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El doble confinamiento de Valliniello

Los vecinos de la parroquia de Navarro reeditan su malestar por la falta de atención municipal, más perceptible que nunca en unos momentos en los que el aislamiento pasa factura

Ana Rosa Novoa, Lucía Rodríguez y Manuel Ángel Pérez, en la farmacia del barrio.

La botica de Valliniello se ha convertido estos días de encierro domiciliario en el "punto caliente" de socialización vecinal, la consecuencia de ser el único establecimiento abierto en la parroquia más grande de Avilés, tanto que ocupa la tercera parte de la superficie municipal. Pero "grande" se opone, en este caso, a "céntrico" y las distancias son un hándicap cuando de estar confinados se trata. "Voy a Avilés cada tres o cuatro días para hacer la compra alimentaria, y el pan lo congelamos porque si no se pone duro", relata Manuel Ángel Pérez, un jubilado que en tiempos regentó un taller en San Pedro Navarro.

El antiguo mecánico estira la visita matinal a la farmacia dando conversación a la titular de la botica, Lucía Rodríguez Díaz, y a la empleada, Ana Rosa Novoa González, que se prestan gustosas al juego del palique. No hay colas, ni tampoco prisa. En Valliniello tienen todo el tiempo del mundo. Lo que no tienen es panadería, ni frutería, ni estanco, ni ninguna de las tiendas esenciales que podrían estar abiertas en la actual situación de estado de alarma. Quizá por eso, y como no hay mal que por bien no venga, la farmacia nunca había vendido tantos botes de gel, champú y otros productos higiénicos.

El bar de Juan Carlos García, habitual parada de los vecinos para hacer tertulias, está cerrado por orden gubernamental y su propietario, a la sazón presidente del Navarro, el equipo local, más ocupado que nunca: "Tengo una empresa de seguridad que sigue operativa y me obliga a teletrabajar y las instalaciones deportivas, aunque cerradas requieren mantenimiento. No me aburro, no", confiesa.

A la farmacia llega procedente del Fondo de Valliniello -un paraje aún más remoto de la parroquia, como su nombre indica- María Isabel Villanueva, quien indica que para abastecerse de comida, y dado que carece de coche, llama a un taxi que le cobra 8 euros por bajar a Avilés, más otros 8 euros para volver a casa. "Cara me sale la comida estos días", lamenta. Y eso que hay transporte público (la línea que une Avilés con Luanco), pero a la señora Villanueva no le convencen las frecuencias: "Pasa de Pascuas a Ramos". Y apenas lleva pasajeros, por cierto.

Las farmacéuticas de Valliniello son estos días lo más parecido al paño de lágrimas colectivo al que muchos vecinos van a contar sus cosas, el termómetro vecinal de una colectividad que ha tomado conciencia de su aislamiento, y no solo por el coronavirus: "Por un lado, es ventajoso vivir en Valliniello durante el confinamiento porque el entorno es casi rural y hay la posibilidad de salir al jardín o la huerta, ver el sol y respirar aire puro; pero, no es menos cierto que, para pertenecer a Avilés, aquí estamos dejados de la mano de Dios. Menos mal que vienen un panadero, un frutero y otros vendedores ambulantes y nos proveen de víveres básicos", comenta Gonzalo Rodríguez.

Con tantas horas para pensar y a falta de contacto físico, los de Valliniello se han volcado en las redes sociales tejidas en internet y entre comentario de esto y de aquello, aportación de fotos antiguas y análisis de cómo están las cosas por la parroquia ha rebrotado el sentimiento de discriminación que en el pasado inspiró iniciativas reivindicando más atención municipal. A solo cinco años de cumplirse el centenario de la segregación de San Pedro Navarro del municipio de Gozón para pasar a forma parte del de Avilés, los vecinos, como sus antepasados, se preguntan si tal decisión fue de verdad la más acertada.

"Valliniello ha sido durante décadas el patito feo de Avilés; tragó con la contaminación de la industria sin recibir ninguna contrapartida a cambio; cuando se atacó el problema del chabolismo en otros barrios avilesinos, donde decidieron construir un gueto en el que meter a las familias fue aquí, en Los Carbayedos; la ampliación del puerto ha destruido el ecosistema natural de nuestro balcón natural a la ría; quedamos sin colegio y sin instituto y ahora asistimos impotentes a la ruina de esos edificios... ¡Cómo no va a estar rabiosa la gente de Valliniello, no hay barrio de Avilés al que el Ayuntamiento preste menos atención!", protesta José Manuel Iglesias Granda, oriundo de la parroquia ahora residente en Madrid y la persona que ha sintetizado en el escrito que acompaña estas líneas el sentimiento de agravio de sus vecinos, ahora reactivado por el confinamiento forzoso derivado de la epidemia de coronavirus.

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