1918, el Ayuntamiento ya había dado su nombre nada menos que a la calle de Galiana, acto bien festejado en el flamante Gran Hotel en septiembre de aquel mismo año.

Faltaban festejos. Esa primavera las fiestas de El Bollo habían fracasado por la escasez de papel, que las dejó sin revista, la huelga de electricistas, que dejó las calles sin luces, y una lluvia que anegó desfiles y pasacalles. Año en blanco. A nadie se le ocurrió trasladar las fechas. Había que compensar y, como todo era poco después de años de espera, hasta la confitería Galé hizo cajas de bombones con postales de Avilés y del teatro y se vio en la ría un festejo nuevo: un partido de wáter polo. Dos equipos de Gijón que empataron a tres "goals".

Hablando solo de cuchipandas, festejos e inauguraciones varias, los lectores pueden pensar que no se hacía otra cosa que holgar y festejar. No era así. La vida no era igual para todos. Los asuntos laborales, no estaban en paz en esos días.

La industria más importante de la comarca hervía. En la Real Compañía Asturiana de Minas, el 14 de julio de 1920 la fundición se declaró en huelga. Se fue más allá de lo imaginado dejando los hornos abandonados, cosa nunca vista. Casi un año, pues la fortaleza de los obreros solo se quebró en abril de 1921, con la vuelta al trabajo de los fundidores.

Lo que para unos fueron tiempos de abundancia para otros seguían siendo de escasez. El periódico local tuvo que dejar de publicarse algunos días por la mencionada carencia de papel. La otrora poderosa sociedad "Avilés Industrial", que había marcado una época con la inauguración de La Curtidora, estaba en liquidación. Una estocada para el empleo. Los más modestos lo pasaban mal y el Ayuntamiento tuvo que ceder parcelas cultivables al fondo del parque de El Retiro para atajar la necesidad de los que no podían comer. Nada de huertos de ocio, que ni ocio había.

Ese ambiente y el retraso de los pedidos por la posguerra afectaron a los preparativos para el nacimiento del teatro. Nada nuevo. Nunca había sido su historia un camino de rosas, pero continuaba en los plazos previstos para levantar el telón. En junio empezaron a convocarse las plazas para los trabajadores. Vallina, el conserje, fue el encargado de supervisar el proceso de selección para cubrir catorce plazas de porteros y acomodadores. Puestos de trabajo que repartían alegría entre los que nunca tendrían dinero para pagar un abono de temporada.

Los que sí disponían de ese dinero ya estaban movilizados. A finales de julio se cerraba la lista de abonados para las diez funciones inaugurales. En esos momentos el teatro era centro de peregrinación de abonados y curiosos en general. Tantas eran las visitas no programadas que la empresa hizo un ruego público para que dejasen de acudir, ya que interrumpían los trabajos de limpieza y colocación de mobiliario.

La tensión subía. Los propietarios de abono tenían preferencia para adquirir sus localidades en el homenaje a Palacio Valdés. Un centenar de familias entre las que estaban los apellidos más copetudos de Avilés. Todos ansiosos por conocer el nuevo odeón, de cuyas hechuras se hacían lenguas ya por toda la villa: una sala de 11 x 22 metros para 396 butacas, cuarenta palcos y plateas, seis proscenios, con seis escaleras de servicio y dos accesorias, veintidós camerinos, un cuadro de distribución eléctrica con cinco cambios de color y dieciocho interruptores para cada cambio y hasta 33 retretes, cuando el agua corriente era un lujo. Y además, casa para el conserje.

Una obra de arquitecto e ingeniero conocidos, pero también de un director de obra, Manuel Fernández, auxiliado por José María Fernández, y de muchos otros: el decorador Colominas, el pintor escenógrafo Marín Magallón, los autores de la tramoya, Eduardo Argüelles -más conocido por "Tamón"- y su hijo Luis, Francisco Suárez, decorador de sala y foyer; Gerardo G. Robés, autor del saloncito de plateas; Celestino Mariño, autor de butacas y demás mobiliario; Enrique y Agustín Delgado, electricistas que trabajaron junto a los empleados de La Popular y todos los obreros que habían levantado la estructura de hormigón y revestido la sala con caobas y escayolas. Listo para el bautizo; el primer acto de la vida de aquel teatro.

