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1920-2020 Historia del Teatro Palacio Valdés

Varietés en Atenas

Durante el primer año de actividad del Palacio Valdés como teatro no se pudo estabilizar una programación duradera hasta la llegada de los espectáculos de variedades

Varietés en Atenas

El teatro Palacio Valdés nació con el sambenito puesto. Recorrió los primeros años de su vida atado a las cadenas que lo convertían en nido de esquiroles para unos y templo de la indecencia para otros. Y no le fue nada fácil quitarse los grillos.

En la entrega pasada dejábamos al teatro en este mundo. Lo había pasado mal. Un parto complejo que necesitó de todo tipo de ayudas y de facultativos varios para traer a la criatura. Y podría pensarse que así el círculo se había cerrado, que el teatro tantas veces imaginado era de verdad y empezaba una vida normal. Falso. Sus primeros años de existencia fueron tan duros como los de su gestación. Había nacido, pero no sabía qué hacer con su vida.

Al irse la compañía del Reina Victoria nada había programado para dar continuidad a las funciones. Cierto es que el negocio de Ángel Fernández y Cía no era el mundo de espectáculo y que podría aguantar los cierres, pero un teatro con las puertas cerradas es solo un edificio, no un teatro. Y he aquí como este primer cierre dio alas a los enemigos que lo esperaban en la vereda.

Circulaba por la prensa de Madrid la especie de que teatro estaba cerrado porque el Sindicato de Actores Españoles había montado un boicot por sus actuaciones inaugurales. De hecho fue tratado en su asamblea de abril "el asunto del teatro Palacio Valdés" como tercer punto del orden del día. Lo cierto es que el Palacio Valdés quedó señalado y que no tenía otro espectáculo que diera continuidad a aquellas famosas y accidentadas primeras funciones. No se había previsto una programación estable tras los fastos iniciales. Por eso atravesó buena parte de los años veinte amenazado por un destino incierto.

Cuesta entender esta situación cuando los felices veinte siempre parecieron, para Avilés, los de la explosión de la cultura. Los de la "Atenas de Asturias". Aquel mito, arengado por el propio Armando Palacio Valdés, tuvo su mejor soporte en la pluma de José Francés, y también en su presencia vacacional desde 1921. Novelista, dramaturgo, articulista, ensayista y miembro numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 1922. Era el mejor apoyo para una villa de la que estaba enamorado y así lo escribía en revistas madrileñas. Coincidieron esos años con exposiciones de renombre tuteladas por la Sociedad Amigos del Arte, pero el teatro era otra cosa.

Volvió a abrir sus puertas el primero de septiembre, pero no para teatro. El local fue ocupado por una junta de damas que, con la Excelentísima Señora Marquesa de Ferrera a la cabeza, montaron una función benéfica. Era la manera de santificar el teatro que, para otra junta de damas, había sido templo de satán en su nacimiento. Reconquistar para la moral las nuevas tablas. Ángel Fernández y Cía volvió a ceder gratis el local, sus servicios y todo su personal, orquesta incluida. Incluso el maestro Calleja entregó su sueldo a beneficio del asilo de ancianos desamparados.

Ser la segunda actividad del Palacio Valdés tuvo gran importancia social. Ochenta autos a la puerta así lo certificaban. La Chocolatera hizo un viaje especial, cargada con la colonia de Salinas. Hombres de gala y elegantes mujeres con mantones de Manila y tocados de flores se repartían por las estancias del teatro, degustaban el buffet y se arremolinaban cuando la orquesta acometía sus bailes. Aquel evento trajo otra novedad: la sala ascendió hasta nivelarse con la escena, usando el moderno mecanismo bajo el patio de butacas, y formando el mejor salón de baile que se había conocido en los contornos. Comenzaba una práctica, los bailes y funciones benéficas, que marcará para siempre la vida de este odeón.

Son unos años de mucha provisionalidad. No había ni programación ni vida estable. Tras el baile de septiembre no vuelve a abrir hasta que, a finales de octubre, una nueva función benéfica convoque a la buena sociedad. Las mejores damas de Oviedo y Avilés se habían unido para ofrecer la comedia de Benavente "Al natural" y el juguete cómico de Ramos Martín "El sexo débil". Gran acontecimiento de etiqueta con entradas que iban, desde las 45 pesetas de los proscenios bajos, a la peseta que costaba una entrada de General. Todo para el beneficio, económico de las Escuelas de Bosque de Oviedo y del Ave María de Avilés. El beneficio social quedó en manos de los apellidos de oropel que se exhibieron abarrotando butacas estratégicas.