Meses hacía que venía organizándose el festejo. Se trataba de honrar a Palacio Valdés con un concurso literario, cuyo ganador recibiría el premio el día del homenaje. En ese mismo acto el novelista recibiría las insignias de la Gran Cruz de Alfonso XII, empresa para la que Julián Orbón movilizó a la prensa y a la que se sumó luego una suscripción popular con 364 aportaciones. Ya solo hacía falta confirmar a los oradores, que salieron de lo más granado de la política y la sociedad e intervinieron en un acto de discursos preparados en cuartillas leídas al pie de la letra.

Comenzó con la lectura de las adhesiones y entrega de los premios a los autores agraciados en el certamen literario. Llegó después el discurso-ofrecimiento del teatro por Armando de las Alas-Pumariño, diputado a cortes por Pravia, quien destacó la generosidad del pueblo avilesino, que lo mismo dedicaba un monumento a un maestro de escuela que a un conquistador. No podía faltar la poesía "en dialecto asturiano" titulada "Flor de España", de Benigno García, "Marcos del Torniello". "Rasgos del Maestro. Sus iniciaciones literarias", fue el título del discurso de José Ortega Munilla, de la Real Academia Española, que habló de Palacio Valdés como maestro en la literatura. Hermoseó la noche "La vuelta del sembrado", poesía escrita por M. R. Blanco Belmonte, y leída por la señorita María Teresa Hernández. Fue entonces cuando se procedió a entregar a don Armando la insignia de la Gran Cruz de Alfonso XII. Allí salió el patriarca nacional del reformismo, Melquiades Álvarez, con su "Discurso-ofrecimiento del homenaje en nombre de la provincia"; el diputado a cortes por Castropol consideró al autor un romántico que había puesto su pluma al servicio de la civilización.

Llegaron entonces las cuartillas de don Armando. Sin duda retomando el espíritu idealizado de "La novela de un novelista", entre otras muchas cosas, dijo que en Avilés "los ricos no son aborrecidos de los pobres, porque su dinero sirve para enaltecerlos y consolarlos. Díganlo esos hombres generosos que no han vacilado en desprenderse de sumas cuantiosas para erigir este teatro que honra al pueblo de Avilés como a todo el Principado". Esos hombres eran Fernández, Botas y Menéndez, que, pese a la insistencia del periódico local, declinaron recibir homenaje en un banquete. Todo concluyó con la lectura, fuera de programa, del soneto ganador del concurso literario, obra de Benito Álvarez-Buylla (Silvio Itálico).

El homenaje concluyó cerca de la una de la madrugada, entre trajes de etiqueta, galas militares y la presencia del Ministro de Instrucción Pública, Luis Espada. Todo, según las crónicas, orlado por "la belleza de las damas que daban realce al decorado suntuoso". Eran otros tiempos. Lo mejor, el producto de la venta de entradas, 11.301,50 pesetas que Ángel Fernández y Cía, entregó para la construcción del nuevo hospital de Caridad.

En el mismo mes que abría el teatro reabría la iglesia de San Nicolás, restaurada por Armando Fernández Cueto para los recién llegados (otra vez) franciscanos. Ese año la sociedad "El Crepúsculo" abría la primera rula para la venta de pescado. En febrero se había inaugurado el campo de deportes del Deportivo Racing de Villalegre, y el 18 de marzo se iniciaba el transporte de correo en automóvil de Avilés a Grado por La Peral. Y además, Avilés ya tenía teatro.

Era, al fin, el edificio grande y nuevo con el que soñó una generación de la buena sociedad avilesina. Llegaba al mundo con el nombre de un anciano novelista sentado en el saloncito de plateas que, dos meses más tarde, muy tarde, ingresaba en la Real Academia Española.

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