El paso a 1921 no trajo mejores augurios. El año se movió entre cierres y aperturas que daban al teatro esa vida intermitente y la excepcionalidad de acontecimientos y funciones. Había empezado el año con otra huelga de músicos que impidió que el barítono gijonés Servando Bango se subiera a las tablas avilesinas en medio del cabreo general. Claro que, tanto este cantante como sus seguidores, pudieron desquitarse con generosidad en la que sería la ocasión más gloriosa del año con la llegada de la ópera. Pero un acontecimiento tan esperado como señalado merece capítulo aparte. Estén atentos.

Ese 1921 fue un año de acontecimientos extraordinarios y, bel canto aparte, para Avilés la inauguración del tranvía eléctrico constituyó un suceso de arte mayor. Una obra largamente deseada y promovida por el mismo grupo que, desde la Sociedad Fomento, venía peleando por la terminación del teatro. Su impulso definitivo llegó con una sociedad constituida en 1916 con un capital de 1.250.000 pesetas. Fue la última consecuencia de la efímera bonanza de la primera guerra mundial y un símbolo hoy del viejo Avilés gracias a las postales realizadas por José Zamora. La dimensión del acontecimiento fue tal que llegó a anunciarse el Palacio Valdés como sede del acto principal, pero no pudo ser. Finalmente el pabellón Iris se llevó aquel privilegio del 20 de febrero, al que no pudo asistir el alcalde, José Antonio Guardado, tiroteado días antes por el excabo Marcelino Pravia. Salvó la vida, pero se perdió el despliegue de júbilo, la intervención de las autoridades, el partido de fútbol y hasta las "supremas de corvina Gran Hotel", lugar donde se brindó por los nuevos y eléctricos tiempos a base de descorche de Moët & Chandon carta blanca.

Con el verano la vida del teatro empezó a coger tono, un tono musical y, aunque la ópera colonizó toda la actividad, otros espectáculos se subieron a las tablas. El mes de junio abrió con una actuación de la sinfónica de Enrique Fernández Arbós. El ilustre maestro era tan seguido por los melómanos asturianos que las funciones de su orquesta provocaron el aplazamiento de la ópera. La de Arbós era una temporada organizada por las sociedades filarmónicas de Oviedo, Gijón y Avilés, integradas en el circuito nacional de la Unión de Filarmónicas y los socios de todas querían ir a las tres sedes. Por eso hubo que aplazar la temporada de Lauri Volpi, para que no coincidiera con la de Arbós en alguna de las ciudades. La música culta mandaba y, mediado el mismo mes de junio, el cuarteto vocal de la capilla Sixtina del Vaticano dio un concierto tan triunfal que volvió al otro año en una temporada de abono.

También intentó volver Bango. Pero hay maestros que no tienen suerte en determinadas plazas y, el Palacio Valdés, no dejó arena en sus zapatillas. Su actuación fue suspendida para acoger una compañía de opereta. ¿Opereta? ¡Santo cielo! No teman, la sangre no llegó al río, ni a la ría. Se trataba de aprovechar la gira de la compañía que actuaba en el gijonés Dindurra. Para compensar, justo antes del inicio de las fiestas de San Agustín, el teatro acogió una variada función benéfica organizada por las damas de la Cruz Roja.

La sensación cultural de aquel San Agustín fue la exposición del pintor Paulino Vicente, pero el otoño ya se comía los restos del verano y el teatro quería regularizar una programación. Así fue como entró el cinematógrafo en el templo imaginado para artes refinadas, cuando el cine ni siquiera tenía categoría de arte. No hubo más remedio. Una empresa de espectáculos se encargó de hacer una programación estable y solo el cine podía dar esa estabilidad. Así que se adquirió un proyector y, sin llegar siquiera la pantalla de aluminio que se había de instalar, el 28 de octubre empezaron las funciones. A las cinco infantil, a las siete la de moda y a las nueve y media popular. La organización, con sinfonía y secciones, ya era la de un espectáculo de varietés, cosa que se cerró al mes siguiente con la contratación de cupletistas (que no actuaban en la infantil). Las primeras películas: "Charlot protector de damas" y la serie en diez episodios "Los Misterios de París".

Aquel teatro, pensado para la buena sociedad, acabó ofreciendo cine y varietés. El "teatro para pobres", acabó siendo cine para todos. Las tablas que aún llevaban las huellas de Lauri Volpi, fueron holladas por Angelina del Río a cuarenta céntimos la entrada de General.

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